Image: Sergio del Molino

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El Cultural

Sergio del Molino

"El dolor es la gran palanca de la literatura"

25 septiembre, 2014 02:00

Sergio del Molino.

El escritor acaba de publicar Lo que a nadie le importa.

Tras la hermosa y dolorosa La hora violeta, Premio Ojo Crítico de Narrativa 2013, Sergio del Molino (Madrid, 1979) vuelve a la literatura autobiográfica con Lo que a nadie le importa (Random House). En esta obra rescata del olvido la memoria familiar poniendo el foco en la vida de su abuelo, marcada por el silencio y la soledad que la Guerra Civil sembró en él y en tantos otros españoles. Del Molino contrapone la historia de su abuelo con sus propios recuerdos de niño en Zaragoza, los de estudiante en Madrid y los de joven escritor en busca de su propia identidad creadora. Como señala Ricardo Senabre en su crítica del libro en El Cultural, Sergio del Molino es "capaz de hacer relevante lo trivial con el solo poder de la palabra exacta y la formulación imaginativa".

Pregunta.- Parecía que la Guerra Civil ya no interesaba como tema literario a los nuevos autores españoles.
Respuesta.- El punto de partida no ha sido la Guerra Civil, sino mi deseo de escribir sobre mi abuelo y su condición, pero la guerra fue el episodio principal de su biografía y obviamente tenía que hablar de ella. Es cierto que ha habido una hiperinflación de libros sobre la Guerra Civil -como hizo notar Isaac Rosa en ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!- y esto ha causado cierto hartazgo. Pero al mismo tiempo te das cuenta de que la mayoría de las novelas de Almudena Grandes y otros grandes autores actuales tienen el mismo sesgo, son novelas de la retaguardia, así que aún hay mucho terreno virgen en la guerra por explorar literariamente.

P.- La novela parece totalmente autobiográfica. ¿Qué espacio ha dejado a la ficción?
R.- Siempre hay elementos de ficción, pero me gusta que no se sepa qué parte es inventada y cuál no lo es, como ocurre en el libro de Rodrigo Fresán que se titula precisamente La parte inventada.

P.- Da la impresión de que, antes que contarle una historia a los lectores, necesitaba contarse a sí mismo la historia de su familia, e incluso su propia historia personal.
R.- Hay un poco de ambas cosas. Por una parte vuelvo a la historia familiar para rescatarla de la ignorancia absoluta y para entender mi propia identidad, pero al mismo tiempo quiero contar todo eso a los demás. La literatura sólo tiene sentido si se comunica, no escribo para guardar lo escrito en un cajón; una vez que me he construido, interpelo al país entero.

P.- ¿Somos una sociedad desmemoriada?
R.- No especialmente, eso es un tópico que se repite a menudo, pero yo no lo creo. Hay muchos mecanismos de recuerdo, lo que ocurre es que no hay una memoria oficializada, como en Alemania o Francia, donde el Estado custodia la memoria. De todas formas, creo que recordamos incluso más de lo que sería sensato, no podemos darle vueltas todo el tiempo al pasado. Literariamente sí, pero socialmente no es sano que día tras día abramos el periódico y nos encontremos con los huesos de Lorca. Deberíamos dejarlos en paz y ocuparnos del presente.

P.- Al final del libro vuelve al tema de la enfermedad, de los hospitales y de la muerte de un ser querido. ¿Escribir de ello es especialmente doloroso, reabre la gran herida que mostró al mundo en La hora violeta?
R.- Es doloroso, me cuesta en general escribir porque tengo un concepto masoquista de la literatura. Tendría que hacérmelo mirar por si es algo patológico, pero siempre me dejo algo de sufrimiento propio en lo que escribo, creo que es la experiencia del dolor es la gran palanca de la literatura.

P.- Construye los escenarios -Madrid, Zaragoza y el pueblo de Bubierca- como si fueran personajes, con una personalidad muy marcada que interactúa y determina a los de carne y hueso.
R.- Sí, completamente, tienen vida propia. Las ciudades son como organismos vivos. Eso es porque concibo el paisaje de forma clásica, para mí es una proyección de la personalidad de los personajes.

P.- Hoy nos parece increíble que las parejas de antaño, como su abuelo y su abuela, aguantaran juntos hasta el final aunque no se soportaran.
R.- Antes no había más remedio porque no había instrumentos jurídicos para separarte. Es terrible estar encadenado durante 50 años a alguien que no soportas y llegar a acumular tanto rencor como mi abuelo, que le dijo a su mujer en el lecho de muerte: "De ti no quiero ni que me cierres los ojos". Hoy nos parece algo exótico y por suerte eso ya se ha acabado, aunque con ello se acabó la gran novela. La edad de oro de la novela decimonónica coincidió con la edad de oro del matrimonio. En el siglo XX, con la llegada del divorcio, las novelas cambian y se vuelven más ligeras.

P.- ¿Qué batallas les contaremos nosotros a nuestros nietos escritores que sean de interés literario? El mayor trauma colectivo que hemos vivido hasta ahora es esta crisis que parece que empieza a remitir.
R.- Eso lo tendrán que decidir ellos. Cualquier cosa puede convertirse en material literario. La guerra no es literaria de por sí, no siempre hace más interesante una biografía. De hecho, cuando le dije a mi madre que quería investigar sobre mi abuelo, me dijo: "Pero si tu abuelo no era nadie, no le va a interesar a nadie". Con eso lo que consiguió fue picarme aún más para escribir esta historia.

P.- Este es su sexto libro. ¿Se considera ya más escritor que periodista?
R.- Ahora me dedico fundamentalmente a la literatura, pero sigo con el periodismo. Mi vocación siempre fue literaria y el periodismo ha sido un instrumento para ganarme la vida escribiendo. Lo que pasa es que descubrí que me gustaba mucho el periodismo. Me gusta mezclar ambas cosas, aspiro a que me acusen de ser un escritor periodista y un periodista muy literario.

P.- Aprovechando que vive en Zaragoza, ¿cómo ve el panorama cultural aragonés?
R.- Precario como en todas partes. Ha desaparecido el Estado, que era el principal sostén de la cultura. Ahora hay un panorama cultural efervescente pero de supervivencia, de guerrilla, de baja intensidad y de intervenciones de corta duración. Al menos hay una efervescencia literaria muy interesante en Zaragoza -Martínez de Pisón, Manuel Vilas, Daniel Gascón, Miguel Serrano Larraz, Carlos Castán, Julio José Ordovás...-, un fenónmeno del que hablo en un artículo de este mes en El estado mental.

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