Image: Alexander Apóstol

Image: Alexander Apóstol

Arte

Alexander Apóstol

19 junio, 2003 02:00

Sin título (São Paulo)

Casa de América. Paseo de Recoletos, 2. Madrid. Hasta el 31 de julio

Desde la distancia que da vivir en reino ajeno, lejos de una tan convulsa como calamitosa realidad de origen, Alexander Apóstol (Caracas, 1969) plantea en esta muestra un complejo juego de espejos entre diversos planos de la sociedad venezolana.

Lo hace con un método sencillo que parte, eso sí, de un amplio conocimiento de localizaciones y cargas simbólicas y reviste a sus obras de cierto aura, de un misterio propio de las estampas de la desolación. Apóstol toma lugares de Caracas, sitios por él bien conocidos que (pensados para ser, más que edificios, símbolos de un país pujante) se levantaron para hacer de baluarte a la vez que de motor de la modernización de la urbe americana entre 1930 y 1960. Sobre todo fotógrafo, aunque de vocación multidisciplinar (hay aquí también intervención escultórica y vídeo), el artista roba la antigua imagen de láminas de la época o fotografía el resto decadente de una serie de arquitecturas o fuentes características del período modernista venezolano y, mediante la intervención digital, degrada su pasado intento de esplendor hasta convertirlo en triste y no burlesca caricatura de sí mismas. Así, las fuentes, intervenidas, se vuelven tan espléndidas como inútiles, con chorros de agua que se elevan varios pisos de altura y las residencias son cegadas y convertidas en virtuales piezas escultóricas de porcelana, monolitos absurdos que no sirven para la vida ni para nada que no sea expresión de un feo afán decorativo.

Hasta ahí llega (sin afán explícito de denuncia) la mirada hacia el actual momento económico, político y social de Venezuela, un país que se equivocó con un sueño de grandeza que se tornó pesadilla. Sin embargo, no es difícil extender ese plano de alegato historicista y amargo al ámbito de lo interior personal. Sin dificultad puede verse en estas imágenes de inútiles fuentes excesivas o de fachadas cerradas en sí mismas, inhabitables, una alusión a la actitud paralela del hombre que, frágil como la porcelana y deformable como el hierro, impone una apariencia impenetrable, sólida, orgullosa y hueca: metáfora, acaso, del macho latino. Acaso de más cosas.