Vista del stand de Espai Visor en Frieze Masters con el archivo de Graciela Carnevale

Otra vez, como cada mes de octubre, llega la feria de arte Frieze y con ella, frente a la pantalla del ordenador en blanco, la misma historia de siempre: ¿Qué contar? ¿Bajo qué criterios hemos de acercarnos a este tipo de eventos? ¿Es posible arrojar sobre ellos alguna luz crítica, que es la luz con la que supuestamente han de alumbrarse los contextos bajo los que se manifiesta el arte contemporáneo? ¿Podemos aplicar otro juicio que vaya más allá de si hay más gente o no en esta edición (para mí hay la misma de siempre, aunque, ahora que lo pienso, me sorprendió el predominio de público italiano), de si hay más galerías este año que el pasado o de si la articulación arquitectónica del lugar ha sido realizado por este o aquel arquitecto o arquitecta, datos, en definitiva, que encontraríamos en cualquier dossier de prensa?



Otra vez, como cada mes de octubre, uno comprende que las ferias de arte son un terreno en el que sólo mandan las galerías, que habitan durante cuatro días un terreno endogámico en el que se habla un lenguaje que no entiendo. Podría arrancar diciendo que nada más entrar en la carpa de Frieze London en Regents Park hay un gran cuadro de Secundino Hernández en el stand de Victoria Miro, una de las galerías más poderosas de Londres; podría decir que Helga de Alvear recupera, no sin riesgo, la obra de Ana Prada en un stand exclusivamente dedicado a la artista zamorana, que llevaba ya tiempo sin exponer. Me pregunto si puede interesarle al lector si a quien escribe le gustó especialmente el stand de la galería brasileña Fortes Vilaça, que tenía trabajos extraordinarios de Iran do Spirito Santo o de Jose Damasceno, unos de los pocos que lograban detener la mirada entre tanto ruido. Este tipo de comentario es todo lo que los que se dedican a escribir sobre arte contemporáneo puede aportar en una feria de arte, un lugar en la que se hallan indefensos y abocados a la melancolía.



Obra de Jenny Holzer en el stand de Sprüth Magers en Frieze Masters

Lo que realmente sería interesante saber, lo que determina la inclusión de esta u otra artista o de esta u otra obra, sólo responde a cuestiones específicas de cada galería a las que nos es difícil acceder y que probablemente se deciden entre tres rusos ricos en el restaurante ruso más exquisito de la capital del imperio. Imagino que en este tipo de ferias la selección de artistas y el montaje de los stands se deciden no tanto por querer dar una visión global del quehacer de la galería como por los coleccionistas que hayan confirmado su presencia en la feria, gente que probablemente haya comprado anteriormente en la galería. Y esta, como no es manca, ya habrá indagado por dónde pueden ir los tiros de su gusto estético, un gusto que, naturalmente se sienten en la obligación de adiestrar. Entonces, ¿puedo yo decir si una feria es buena o es mala? ¿de qué vale mi juicio? Si esta feria es buena o no lo sabremos el domingo, cuando se hagan los números.



Una feria muestra las tendecias del mercado pero en ningún caso las del arte. Y como la realidad que rodea al mercado sólo la conocen en profundidad sus adláteres habremos de conformarnos con juicios personales de stands y trabajos puntuales, que es la única forma que encuentra quien escribe para moverse por estos fangos. Reconozco que la escandalosa presentación de hace unos años, que coincidió con la consolidación del nuevo dinero ruso, árabe y chino en Londres, no se ha vuelto a dar en Frieze, y que vuelve a haber un poco de todo (y bueno) y no sólo aquel arte fallero e indigerible dirigido a las nuevas fortunas. Las mayores sorpresas me las he llevado en Frieze Masters, esa rama que le salió a la feria hace ahora tres años y que incluye a galerías y anticuarios que comercializan antigüedades, arte moderno y arte contemporáneo hasta los años setenta, aproximadamente. Uno pasea por sus pasillos sobre una suave moqueta y entre muros entelados para tropezarse con una talla etrusca, una pintura del taller de El Greco, un Rembrandt (se aprovecha el tirón de la exposición del holandés en la National Gallery) o un Donald Judd.



Obra de Pierre Huyghe en el stand de Esther Schipper de Frieze London

Las grandes galerías participan en Frieze London y en Frieze Masters (¿cuánto cuesta todo eso?). Marian Goodman, la gran protagonista de esta feria tras la apertura de su nuevo espacio en el SoHo, presenta en Frieze Masters un stand descomunal con obras magníficas de italianos como Giovani Anselmo y Giuseppe Penone. Sprüth Magers acude a figuras como Reinhard Mucha, Rosemary Trockel, Bernd y Hilla Becher, Jenny Holzer o Barbara Kruger en un stand fabuloso, con obras dignas de la gran colección institucional de la que pronto formarán parte, si es que no se las lleva algún nuevo rico, que lo dudo.



Pero lo verdaderamente extraordinario de esta edición de Frieze Masters es el stand de la galería valenciana Visor, que recupara el archivo de Graciela Carnevale, una de las artistas esenciales para entender los movimientos artísticos de los sesenta latinoamericanos. Perteneciente al Grupo de Arte de Vanguardia de Rosario, Argentina, responsable del ya mítico Encierro, una acción radical en la que la artista encerró al público asistente a una exposición. Se trataba de propiciar que la audiencia del arte tuviera que adoptar forzosamente una posición, algo que chocaría con la voluntada de la dictadura de mecer al pueblo, de sumirle en el letargo de la inacción.



Performance del artista Nick Mauss en Frieze London

Esta acción, junto a otras, se enmarca en lo que se conoce como Tucumán Arde, uno de los episodios más relevantes de la segunda mitad del siglo XX en lo que concierne a las complejas relaciones entre el arte y las inquietudes políticas en las que se inscribe. El archivo consiste en fotografías, cartas y documentos que han sido cuidadosamente digitalizados y catalogados. Y aunque los archivos se encuentran en cajas que adquieren un aire escultórico, la presentación de documentos y fotografías en los muros evoca el desdén de Carnevale y sus colegas hacia el objeto burgués. Se hace raro ver esta joya del arte latinoamericano en un contexto como Frieze Masters, y constituye una oportunidad única para constatar la cobarde sumisión del arte de nuestros días a los rigores inefables de nuestro tiempo.



Y para terminar, sí, lo diremos de nuevo: la feria este año mantiene un nivel de calidad muy alto, que es la frase que habremos escrito cincuenta veces todos los que nos acercamos con cierta regularidad a estos circos comerciales. En Frieze parece que se compra mucho y se vende mucho. Es todo lo que puedo decir. Y dicho esto, salgamos del parque y vayamos a Pierre Huyghe y a Trisha Donelly, a Sigmar Polke y a Richard Tuttle, a Glenn Ligon y a Cerith Wyn Evans en las extraordinarias instituciones de la ciudad que de verdad mueve los hilos del arte contemporáneo global.