Pablo Genovés.

La Galería Marlborough de Madrid inaugura hoy la exposición El fondo de la estancia, que reúne la obra más reciente del artista.

Llegamos a la Galería Marlborough y nos encontramos a Pablo Genovés (Madrid, 1959) salpicando agua hacia el suelo, ante la mirada entre divertida y escéptica de todo el staff. Está ultimando el montaje de su nueva exposición, El fondo de la estancia, y se le ha ocurrido encharcar el suelo de la pequeña sala que la acoge, como un guiño a sus típicas escenas de palacios y museos inundados por un mar furibundo y otras fuerzas naturales. Otra cosa es que le dejen. Para comprobarlo, habrá que acercarse esta tarde al número 5 de la calle Orfila de Madrid. A las 19 horas se inaugura la muestra que reúne sus 11 obras más recientes, que amplían el imaginario que el artista viene creando desde 2008 con sus series Precipitados, Cronología del ruido y Antropoceno.



Pregunta.- ¿Qué novedades incorporan estas nuevas obras a las series que viene haciendo desde Precipitados (2008)?

Respuesta.- En primer lugar, la roca. La idea inicial de esta serie era hacer imágenes de rocas que tapasen cosas, que impidieran ver más allá. También introduzco por primera vez en este conjunto de series el primer plano, por lo que en muchos casos he tenido que prescindir de las postales antiguas de las que suelo partir y realizar por mí mismo las imágenes de las obras de arte que, por primera vez también en estas series, presento de forma individualizada, mientras que en las anteriores aparecían agrupadas en un espacio más amplio.





Pablo Genovés: Geología, 2014.



P.- ¿Qué hay en El fondo de la estancia al que alude el título?

R.- Un sitio que queda al que ya no se llega, una sala abandonada a la que no va nadie. Quiero que el montaje cree una sensación de ahogo, que provoque un grito de socorro. El mensaje está en ese punto en el que lo bello se convierte en dramático, quiero que el espectador se vaya con esa sensación, que es la que tengo en la vida. No me refiero solo a la situación que estamos viviendo en España sino a una nueva sociedad que nació con 1984. Esa roca en medio de la habitación puede ser esa sociedad, o el Gran Hermano, o tú, no sé... No me gusta dar una solución, sino muchas pistas, que cada uno se reconozca o se acerque al problema de una manera diferente.



P.- El montaje es, según parece, un asunto en el que se implica a fondo.

R.- Cada vez más, pero ahora las galerías están arruinadas y no quieren montajes muy complejos. Me gustaría hacer más instalación, algo que sí será viable en la exposición que haré en la Fundación Canal en diciembre, comisariada por Alicia Murría, ya que la Comunidad de Madrid puede permitirse un presupuesto mayor.



P.- ¿Qué papel juega el tiempo en estas obras? Por una parte evocan un pasado incierto, pero a la vez parecen advertirnos del oscuro futuro que nos espera.

R.- El paso del tiempo es muy importante en esta serie de obras. Lo puedes ver como un alegato contra el calentamiento global, pero también desde el punto de vista de tu propia vida, de los cambios en la manera de ver el arte, la cultura o las ciudades. Al mismo tiempo quería transmitir la sensación de que estas fueran las últimas fotos que el ser humano pudiera hacer.



P.- ¿Cómo empezó a apropiarse de imágenes encontradas para crear otras nuevas?

R.- En los años 80, Josep Renau estuvo en casa de mi padre [Juan Genovés] durante un mes. Decía que era coleccionista de imágenes y, por la pasión con la que lo contaba, decidí crearme mi propio banco de imágenes desde ese momento. Y hace diez años, cuando me fui a Berlín empecé a comprar compulsivamente postales antiguas en los mercadillos, de modo que me encontré con un montón de material en mi estudio que empezó a sugerirme estas últimas series.





Pablo Genovés: Cámara sin movimiento, 2014.



P.- ¿Cómo realiza la mezcla de las imágenes? ¿Qué trucos técnicos emplea para dotar de verosimilitud al collage resultante?

R.- Digitalizo las postales antiguas y las fotos de los elementos naturales (ramas, tierra, agua, piedras...), que algunas son apropiadas y otras las realizo yo mismo, las recorto y las ensamblo con Photoshop, pero con un procedimiento muy sencillo, sin añadirle filtros. Aunque en el caso de las obras con ramas de árboles no fue sencillo en absoluto. El corte digital ha de ser tan preciso y requiere tantas horas de trabajo que tuve que contratar a dos arquitectos en paro para que me ayudaran.



P.- Esa visión catastrófica de las olas rompiendo contra un gran salón palaciego puede generar cierta euforia. ¿Hay en sus obras también un deseo liberador de hacer borrón y cuenta nueva, de refundarlo todo desde los cimientos?

R.- Los artistas no tienen tantas ideas, lo que pasa es que le dan vueltas y vueltas, se especializan en ellas y por eso llegan más lejos que los demás. En mi caso, la idea principal siempre ha sido crear imágenes ambivalentes: terribles y liberadoras, bellas y feas, cálidas y distantes, llenas y vacías. La obra significa una cosa distinta para cada uno, no hay palabras para describir los mecanismos subjetivos del arte. Por ejemplo: con 6 años estuve a punto de ahogarme en Ibiza. Mi padre se tiró de una barca a salvarme y tuvo que nadar cuatro horas conmigo a cuestas hasta que llegó a la orilla y se desmayó. Seguro que el tema del mar en mi obra viene de ahí. O puede que no.



P.- Vive y trabaja entre Madrid y Berlín. ¿Cuánta ventaja le lleva el panorama artístico alemán al nuestro y qué medidas habría que adoptar para acercarnos a su nivel?

R.- Si yo tuviera un cargo de poder, separaría las facultades de Bellas Artes de otro tipo de escuelas para gente que de verdad quiera ser artista. En las facultades de Bellas Artes te ponen a pintar en un caballete a una modelo. Eso hoy en día es una pérdida de tiempo. En las escuelas que yo propongo -tengo hasta el sitio pensado: las naves vacías del Matadero de Madrid- no podría entrar todo el mundo, sino gente que ya tenga obra, seleccionada por un tribunal. Pondría a profesores españoles y extranjeros que rotarían cada tres meses y cada año habría exposiciones con los alumnos del taller de cada profesor. Si hiciéramos eso, en tres años tendríamos una nueva generación de artistas españoles muy interesantes.

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