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El Cultural

Félix de Azúa: "Cuando veo a alguien proclamar respuestas, salgo corriendo"

Como si de una lenta despedida se tratara, el escritor publica 'Tercer acto', última entrega de una falsa autobiografía en la que nada de lo narrado es “real”, aunque su mundo y su pasado estén "lealmente retratados"

13 octubre, 2020 09:03

Poeta, ensayista y narrador, Félix de Azúa (Barcelona, 1944) gasta un talante generoso y cordial, bienhumorado y libre. Vagamundo de la poesía —fue uno de los más destacados novísimos—, la filosofía y la Estética, la intransigencia nacionalista le empujó a instalarse en Madrid en 2011, donde vive y escribe en libertad.

Pregunta. El título del libro remite al teatro, donde el tercer acto es el final de la obra. ¿También de una falsa autobiografía? ¿Qué ha aprendido al llegar al final de la función?

Respuesta. Al final nos llevamos de la vida lo que hemos ido trayendo. Unos se llevan recuerdos, otros se llevan orgullos y glorias, otros dinero y poder. Todo lo que creen haber ganado, en realidad ya lo tenían. Yo me llevo un montón de amigos y sobre todo una cría de ocho años. 

P. ¿Dónde empieza la ficción y dónde la confesión en este libro? ¿Cuántos de sus propios recuerdos les ha prestado a sus personajes?

R. Para un escritor compulsivo, como yo, es casi imposible de distinguir lo que surge de una experiencia y lo que produce una experiencia. Cuando voy por la calle voy escribiendo y cuando subo al metro no puedo evitar contarme cuentos sobre las personas del vagón. Sin embargo, sé distinguir muy bien dónde termina el sueño y donde empieza la dura materia. 

"¿Qué le pasa a este país enfermo de odio? No es solo la incapacidad para acabar con la guerra civil, aquí todo sirve de combustible"

P. ¿Cree que ha sido fiel al dar cuenta de lo vivido y sentido en unos años complejos, finales de los 70, cuando todo parecía posible?

R. Sin duda eso lo dirán los lectores, pero yo puedo decir con toda seguridad que siendo toda la novela un invento, una ficción, una fantasía, no hay una sola falsedad

P. Escribe: "Las preguntas que hacemos son lo que somos. Las preguntas que nos atormentan no están fuera de nosotros, son nosotros". ¿Qué preguntas se hace, qué preguntas es hoy Félix de Azúa?

R. Somos un puro interrogante, una pregunta con patas. Lo más curioso (pero eso sólo se sabe al final) es que esas preguntas son todo lo que sabemos. Es más, cuando veo a alguien proclamar respuestas, salgo corriendo. Seguramente por eso detesto la política. 

Innecesarios y prescindibles

P. Explica en las primeras páginas que en esta falsa autobiografía trata de dar cuenta del mundo “tal y como lo he conocido”. ¿Qué le parece el actual, hemos, como decía Goytisolo, ido a menos cultural, política y socialmente?

R. Es muy difícil de juzgar porque los que hemos venido a menos somos los viejos y puede haber confusión entre el funcionamiento de la próstata y el del transporte aéreo. Yo creo que el mundo siempre es el mismo, pero cambia de máscaras. Por eso me interesa tanto el arte. Es lo único que da cuenta de esos cambios. 

P. ¿Qué dice de nuestra sociedad virtual, obsesionada con las redes, el desprecio de la vejez, esa sensación de que, en lugar de ser los sabios de la tribu, los ancianos sobran y son prescindibles, una carga?

R. Sí, es verdad, resulta molesto saberse innecesario, prescindible, sin el menor atractivo, pero también es cierto que cuando nos sucede eso ya hemos acumulado suficiente sabiduría como para no darle la menor importancia.  

"El mundo siempre es el mismo, pero cambia de máscaras. Por eso me interesa tanto el arte, es lo único que da cuenta de esos cambios"

P. Para los personajes del libro, la política española es una prolongación de la Guerra Civil y viven así, "en guerra civil permanente". ¿Ha cambiado algo o quizá el populismo y el nacionalismo han acentuado precisamente ese guerracivilismo?

R. Es una de las preguntas que me llevaré al otro mundo. ¿Qué le pasa a este país enfermo de odio? Porque no es sólo la incapacidad para acabar con la Guerra Civil, es también la incapacidad para olvidar la Inquisición, la Conquista de América, el cruce de Neandertales y Cromañones. Aquí todo sirve de combustible al resentimiento y al navajazo

Desde el comienzo de Tercer acto, Azúa deja claro que no ha querido retratar a personajes reales, así que si alguien cree reconocer a escritores famosos, “es posible que sufra algún tipo de desorden mental”. Sin embargo, y a pesar de sus protestas, resulta imposible al leer la novela no recordar a creadores de la talla de Agustín García Calvo o José María Valverde… El novelista reconoce que tuvo “la fortuna de conocer a personas de un valor inmenso e irrepetible” como Benet, Ferlosio, Aleixandre, Gil de Biedma, Ferrater, Claudio Rodríguez, Octavio Paz, pero asegura que “por respeto, jamás los convertiría en seres de cuento”, aunque le gusta “aplicar sus virtudes a algunos personajes”. 

P. La gran protagonista del libro es la muerte, pero exenta de dramatismo, con pinceladas de humor. Desde el principio, algunos personajes piensan en acabar con sus vidas “antes que nos destruya”, y asistimos, años después, a la enfermedad y muerte de algunos. ¿Por qué ese protagonismo, y por qué precisamente ahora?

