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El Cultural

Mariana Enriquez, crónicas de una coleccionista de tumbas

La escritora bucea en una de sus grandes pasiones en ‘Alguien camina sobre tu tumba’, un recorrido por camposantos entre la crónica y la autobiografía lleno de melancolía, vida, amor, sexo y obsesión

16 abril, 2021 09:29

“Los cementerios son máquinas de contar historias. Hay muchas tumbas con historias: la del fantasma, la del amor oculto, la de la masacre, la del robo, la del cementerio desaparecido…” Ya de adolescente, Mariana Enriquez (Buenos aires, 1973) comenzó a tomar notas e impresiones sueltas de sus visitas a camposantos, primero sueltas y al correr de los años más sistemáticas, cuando su carrera de escritora la llevó por medio mundo. “Son visitas más bien precarias, escapadas en un festival de literatura, estar dos días de turista en una ciudad y visitar rápidamente a un cementerio y volver. No hay un plan. Voy a lo que puedo o lo que la vida me lleva”, explica.

Estos paseos, veinticuatro en esta nueva edición de Alguien camina sobre tu tumba (Anagrama), que amplía la original, editada en Argentina en 2014, llevan al lector a través de lugares célebres y cargados de historia como Montparnasse en París, Highgate en Londres o el cementerio judío de Praga, y de otros recónditos, decrépitos, remotos o secretamente bellos. Unas crónicas heterodoxas y sorprendentes, que combinan cierto aroma macabro con pinceladas de humor y referencias literarias, y que están teñidas de lo que la autora llama “mi necroautobiografía”.

De hecho, el libro arranca con el relato del tórrido y agridulce encuentro que la escritora mantuvo con un italiano en los años 90 en un cementerio de Génova. Pero no es el sexo lo más raro que Enriquez confiesa haber hecho en un cementerio. “Algo que atribuyo a un momento de locura ocurrió cuando visité las catacumbas de París, donde están todos los huesos del antiguo cementerio de Les Innocents acomodados de manera artística. Me llevé un huesito, lo arranqué y me lo guardé”, afirma la autora, que reconoce que siempre que reedita el libro piensa en si volver a contarlo o no, y “en cuánto lo negaría en ciertas circunstancias, si diría que es una licencia poética. “No es algo de lo que esté orgullosa, pero no lo podía devolver ni ir a la policía… Así que me lo quedé. Mi madre es médica y está tan enojada con lo que hice que se niega a decirme de qué parte del cuerpo es, así que no lo sé”.

Un folclore común

Otra historia curiosa, “relacionada con esas narrativas muy vinculadas a los sobrenatural y la ficción que pueblan estos lugares”, le ocurrió en Lima. “Estaba caminando casi sola por el cementerio Presbítero Maestro cuando me encontré con un señor que hacía de guía improvisado y me preguntó si conocía la historia del dominicano sin cabeza”, relata Enriquez. “Le dije que no y el señor se metió en un nicho vacío y sacó de allí una calavera dentro de una bolsa de basura de plástico negra. Intuyo que lo había preparado como un número simpático, pero fue muy macabro y daba bastante miedo. Obviamente no era la del dominicano, aunque después gogleé la historia y, en efecto, habían arrojado al cementerio el cuerpo de un dominicano decapitado poco antes”.

Pero la fascinación de Enriquez por estos lugares no se circunscribe únicamente a estos aspectos macabros y folclóricos, aunque reconoce que encuentra fascinante ver que “las historias se repiten de manera casi idéntica en diferentes lugares y en diferentes países con relaciones con la muerte muy distintas. Todos los cementerios del mundo tienen la leyenda de un niño milagroso o de un muerto que se despertó en su tumba. Es notable cómo los miedos se trasladan y construyen estas historias muy similares a lo largo del mundo”, destaca.

"Las historias de los cementerios se repiten de manera casi idéntica en diferentes lugares y en diferentes países con relaciones con la muerte muy distintas"

Sin embargo, para ella esta fascinación con los lugares de reposo de los difuntos tiene también que ver “con enfrentar el miedo a la muerte y con la historia argentina como mucho de lo que escribo”, desvela. Una de las crónicas, que fue un poco motor del libro, narra la visita de la escritora a un cementerio a las afueras de Buenos Aires para asistir al entierro de la madre de una amiga, cuyo cuerpo fue recuperado por un equipo de antropología forense que se dedica a buscar a los desaparecidos durante la dictadura. “Fue un evento muy doloroso, pero tenía muchísimo de alivio. Entonces me di cuenta de que muchísimos pueblos han atravesado una historia donde la desaparición de cuerpos o las fosas comunes son parte de nuestro imaginario contemporáneo”.

La escritora hace unos años en un cementerio. Foto: Diego Giudice

Es por ello que los cementerios cobran para la escritora, más allá de despertar su “sensibilidad narrativa y gótica”, una dimensión política y personal. “Una tumba con un nombre, con un principio y un fin, una fecha de nacimiento y de muerte, es algo obviamente doloroso pero que cumple el orden natural de las cosas. Un orden que a veces es hurtado, en Argentina por un gobierno autoritario, pero no es algo exclusivo de mi país. México tiene 60.000 desaparecidos y España también tiene fosas comunes”, apunta Enriquez.

Una llave al pasado… y al futuro

Hay algo turbador en el hecho de no poder despedir a un muerto, en que no exista un lugar donde uno pueda ir a visitarlo, a insultarlo si lo odiaba”, reflexiona la autora. “Por eso para mí es tranquilizador que existan los cementerios, y esa dimensión política tiene que ver con mi historia y con mi vida, por eso lo puedo compartir con los demás. Los escritores somos seres de obsesiones, pero para contar algo en un libro debe tocarte con una dimensión extra”.

"Hay una sensación en Occidente de que la vida es para siempre. Por eso no tenemos ninguna preparación emocional para la muerte, ni la nuestra ni la de los demás"

Porque algo que tiene muy claro la escritora, que afirma que nunca ha pasado miedo en estas visitas, es que “los cementerios son la historia, son una llave al pasado. Por eso en mis crónicas trato de reflejarlos como espacios de memoria atravesados por mí sensibilidad. Espacios que guardan relatos que reflejan cómo es una comunidad y cómo se relaciona con la muerte”. En este sentido, afirma que no tiene nada que ver pasear por Pierre Lachaise, algunos italianos o La Recoleta en Buenos Aires, “lugares puramente turísticos”, a hacerlo por otros “de pueblo, que dan una sensación hasta agradable porque están integrados en la comunidad”. Y asegura que los camposantos abandonados le dan una especie de miedo, “no por estar decrépitos, sino por el mismo hecho de estar abandonados y lo que eso significa”.

Y es que, en su opinión, “hay una sensación en Occidente, que creo que es cultural, de que la vida es para siempre. Algo que lejos de ser optimista me parece que niega un proceso natural. Pensar en ello me da miedo porque siento que no tengo ninguna preparación emocional para la muerte, ni mía ni de los demás”, confiesa Enriquez. Así que, en última instancia, esta cosa exploratoria de los cementerios tiene que ver “con aprender sola a relacionarme con algo que temo pero que inevitablemente pasará”, reconoce. Por ello, en el epílogo la autora consigna una lista de nuevos lugares que visitará en años venideros en este curioso experimento en marcha que es también una forma de reflexionar sobre nuestro pasado y sobre nuestro inevitable futuro.