Autorretrato, 1638

Cuando pensamos en Rembrandt posamos nuestro pensamiento en su obra pictórica pero en el siglo XVII era más conocido por su trabajo gráfico. La temática que representaba en ambas disciplinas era la misma pero con sus láminas (llegó a estampar 300) se lucró y enriqueció. 50 de esos grabados los adquirió José Lázaro Galdiano seguramente en París, 37 de los cuales se muestran por primera vez al público en Rembrandt. Obra gráfica, una muestra comisariada por Carmen Espinosa, conservadora-jefe del museo que lleva el nombre del coleccionista.



Rembrandt empezó a grabar en su ciudad, Leiden, en la década de 1620 hasta que en 1656, cuando cayó en bancarrota tras años derrochando sus ganancias, tuvo que vender su taller. La pieza más temprana en esta exposición data de 1630 y la última de 1654 de modo que el equipo de Espinosa ha tratado de representar "la variedad de géneros dentro del conjunto y tanto la evolución técnica como las maneras que el artista tenía de trabajar el grabado". Desde la temprana minuciosidad de cada línea a las interpretaciones libres más tardías, Rembrandt llevó el aguafuerte al extremo.



"Hemos querido poner estampas hechas como un dibujo sobre papel blanco donde se ve la exactitud de la línea junto a otras donde, con la punta seca, refuerza el aguafuerte provocando líneas muy gruesas con las que consigue manchas de luces y sombras", detalla la comisaria. En las escenas bíblicas el maestro barroco consigue infundir un halo de contemporaneidad mediante la introducción de animales, como gatos y perros, o tratando las escenas con una visión más humana. Esto no significa, recalca Espinosa, que fuera irrespetuoso con los textos sagrados sino que "tuvo la habilidad de renovar la iconografía religiosa". Así, "hay que fijarse mucho para detectar que es La Sagrada Familia o El buen samaritano y no una escena de personajes del siglo XVII".



El buen samaritano, 1633 y, a la derecha, Hombre dibujando a la luz de una vela, 1639-1643

En su obra también dio voz y vida a mendigos, pobres y tullidos pero si en algo se diferenció fue en la maestría del retrato. A sí mismo se plasmó hasta en 32 ocasiones aunque en la muestra del Lázaro Galdiano aparece en tres: en una de ellas se retrata "como a un hombre rico y poderoso sin ningún utensilio que nos diga que es un artesano, que desafía al espectador mirándole de frente y denota poderío porque era respetado". En la otra, al contrario, "se presenta en su taller dibujando, estudiando cómo incide la luz junto a una ventana". También en este grupo de obras se encuentran los encargos de sus amigos y clientes que buscaban verse retratados en formato pequeño.



Pero fue la representación de la luz, los negros intensos y las luces los factores que caracterizan su trayectoria. En estampas como El descanso de la huida a Egipto, La estrella que guía a los Reyes Magos o La adoración de los pastores "el único punto de luz de la escena emana de un farol", explica Espinosa. En ellas, agrega, "si conoces la escena lo encuentras todo, a María, al niño, todos los elementos, pero si no te puedes encontrar con una amasijo de luz y sombra donde es difícil reconocer dónde están los personajes".



Para ella, que conoce muy bien la obra de Rembrandt y ha estudiado estos grabados, el maestro neerlandés es "un artista muy personal y uno de los grabadores más importantes junto a Durero, Goya y Picasso". El genio también tenía su propia colección de estampas y conocía cómo trabajaban Durero y los artistas coetáneos a él. Sin embargo, Espinosa cree que en su obra gráfica es más fácil "ver su influencia en otros artistas que la que pudo tomar él". En ese sentido, detalla, experimenta con el aguafuerte y la "brutalidad de luces y sombras es su seña de identidad". Por eso cuando Goya conoció esta faceta del artista dijo que fueron tres sus maestros: "Velázquez, Rembrandt y la naturaleza".



Jacob acariciando a Benjamín, 1635-1639 y, a la derecha, El artista y la modelo, 1637-1641

Todas estas obras, con entidad artística en sí mismas, las realizaba sabiendo que las iba a vender, que le iban a conferir un nombre destacado en su época. "Ganó mucho dinero e incluso cuando acababa una lámina hacía una serie que luego corregía, modificaba, añadía detalles y la volvía a imprimir", explica Carmen Espinosa. Su mentalidad fue la de enriquecerse y lo hizo haciendo series de sus escenas.



Aunque, como se suele decir, todo lo que viene va y esa riqueza que amasó vendiendo sus series le llevaron a derrochar y a vivir de una manera insostenible con la que pretendía "emular a sus clientes". No es de extrañar, por tanto, que esto le llevara a la ruina y tuviera que vender (o malvender) tanto su casa de Ámsterdam como su taller de estampación y retirarse a las afueras empobrecido por completo.



@scamarzana