R. La muerte es un asunto muy serio en el primer acto de una vida cuando es la principal amenaza de la juventud, como le sucede a Aquiles. Pasa a ser un asunto más en el segundo acto para los atribulados trabajadores. Cuando llega el tercero es una amiga y hay que tratarla con cariño y cierto desapego humorístico. Si no lo haces, se enfada

P. La novela salta en el tiempo, de 2017 a 1973, de 1963 a 2007 o 1977, de casa de Jünger al París de los cafés y la miseria de los transterrados, y tiene entre sus protagonistas un personaje inolvidable, Julio Silvela Silva (García Calvo quizás), pensador que desconfiaba de la filosofía, era poeta y ocupaba su vida entera en el lenguaje… ¿Qué importancia tiene realmente para usted?

R. Ah, pues es que no puedo separar lo uno de lo otro. Somos lenguaje todos los humanos, incluidos los mudos y los iletrados. Por eso sólo consistimos en un puñado de preguntas. Cuando miras Las meninas me parece a mí que ves a Velázquez haciéndonos una pregunta enorme sobre la luz, el color y las sombras de las personas, pero Goya hace otra pregunta totalmente distinta y no menos aguda y dramática sobre la crueldad y el goce. Los grandes escritores hacen preguntas muy largas, como las seis mil páginas de Proust. 

Progreso hacia el pasado

P. Describe en Silvela Silva a un maestro que enseñaba a pensar y que incitaba “al escepticismo y la insumisión”. ¿Qué ha pasado en la universidad española para que, en general, haya renunciado a formar pensadores independientes y se haya convertido en una destilería de frustraciones? ¿El desprecio a las humanidades puede condicionar realmente el futuro mismo de este país?            

R. ¡Ah, amiga mía, ese es un asunto que requiere horas y días! Yo he visto cómo se hundía la universidad de este país. También las de otros países, pero tenían mecanismos de amortiguación institucional. Nosotros no teníamos nada y la universidad, al caer, se hizo pedazos contra un suelo duro, pedregoso, detestable. Me hace mucha gracia lo del “progreso”, ¡quién pudiera progresar hacia el pasado! 

P. Otro de los rasgos determinantes de la novela es su humor, irreverente y despiadado, pero también cargado de ternura. ¿Es una estrategia válida para afrontar la vida, la única posible quizás?

R. En mi caso, así es. Desde que era muy pequeño me he defendido de las bofetadas con un sentido del humor inquebrantable. Creo haber recibido golpes de cierta importancia, sin embargo, no recuerdo uno solo sin unas carcajadas flotando en el ambiente. En esto me parece que tengo un ADN muy parecido al de Fernando Savater, mon semblable, mon frére.

"Los nacionalistas han logrado matar una de las partes de España más divertidas y cultas. Ahora es un gueto de gente tediosa y amargada"

P. En el París de los 70 los personajes juegan con drogas de diseño, pero también descubren los peligros que pueden encerrar estas sustancias. ¿Es internet la droga actual? ¿Ha sustituido a la religión o ha acentuado el exhibicionismo de una sociedad incapaz de aburrirse y de pensar en lugar de consumir?

R. Yo diría que la droga actual que está destruyendo los cerebros jóvenes e inmaduros no son las drogas en general, sino la más dura de las drogas, el nacionalismo. Es más difícil escapar de ese infierno que de todos los otros porque es una droga para viejos con aspecto juvenil y eso engaña mucho. A un colgado de la heroína se le reconoce de inmediato, a un muerto por nacionalismo no es fácil reconocerle. 

P. Hacemos esta entrevista cuando Torra acaba de ser inhabilitado como Presidente de la Generalitat: ¿sigue pensando que el odio es un negocio estupendo para los nacionalistas?            

R. Lo que han hecho con aquel país los nacionalistas es exactamente lo que andaba yo diciendo antes. Esos padres de la patria han logrado matar una de las partes de España más divertidas, ingeniosas, cultas e inteligentes. Ahora es un gueto de gente tediosa y amargada.

La 'Biblia del Oso', recuperada

Descreído y escéptico, si se le pregunta sobre el papel actual de Ciudadanos o los pactos de ERC con el PSOE, el escritor confiesa que le resulta “imposible saber hasta dónde va a llegar la estupidez institucional. De modo que por ahora no hay nada que hacer. O, mejor dicho, ha llegado el momento de que cada cual haga lo que le dé la gana sin atender al mundo oficial. Como en tiempos de Franco”. 

P. ¿Cuál es la última de sus lecturas compulsivas y por qué nos la recomendaría?

R. Es inmensa, pero no es fácil de encontrar. Se trata de la Biblia del Oso, es decir, la traducción de Casiodoro Reina de los textos hebreos que se editó en el siglo XVI. Había una edición en Alfaguara, agotadísima, pero ahora la van a reimprimir. Es como si la Biblia la hubiera escrito Cervantes, su contemporáneo. Estén atentos a su edición

P. Hace tiempo anunció que no volvería a escribir sobre arte y Tercer acto parece cerrar un ciclo también. ¿Ahora qué, cuál es su próximo proyecto? ¿Un libro de poesía quizás?

R. ¡Ojalá!, pero la poesía me abandonó hace ya muchas décadas y es casi imposible que vuelva a hacerme el menor caso. Mi próximo proyecto es un volumen de ensayos y artículos sobre música. Soy incapaz de leer una partitura, pero la música me ha acompañado toda la vida y es, en este momento, lo que aún me mantiene atado a eso que solemos llamar “las artes”. No obstante, la música no es como las otras artes porque no representa, no figura nada visible o inteligible con palabras. De modo que cuando gozas de una música estás gozando de algo puramente espiritual. No sé cómo podría prolongar los años sin esa ayuda.