Una imagen de la edición del pasado año

Arranca el Festival Fiebre Photobook, una cita que gira en torno a la edición de fotolibros, en La Casa del Lector de Madrid. Charlamos con algunos de los visitantes internacionales que acuden a la cita gracias al Programa PICE de Acción Cultural Española.

En esta era tecnológica en la que un apagón general nos dejaría huérfanos de toda nuestra información, datos e imágenes, el libro en papel puede convertirse en un objeto al que prestarle especial atención. Su información permanecerá inamovible pasen los años que pasen y en ese terreno los libros de fotografía están explorando nuevos formatos y diseños. A ellos se dedica por completo Fiebre Photobook Festival, que abre sus puertas hasta el sábado en La Casa del Lector de Matadero, y cuya quinta edición gira en torno al futuro del libro y las características que tendrá.



Su meta es "ser un punto de encuentro entre profesionales, aficionados a la fotografía y el lector de libros, además de ser un nodo más en la red de festivales europeos dedicados al fotolibro", especifica Miren Pastor, una de las responsables de la cita. Por eso, en esta edición el Programa para la Internacionalización de la Cultura Española (PICE) de Acción Cultural Española ha traído a cuatro profesionales de otros países que aportan una visión internacional.



La fotógrafa Olga Bushkova reconoce que viajar a Madrid supone entrar en contacto con las historias de otros profesionales que pueden "derivar en nuevas colaboraciones o ayudar a reflejar nuestro trabajo desde la perspectiva de otras culturas". Y como un artista no se nutre estando aislado del resto, Christopher J. Johnson, responsable del PhotoEye de Santa Fe, cree que estos encuentros posibilitan una interacción en la que se puede compartir y fortalecer la comunidad". Fiebre Photobook, en fin, se convierte "en una cita en la que conocer a artistas y mediadores locales con los que poder colaborar en el futuro", explica Daria Tuminas, organizadora del BookMarket en el Unseen Festival de Ámsterdam. Pero no solo eso, "compartir es siempre fundamental, especialmente en estos momentos en los que el populismo y el proteccionismo están en auge. Como las artes no cuentan con muchas uniones ni grupos para defenderlas estas citas son clave", añade el diseñador Sybren Kuiper.



El fotolibro visto por sus agentes

Para Christopher J. Johnson los fotolibros son "la presentación de un trabajo de la manera más asombrosa posible. Puede girar en torno a la profundización de un trabajo, hablar de una idea abstracta o sobre la situación política. Un fotolibro se parece a cualquier otro libro, cumple su función cuando a través de él puedes profundizar en tu estudio y te abre nuevos caminos que no habías considerado. Además, permite al artista entonar una idea, lugar o proyecto mucho mejor que una solo fotografía". Algo similar opina Daria Turmina cuando dice que se trata de un proceso completamente subjetivo. "Cuando escojo libros para mi disfrute la edición tiene que causar una respuesta muy personal y esa forma de seleccionar no tiene nada que ver con la objetividad. Hay algo que te llama la atención, ya sea el diseño de los elementos o una conversación con el artista. Simplemente se trata de enamorarse de algo", apunta.



Vista de la edición de 2016 de Fiebre Photobook

En ese sentido Olga Bushkova, que ha sido galardonada con el Fiebre Dummy Award por A Google Wife, un proyecto que arrancó cuando a su marido lo trasladaron a las oficinas de Zúrich, considera que la gestación de un buen libro es algo personal. Cuando se mudaron a una ciudad donde no conocía el idioma ni a nadie más que a su pareja, tuvo que abrirse camino pero no sentía la confianza suficiente para hablar de su profesión.



A raíz de un curso con Alex Majoli y Daria Birang en 2012 decidió fotografiar todos los encuentros a los que asistía durante un año. No con la idea de hacer un libro sino para ganar confianza en su faceta fotográfica. Por tanto para Bushkova el primer paso para lanzarse a la edición de su fotolibro fue tener un mentor que pudiera ver su situación desde fuera y, el segundo, concebir de qué iba a hablar en él. "En mi caso la creación de este libro tiene que ver con el proceso de aprender a ser fotógrafa, de centrarme en mi trabajo y creer en él. El objetivo de completarlo me ayudó a cristalizar todas las ideas y a centrar los resultados que quería obtener".



