Arte

Thomas Locher, el escenario de la ley

Old and new subjects

13 abril, 2006 02:00

Convention against torture and other cruel inhuman or degrading treatment or punishment. Article I, 2006

Helga de Alvear. Dr.Fourquet, 12. Madrid. Hasta el 6 de mayo. De 3.900 a 30.000 e.

Esta es la primera individual en Madrid de Thomas Locher, nacido en Mundergirken, Alemania, en 1956. Estudió en las universidades de Stuttgart y Colonia y ahora vive en Berlín. Entre sus exposiciones más destacadas está la realizada el pasado año en la Kunstsammlung Gera o el Museum in Progress und Arbeiterkammer de Viena. Está representado por galerías como Georg Kargl, Reinhard Hauff o Haas & Fuchs.

Por mucha que sea la importancia del lenguaje en las obras de Thomas Locher no es menos la del modo en que antes que leer las palabras, las visualizamos. Puede decirse que sus ideas sobre el asunto que se quiera no tendrían mayor incidencia si no se viesen en el espacio de reflexión que el artista crea.

Antiguos y nuevos temas hace girar su discurso en torno a varios artículos de la Convención de los Derechos Humanos sobre tortura y genocidio y enmarca las paráfrasis, añadidos y notas de Locher en una especie de inmenso mural fotográfico que corre por las paredes de las dos salas principales de la galería Helga de Alvear.

Los artículos primero, segundo, sexto, séptimo, noveno, décimo y decimoquinto de la Convención atienden, fundamentalmente, a lo categórico y determinante de la reivindicación de esos Derechos, a la capacidad jurídica del individuo y al principio de igualdad ante la ley. También se refieren a la detención ilegal, a las condiciones de encarcelamiento y al derecho a un proceso penal independiente. Locher subraya, tacha, extrae, anota y comenta desesperanzadamente el contenido de esos artículos. Inevitablemente, el espectador consciente coincide en su desolado análisis. Basta con ojear los periódicos del día, de cualquier día, de cualquier semana, de cualquier mes, de cualquiera de estos años últimos vividos para saber que es muy poco, si no nada, lo que hemos avanzado en el campo del derecho desde su promulgación en plena posguerra, 1948, hasta hoy. Y eso, y aún peor, si no hemos retrocedido y un largo trecho, además, en su aplicación universal.

Lo que vemos, no lo que leemos, nos sitúa en una perspectiva que va más allá del mero lamento sobre el presente. Con cuatro imágenes, fragmentos a su vez de otras tantas obras, de siglos y contenidos diferentes, Locher viene a decirnos que si nuestra situación resulta tan hiriente como frustrante no es únicamente por la brutalidad del presente sino porque hemos ido construyendo un edificio ideológico que por sesgos muy diferentes conduce a ese destino.

La Profanazione dell’Ostia, de Paolo Ucello, nos recuerda que, amén de su interés por la perspectiva, Ucello, el pintor, reprodujo una de las leyendas antisemitas, aquella que hace a un judío intentar quemar la forma consagrada para que se produjese el milagro de que ésta sangrase con tal abundancia que anegó la casa y delató al hereje, convenientemente detenido y castigado. La Musurgia Universalis o Composición universal, de Athanasius Kirchner, fechada en 1650, es quizás el primer gran tratado musical de occidente, cuya influencia alcanza a figuras míticas como Bach y Beethoven. Fue también el primero en establecer la importancia de las emociones en la música. Locher nos muestra aparatos concebidos para hacer llegar la voz de los salones aristocráticos a los patios y lugares populares. Del mismo modo que, un siglo más tarde, los teatros y salas de espectáculos serían estudiados y analizados en La Enciclopedia, de Diderot y d’Alembert.

Por último, El taller del pintor, pintado en 1855 por Gustave Courbet, manifiesto del realismo del pintor de la Comuna, quien ayudó a derribar la Columna Vendôme, en el que aparecen las distintas clases sociales a las que debe "representar" el artista, incluidos la modelo desnuda y el escritor amigo, Baudelaire, y que no olvida añadir, entre sus personajes, a un oriental, quizás un judío, que acaricia una arqueta de ignorado aunque no impensable contenido.

Somos, pues, lo que nuestro imaginario almacena de resistencias, de construcciones y de prejuicios, y si el arte es un lugar posible en el que el sujeto-artista puede eludir o confrontarse con la ley, no es menos cierto que es, también, el lugar donde la cruzada de la ley se hace visible y desde donde, desde hace siglos, se propaga.