Vista de sala con las 30 metopas y la montaña de cornamentas de ciervos

Todo comenzó con una mirada directa a los ojos de un ciervo. Un encuentro fortuito en el Valle de la Alcudia que fraguó un nuevo proyecto. Un nuevo aura que sintoniza y conjuga el lenguaje de la naturaleza con el de los animales. Tan solo una mirada fue suficiente para que entre un ciervo asustadizo y el artista se creara una conexión chamánica. Años después de esa experiencia, Miguel Ángel Blanco (Madrid, 1958) presenta desde este jueves en el Museo Nacional del Romanticismo El aura de los ciervos, una travesía por el mundo animal con la que amplía su gran Biblioteca del Bosque, un año después de haber intervenido en el Museo del Prado con Historias Naturales, 21 piezas animales, vegetales y minerales haciendo dialogar pintura y naturaleza. Un toro en mitad de la sala o un pequeño pájaro al lado de Las Meninas fueron algunas de las intervenciones: "Muchas de ellas pasaban desapercibidas, si no sabías que estaban a lo mejor ni las veías", comenta el artista.



Como si de un viaje al interior de la naturaleza se tratara, la exposición comienza con una cornucopia en un espejo, objeto de la colección del Museo del Romanticismo. Un reflejo que augura lo que contiene el interior de la sala, amoldada para servir como enseñanza de ciencias naturales a todo quien se aventure. En un recorrido personal con el artista, explica que la estampa de Fernando Brambilla, Vista del Palacio Real de Riofrío tomada entre norte y levante, sirve de apertura a lo que viene después. Acto seguido, el Libro de las raíces rayo, uno de los libros-caja escogidos para la muestra. "Los rayos ramifican en el cielo y bajo tierra, cuando impacta sobre la arena y la funde, formando el mineral conocido como fulgurita", comenta Blanco. Y es que los rayos tienen forma de ramas de árboles y estas, a su vez, se asemejan a la cornamenta de los ciervos, "un animal con una larga tradición en el mundo cristiano", y que se han comparado al ramaje de los árboles llenos de atributos relacionados con la germinación, el crecimiento, la regeneración y la persecución de la sabiduría.



A la derecha Miguel Ángel Blanco, creador de la Biblioteca del bosque

A su lado se encuentra una escena de caza pintada por P. de Vos. "Se trata de una pintura de gran tradición que ha derivado también en alfombras. Aquí aún se da importancia a la escena de caza en lugar de al paisaje pero este lienzo da pie al futuro paisajismo romántico en el que las los cazadores pasan a un segundo plano dando visibilidad al paisaje", explica. A continuación, una pequeña imagen de un cazador pintado en acuarela y gouache sobre marfil que da paso a dos pequeñas litofanías que se muestran como dos antorchas que enmarcan la mayor intervención en la sala de Miguel Ángel Blanco.



Estas litofanías se hacían "con velas para que al movimiento de la llama el paisaje representado se moviera". Son dos y cada una de ellas se enclava en dos de las paredes enmarcando las 30 metopas que "guardaba el Museo de Ciencias Naturales. No son todas de ciervos, también hay de antílopes y dos de tigre de bengala". Y ahí mismo, una montaña de cornamentas con sus respectivas cabezas de ciervos. "Todos ellos fueron cazados por el rey Alfonso XIII", matiza el artista. Con un detector de movimiento, una vez pululas por los aledaños a las calaveras de los animales comienzan a sonar bramidos de ciervos, una pelea entre dos machos provenientes de los Alpes italianos.



El libro-caja Candiles

Curiosamente, fue Alfonso XIII quien estableció la primera oficina de turismo de la ciudad entre las mismas paredes del Museo Nacional del Romanticismo. "Es una crítica social a la caza también", matiza Blanco. Y tras esto se despliegan los siete libros-caja inéditos que componen esta exposición y amplían su Biblioteca del bosque, que ya cuenta con 1140 piezas. Comienza con Candiles, objeto que evoca y propicia el desarrollo de la imaginación. Continúa con Cerval, que realizada con rosetas crea una mímesis entre lo natural y lo animal junto unas pequeñas piñas. Así, se crea una imagen onírica en la que después del desmogue de los ciervos, en lugar de crecerle una nueva cornamenta le crecen árboles desde las rosetas.



Prosigue con Ciervo de diez puntas, "inspirado en una canción de un druida irlandés que decía que era un ciervo de siete puntas", invocando así una "ambición de adquirir conocimiento a través de la naturaleza". Se mimetiza con unos líquenes que son, a su vez, los dormideros de los ciervos. Además, se ha pintado la pared de la sala de este color para dar una impresión de ser partícipes de esa naturaleza sabia y ordenada. Cuerna hipnótica crea una alegoría, una ilusión con formas de cornamentas imposibles. Cernunnos, dios celta de la abundancia, está realizado con encina y pezuñas, atributo que alude a la regeneración de la naturaleza "evocando a los sacrificios y los ritos de ofrendas", cuenta Blanco.



Libro-objeto Soy un ciervo de diez puntas

El libro Contacto nocturno cuenta el inicio de toda la exposición y proyecto. Aquel encuentro en el Valle de la Alcudia que dio origen a la idea de ahondar y proseguir con su interés por la naturaleza y el mundo animal. Como punto final se encuentra Bramidos tras la máscara, última pieza de su colección que simboliza los sonidos que se crean al chocar las cuernas con la berrea y recuerda la fascinación de la expansión del sonido en la naturaleza. Además, "en euskera para rama y cuerno se usa la misma palabra, adar, lo que muestra que la tradición de la naturaleza es muy larga".



Su obra magna es la Biblioteca del Bosque, una colección de libros-caja que lleva configurando desde el invierno de 1980. Una cohesión entre arte y literatura, entre vista y lectura, entre lienzo y papel. La misma idea que Virginia Woolf contempló en Orlando pero en sentido completamente contrario: "Una cosa es el verde en la naturaleza y otra en la literatura. La naturaleza y las letras parecen tenerse una natural antipatía; basta juntarlas para que se hagan pedazos", escribía la británica en 1928. Son ya 25 años realizando esta gigantesca labor que deriva en una depuración de la técnica. Ahora el artista tiene claro lo que quiere, crea menos pero de manera más inteligente. Un pequeño goteo de objetos. Un goteo de ideas. Y de la acumulación la condensación. Como una estalactita.