Al otro lado esta Sybren Kuiper que, como diseñador, ayuda a materializar proyectos de terceros. Se trata de un proceso colaborativo en el que el objetivo del diseñador es tan solo uno: "Ayudar a que el fotógrafo cuente su historia de la mejor manera posible. Conlleva mucha empatía sentir el proyecto pero, por otro lado, ayuda tener cierta distancia", explica. En muchas ocasiones los fotógrafos están "tan sumergidos en su trabajo que les cuesta ver el efecto global sin perderse en los detalles".



Por tanto, una de las características de estos libros es que se convierten en una obra en sí misma, con su principio y su final. Son, por decirlo de alguna manera, un acercamiento a la obra de un artista a la que se puede recurrir tantas veces como se desee permitiendo lecturas diferentes cada vez. Aunque los fotolibros "no son necesarios en absoluto sí pueden ayudar a conceptualizar y estructurar la obra. Tienes una determinada estructura y tienes que tomar decisiones prácticas como el papel, la tipografía o la encuadernación que te ayudan a potenciar el mensaje que quieres transmitir", explica Turmina.



La importancia del libro como objeto

Y en ese terreno se están realizando experimentaciones con un claro regreso a la intimidad. La fotografía ha roto con los lazos del formato de libro estándar y se ha abierto a cualidades interactivas desde "fotos escondidas en pequeños bolsillos a contenido que puede ser desbloqueado a través del teléfono. Esto permite que el lector se involucre más con el artista que con el simple pasar de las páginas de un libro habitual", explica el responsable de PhotoEye. Su evolución técnica, especifica Kuiper, ha llegado en forma de encuadernación. Ahora resulta más accesible trabajar con diferentes tamaños de páginas y tintas que hace diez años pero "el objetivo sigue siendo el mismo: contar una historia de manera tan directa y completa que el lector pueda sentirla antes de entenderla. De modo que si los diferentes papeles no ayudan a contar mejor la historia no tiene sentido hacerlo porque solo puede distraer del contenido en lugar de elevarlo", afirma.



Una de las páginas del interior de A Google Wife de Olga Bushkova

Está claro que vivimos en una sociedad multimedia y tecnológica en la que lo tenemos todo a golpe de clic pero, como hemos apuntado al principio, un apagón general nos lo arrebataría. ¿Es esa la razón por la que el futuro es el libro en papel? Pero, ¿qué clase de libro sería? Muchos, entre ellos Olga Bushkova, siguen disfrutando más de la lectura en formato físico e incluyendo marcapáginas en ellos. "No creo que el libro vaya a morir, piensa en los negativos de las fotos, siguen ahí aunque se hayan convertido en un producto para pequeños nichos o para las salas de cine, no van a desaparecer por mucho que se use Netflix", argumenta. Además, suma Kuiper, "para los libros que solo pretenden comunicar un contenido los medios digitales son suficientes pero si se quiere conseguir una conexión más personal y con más capas se pierden muchas de las dimensiones".



Internet, obviamente, ofrece posibilidades infinitas de navegación, pero un libro tiene un final, elemento que proporciona una dramaturgia, una estructura. Para la artista, "no hay pasión, ni drama, ni desarrollo si no hay un final a la vista. Un libro es una forma finita de mí misma". A Cristhopher J. Johnson le ocurre lo mismo y considera que a pesar de nuestra habilidad para presionar botones, disparar o bajarnos archivos, los artistas siempre van a ir un paso por delante en el compromiso con su audiencia. "Creo que el futuro del fotolibro", concluye, "tiene que ver con el compromiso entre el artista y el lector pero el cómo está aún por ver".



@scamarzana