De izquierda a derecha: Antonio Bonet Correa, Javier Solana (entonces Ministro de Cultura), Juana de Aizpuru y Joaquín Leguina en 1985.

Repasamos 30 años de la feria que nos ha enseñado el arte contemporáneo. Desde los chollos de 1982, cuando unos sellos de Gordillo costaban 50 pesetas, a los 3.600 periodistas acreditados en 2007.

Volver a empezar. Este año ARCO cumple treinta años y, sin embargo, se va a recibir como una primera edición. Después del colapso del pasado año, cuando casi se llegó al punto de no retorno, lo primero que todos juzgaremos es si por fin ARCO ha llegado a convertirse en una feria profesional, homologable a los países de nuestro entorno. El marco general de la crisis económica deja en suspenso las expectativas del volumen de negocio para el galerismo español y las deficiencias y errores del pasado sumarán realismo a la hora de revisar la calidad de las galerías extranjeras. No se trata tanto de las cuentas de resultados como de aprobar un modelo de feria y, tras su celebración, evaluar si es viable y definitivamente se puede considerar un punto de partida para sucesivas ediciones.



Antes de adelantar acontecimientos, de momento, queda la pregunta de por qué hemos tardado tres decenios en concretar una feria de arte contemporáneo con neto perfil comercial: cuáles han sido los condicionantes que han determinado que antes que un evento comercial, ARCO fuera un escaparate institucional y un fenómeno mediático y social. Y también plantear si todos los huecos que puede dejar esta nueva feria, ya se han cubierto o no. Pues durante treinta años ha sido mucho lo aportado por ARCO al arte y a la vida cultural de nuestro país: la mayoría de los que asistimos y también de los trabajamos hoy, hemos aprendido allí a ver arte contemporáneo en una feria. ARCO ha sido durante generaciones la ventana a la dimensión internacional del arte. Al cabo, sus éxitos han sido indisociables de su condena como fracasada feria comercial.



La época de los chollos

La feria surge en 1982 como fruto del voluntarismo de la galerista, hoy decana, Juana de Aizpuru. Entonces, sin apenas ningún museo de arte contemporáneo en España, sorprende que pudieran reunirse más de sesenta galerías españolas junto a veinticinco extranjeras. Fue la época de los chollos. El galerista italiano Lucio Amelio ofrecía arte povera desde 300 a 2.000 euros actuales pero no vendió nada. Al albur de la recién estrenada democracia, los galeristas y artistas españoles ponían todo su entusiasmo: creo recordar que fue en Estampa donde adquirí una hoja de "sellos" de Luis Gordillo, de una serie numerada, al precio de cincuenta pesetas cada ejemplar. Cuatro años después, en la edición de 1985, se doblaba el espacio (diez mil metros cuadrados), ya había más de 160 galerías -92 españolas y 72 extranjeras-, 21 países representados en total y cien mil personas acudían a ARCO: la feria había hecho emerger un público de arte contemporáneo hasta entonces sin identificar. Por primera vez se superó el millar de periodistas registrados. Y el interés por la rentabilidad política de este fenómeno no se hizo esperar.



El perfil fuertemente institucionalizado de ARCO cristaliza con el nombramiento de Rosina Gómez-Baeza en 1987. Una mirada a los datos de la feria al año siguiente da cuenta de su proyecto original de gestión orientado hacia la calidad e internacionalización. Además, los programas educativos y los foros de reflexión teórica se intensificaron. Y nació la Fundación ARCO, con su comité de expertos para crear una colección propia. En 1988, por primera vez las galerías extranjeras superan a las españolas, una tónica que se ha mantenido hasta ahora (salvando el bache de la crisis económica tras el 92). Pero el "año de la expo" anticiparía muchos rasgos de lo que definiría la feria posteriormente: su imparable potencial mediático -entonces los periodistas registrados fueron ya más de dos mil trecientos- y su tendencia a crecer exponencialmente durante la década de 1997 a 2007. Hasta el punto de que cada año, parecía que necesitaba batir un nuevo récord.



Ya con sede en la Feria de Madrid Juan Carlos I, las 213 galerías presentes en 1997, llegaron a 290 en 2006, procedentes de 36 países y repartidas en casi 23 mil metros cuadrados: fue el ARCO de la globalización. El hito de doscientos mil visitantes se alcanzó en 2004. Y el de prensa en 2007, el primer año de Lourdes Fernández que heredó la gestión de Gómez-Baeza, con más de 3.600 periodistas acreditados. Cada año, se habían ido aumentando programas específicos, asimilando las novedades de las grandes ferias como Basilea: vídeos en oscuras room projects, net.art, performances e instalaciones de arte público. Morir de éxito

Además, el embudo de la feria había logrado implicar a toda la ciudad: los museos y centros de arte en Madrid y las propias galerías en sus sedes habituales ofrecían la mejor programación del año, pero también las fundaciones corporativas y las salas y los proyectos alternativos, e incluso se aireaban posicionamientos políticos del sector (contra la guerra o ante el depauperado sistema artístico …). Todo ocurría en ARCO y todo quedaba anulado por ARCO. Entonces, se consideró que el modelo estaba agotado: ARCO moría de éxito.



Las críticas arreciaban por todos lados: los galeristas consideraban que se utilizaba su inversión particular para cualquier otro fin excepto fortalecer el mercado español. Les sobraba la presencia de las instituciones -museos y centros, fundaciones y otros organismos como colecciones de Diputaciones, etc.- que habían ido creciendo a la sombra de ARCO y que, si bien aprovechaban para mostrar sus logros y proyectos, también eran sus principales coleccionistas. Y exigían la criba en el propio sector: habían surgido galerías cuya supervivencia dependía directamente de la cita anual. Además, les estorbaba tanto público paseando por ARCO y ansiaban una asistencia puramente profesional, en torno a cuarenta o sesenta mil, como en París, Colonia, Londres o Nueva York. Por otra parte, la voracidad fagocitante de ARCO evidenciaba todas las deficiencias que seguimos arrastrando en el sistema del arte en España: la falta de otra cita anual o bienal que reuniera al sector. Pero también, el anquilosamiento de programas y departamentos de arte en las Universidades: el hecho de que el principal foro de arranque de los denominados "estudios visuales" en nuestro país se haya producido en ARCO dice mucho de cuál es la situación real de la estructura universitaria en historia del arte y mitiga el juicio severísimo que se hizo a la feria desde el proyecto Desacuerdos, en el sentido de que ARCO evidenciaba la penosa historia del arte contemporáneo en España desde la Transición, laminado y condicionado por un coleccionismo provinciano donde se distorsionaba aún más el secuestro del arte por parte del mercado especulativo del "todo vale".



Pensando en mañana

Aunque en los últimos años ya no todo el mundo viene a la feria, ARCO es necesario. Acompañada por otras ferias como ArtMadrid, DeArte y JustMad, y amenazada por el proyecto de una nueva feria que se celebraría en Barcelona, la cuestión última es que el mercado del arte en España sólo se solucionará con un IVA del 7% competitivo y equiparable a otros países europeos, una nueva Ley de Mecenazgo, independencia institucional y una transparencia en el galerismo que impida exclusiones e inclusiones injustificadas y que reconozca la importancia del resto de profesionales.