Image: Calder, la poética de la ingravidez

Image: Calder, la poética de la ingravidez

Arte

Calder, la poética de la ingravidez

20 marzo, 2003 01:00

En primer plano, Nenúfares rojos, 1956. Solomon R. Guggenheim, New York. Detrás, de color blanco, Pittsburgh, 1958. Ciudad de Pittsburgh. al fondo, La "Y", 1960. The Menil Collection, Houston. Foto: Erika Barahonda Ede

La gravedad y la gracia. Museo Guggenheim. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 7 de octubre

Cuatro móviles grandiosos, suspendidos en el espacio vertiginoso del atrium del Guggenheim, proclaman la elevación de espíritu y la trascendencia de la creación de Alexander Calder (Filadelfia, 1898 - Nueva York, 1976), artista inclasificable, extraordinariamente versátil, uno de los adelantados que abrieron la nueva frontera a la escultura de la modernidad, desvelando enigmas de su costado mágico, la sorpresa visual de metáforas formales inéditas, las maravillas de un funcionamiento simbólico insospechado y, sobre todo, un sistema poético que contradice la lógica de la estatuaria, convirtiendo la escultura en levitación, en movimiento y vuelo, en puro fenómeno aéreo. Las formas redondas, lobulares y lanceoladas de estos móviles -Nenúfares rojos (1956), Pittsburgh (1958), La "Y" (1960) y Sin título (1968)-, recortadas en chapa, pintadas en colores planos y engarzadas con varillas de hierro, se abren y derraman en el vacío como inmensas paráfrasis de ramos arborescentes, de flores, peces, pájaros y seres deslizantes, que articulan el espacio en conexión con las rotaciones, ritmos oscilantes y leyes de la suspensión y de los movimientos de la Naturaleza. Estas piezas transfiguran la arquitectura del enorme hall del museo en universo cambiante, de carácter vibratorio, logrado con la sencillez de las cosas naturales. Se trata de un fenómeno de registro casi -y sin "casi"- musical: los móviles, mecidos en el aire como sonidos hechos forma, junto a los gongs, efectivamente sonoros. Esta "música" se extiende por la segunda planta del edificio, ocupada por las otras sesenta piezas de la exposición.

Las tres salas iniciales, dedicadas a las primeras series de móviles y de stabiles, de los años treinta y cuarenta, declaran la admiración de Calder por Miró y Arp, por los constructivistas rusos, así como por Mondrian. A todos ellos los conoció en París, y también a Pascin, Picasso, Kiesler y Léger, cuyas poéticas él fue capaz de asimilar en una integración tan sencilla como imprevisible. El formidable desarrollo expositivo subraya cómo el concepto calderiano arranca de la escultura de formas ramificadas de Rodin y del respeto que el joven escultor e ingeniero que era Calder sentía por los principios del constructivismo. A ese respecto, piezas "de suelo" -o stabiles- como Bolita con contrapeso (1930), Crucero (1931) o Esfera atravesada por cilindros (1939), funcionan como paradigmas de la formación de Calder que, con estas obras, rompió con su ingeniosa producción primera, la de sus también famosas esculturas de alambre, corcho y madera, representando animales, figuras circenses y retratos de contemporáneos. Aunque aquel conjunto de piezas de los años veinte, que culminaron en el Circo, constituye uno de los hitos del arranque de la escultura como "dibujo en el espacio", Carmen Giménez, comisaria de esta exposición, ha prescindido aquí de ellas, centrando la muestra en sus aportaciones más "sólidas" y "serias", en los stabiles y móviles, referidos a "contravenir" las leyes de la gravedad y a establecer la escultura en los dominios de la magia, de la mano de los surrealistas más libres. La exposición resulta, así, una sucesión movida y luminosa de variados espacios de fiesta visual (lo que subraya el montaje de Juan Ariño), poblados de emblemas: los móviles (felizmente ninguno de ellos accionado a motor), levitando transparentes e ingrávidos, seducen por su belleza -en especial, los de las series Nevisca y Constelaciones-; y los stabiles, introduciendo ensamblajes y elementos de fuerte carácter constructivo, proyectan la creación de Calder a la definición de esa escultura nueva que viene ocupando extensas zonas antes reservadas al espacio arquitectural.