Tàpies en la última entrevista concedida a El Cultural en 2008. Foto: Santi Cogolludo

Resulta difícil hablar de una persona que falta y, además, de un personaje tan complejo como Antoni Tàpies, que proyecta tantas luces como sombras. Y, sin embargo, hay en él un mensaje que tendría de quedar: una fe en la cultura y el arte. Él entendía ambas en un sentido humanista, en la acepción más elemental y directa que tiene esta palabra: la cultura como aquello que nos construye como personas, que nos hace mejores, que nos ayuda a comprender el mundo que nos rodea. Pero este ideal se manifiesta en Tàpies de diferentes maneras. Acaso la riqueza de su figura radique precisamente en esto, en las múltiples -y también contradictorias- formas en que entendió este compromiso.



Una de sus vertientes es su apuesta política. Una apuesta que es difícil de explicar en los tiempos que corren y que acaso resulte inverosímil. Pero esta fue una de sus batallas -aunque no la única- como creador y como persona. Cuando rondaba la cincuentena escribió un libro que nos parece fundamental para introducirnos en su universo: Memoria personal: fragmento para una autobiografía. Como el título indica, se trata de un texto personal, en el que Tàpies relata su propia historia como creador plástico y como individuo. Pero en él se narra también el proceso de construcción de la democracia y cómo la cultura -para él, la cultura progresista- se alía con y contribuye a edificar estos ideales. Curiosamente, sus "memorias" concluyen con el fin de la dictadura, aunque la vida del artista haya continuado hasta ahora. Y esto es así porque Tàpies piensa la cultura como construcción de la democracia y él creía contribuir con su creación en este empeño. Su obra se identifica con la democracia y la llegada de ésta confirma, a su vez, la validez de su obra.



Pero paralelamente existen otros Tàpies. Hay un Tàpies del silencio, de la contemplación, de la búsqueda del absoluto... Una de las aproximaciones más sugerentes al pintor se la debemos a Pere Gimferrer, quien de una forma poética y metafórica situaba a Tàpies en una tradición "oculta" de la cultura catalana. Frente a una cultura de la claridad, del orden, de la naturaleza, del clasicismo, que es, de algún modo, la oficial, existe otra herencia que encarnan los Llull, los Gaudí, los Foix, los Miró, pájaros de lo nocturno, cazadores de enigmas. Es en esta filiación, que -siguiendo a Gimferrer- podríamos llamar de "los alquimistas", exploradores de lo oculto, de los arcanos, de lo invisible, en la que hemos de situar a Tàpies. El Tàpies hermético y metafísico es otra de sus vertientes.



Y aún hay más: en su última entrevista, concedida a El Cultural, el propio Tàpies, un Tàpies ya anciano, nos hablaba de "bondad" y de "amor". Este último Tàpies estaba empeñado en una nueva búsqueda, la de unas imágenes que afectasen al espectador y le llevaran a un estado sereno.



Tàpies, figura poliédrica, rica y compleja, contiene en sí multitud de facetas, algunas paradójicas, a veces contradictorias, las mismas que el tiempo que le tocó vivir. Él supo darles una forma personal y transmitirlas de vuelta. Su obra es nuestro legado.