Obra de Katharina Grosse en el Pabellón alemán de la Bienal de Venecia

Muchos recordamos aquellas Bienales de mediados de junio en las que el calor y la humedad hacían extenuantes los interminables paseos por la Laguna, pero a principios de mayo, cinco semanas antes de las fechas habituales, el aire corre todavía fresco y se camina bien. Cada vez atrae más gente la Bienal más antigua del mundo, ahora en su 56 edición. Cada vez son más los agentes del arte contemporáneo que ven en Venecia el mejor de los escenarios para proyectar su imagen. Se diría que aquí se concentraría todo el peso de la vanguardia intelectual, la pompa del aparato curatorial, el alto poder institucional... pero esos cada vez son los menos, abrumados ante la avalancha de mercaderes, coleccionistas, plumillas, arribistas, blogueros e instagramers, folclóricos y relaciones públicas con ínfulas de variado grado. Aquí estamos casi todos.



Todo el mundo vende algo en Venecia. Algo ofendido ante una pregunta reciente que vinculaba la (su) Bienal con el mercado, Okwui Enwezor, director de la exposición oficial, advertía de los peligros de hablar más de la cuenta porque todos somos, en el fondo, partícipes. Tiene razón. Aquí es cómplice del mercado hasta la última carpa del canal. Pero su bienal hace por ahuyentar la farándula y el ruido. Es seria como lo es él, y poco hay dejado al azar. Las primeras grandes exposiciones que hicieron de Enwezor una de las estrellas del comisariado internacional fueron la Bienal de Johanesburgo y Documenta 11, en 1998 y 2002, respectivamente. No se recuerda tanto una no menos importante que se inauguró en el PS1 de Nueva York tan sólo semanas antes de la cita de Kassel de 2002. Titulada The Short Century, fue una colectiva de más de medio centenar de artistas que ponía el foco en el asunto de la emancipación del yugo colonial de las naciones africanas.



Al pasear por las salas del Pabellón Central y por el Arsenale en esta Bienal veneciana, uno comprende que los poderes de los que hay que zafarse son otros y están ya en todas partes, que el yugo es hoy una cuestión global que requiere de una emancipación igualmente urgente. La exposición de Okwui Enwezor es un ejemplo de rigor historiográfico y altura académica, sin petulancias, al servicio del examen minucioso de la realidad geopolítica de nuestro tiempo. Su título, Todos los futuros del mundo, delataría un talante esperanzado ante lo que está por venir, pero a mí en el Pabellón Central la exposición me ha sumido en un raro estado de melancolía.



En el Arsenale, no recuerdo un recorrido tan enconado y tan denso desde la Bienal de Bonami. Arranca con una soberbia sala de Adel Abdessemed y Bruce Nauman y continúa con la estridente cacofonía de Qiu Zhijie, una de sus ya célebres cartografías del caos (también marcaba el comienzo de la última Bienal de São Paulo con un enorme mural en el edificio Ibirapuera). Hay un clima de caos, con ciertas notas de orden aquí y allá. Temperaturas drásticamente enfrentadas. Pronto analizaremos la exposición de Enwezor con mayor detenimiento en las páginas de El Cultural.



Vista del Pabellón Español

A la exposición central le acompaña en los Giardini la conocida pléyade de pabellones nacionales. Si caminamos hacia el Pabellón Central nos reciben los de España, Bélgica y los Países Bajos. Mucho se ha hablado durante estas últimas semanas del proyecto que presenta España, una muestra colectiva comisariada por Martí Manen que gravita en torno a un Dalí ausente. Ausente está su trabajo, pero su personaje desborda la sala central del fastuoso edificio de Javier de Luque a través de lo que dice el artista en diferentes vídeos y de lo que de él se habla -bueno, malo y peor- por parte de diferentes agentes del arte español que han tratado la figura del catalán en diferentes circunstancias. Martí Manen contó con Cabello/Carceller, Francesc Ruiz y Pepo Salazar para tocar desde posiciones divergentes el eco que tras de sí deja un artista incómodo, excesivo, ambiguo, sobredimensionado en su vertiente pública, histriónico y superficial. Es verdad: nuestro mundo no es opuesto a todo lo que encarna Dalí -y tampoco lo es la vacua estupidez que muchas veces rodea la bienal- pero, a pesar de ello, tengo mis dudas sobre la universalidad de este asunto, sobre la vigencia del personaje y sobre el interés que pueda suscitar en un escenario global.



En lo curatorial, el proyecto de Manén es impecable. Todo lo que profesa en un discurso indudablemente singular se despliega en el espacio con extraordinaria coherencia, pero creo que el discurso se impone sobre todo lo demás, y esto incluye a los artistas, a quienes veo algo eclipsados, desplazados por el rigor del texto, con trabajos que no distan demasiado del que ya venían practicando en sus respectivas carreras. Me queda, por tanto, la duda de si este es el lugar idóneo para plantear estas audacias curatoriales, aunque conociendo como creo conocer el trabajo incisivo y siempre valiente de Martí Manen, no podía imaginar una postura que no fuera la de emplazarnos al desplome del quehacer normativo.



Junto al español, una estupenda colectiva en el Pabellón Belga ofrece una mirada a un tema siempre candente e incómodo para este país: su historia colonial. No es lo habitual en este pabellón mostrar exposiciones colectivas, pues suelen centrarse en proyectos individuales (yo creo que es mejor opción), pero esta es, de verdad, redonda. No se pierdan los trabajos de Mathieu Kleyebe Abonnenc, Tamar Guimaraes & Kasper Akhøj y, sobre todo, la de James Beckett, extraordinaria.



Obra de Danh Vo en el Pabellón de Dinamarca

Es bonita la instalación, sobria y colorida, de Herman de Vries en el Pabellón Holandés (el edificio, de Rietveld, siempre es otro aliciente), y también deslumbra los ritmos espaciales, narrativos y biográficos de Danh Vo en Dinamarca. Hay unos enigmáticos "árboles vivientes" en el Pabellón de Francia y algo decepcionante resulta la de Sarah Lucas en el británico, de quien esperaba más. Extraordinario es el pabellón estadounidense de Joan Jonas, como también acertado es el de Austria, un país que viene realizando grandes proyectos recientemente, con Heimo Zobernig, a quien vimos no hace mucho en Madrid. Chequia, Alemania, los Paises Nórdicos y Suiza merecen también una parada.