Image: Montero Glez

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El Cultural

Montero Glez

"Camarón siempre fue un estudiante"

1 diciembre, 2010 01:00

Montero Glez. Foto: José F. Ferrer.

Hoy presenta en el Hotel Kafka su nueva novela 'Pistola y cuchillo'

Montero Glez maltrataba su poco dinero para seguir a Camarón por toda España. "Durante sus últimos seis años de vida fui a casi todos sus conciertos", explica. El novelista madrileño, caído en gracia en Cádiz hace ya quince años, se buscaba la vida como podía -"mucho autostop"- para estar siempre presente cuando oficiaba el cantaor, acalambrado en filo de la silla, el rajo hondo y los demonios por dentro. Aquella época le estalló en la cara a Montero cuando leyó en el periódico que Miguel Candela, el dueño del célebre Candela, había aparecido muerto en una calle de Lavapiés. En este tablao del barrio madrileño él se hizo escritor y se amamantó con flamenco. El vómito de la nostalgia no lo pudo contener y se ha ido derramando despacio, durante casi tres años, en las páginas que conforman Pistola y cuchillo, su última novela, con la que paga, "un poquito al menos", su deuda con ambos: con Camarón y el flamenco.

Pregunta.- ¿No le asustaba meterse en un terreno sagrado: la leyenda de Camarón?
Respuesta.- No, miedo no tenía. Pero sí he entrado con mucho respeto. Camarón, junto con Hemingway, Shakespeare, Goya y la naturaleza, es uno de mis cinco maestros. Con ese respeto he trabajado estos casi tres años que me ha llevado escribir el libro. Camarón representa el ayer, el hoy y el futuro del flamenco. En él se dan todos los tiempos de esta música, a la que debo tanto. Con este libro le pago, al menos un poquito, mi deuda. No quería hacer una biografía, que me parece un texto muerto, que distancia al lector del biografiado. Yo quería revivir a Camarón y para eso había que escribir una novela.

P.- ¿De verdad Camarón se jugaba los jurdós en peleas de gallo?
R.- No, no, no.... Pistola y cuchillo es una fábula. A mí me iluminó Onetti. En El pozo hay momento que dice: "De todas las maneras en que se puede contar una mentira, la más repugnante es decir la verdad". Si cuentas una verdad muy grande sin sentimiento, no vale. Lo de las peleas de gallo es un recurso que me dio la posibilidad de narrar en primera persona, porque en este libro, más que Camarón, el protagonista soy yo. A mí no me gustan los libros en los que el narrador o el protagonista son un escritor o un periodista, me parecen poco trabajados. Necesitaba darle otro oficio y se me cruzó lo de los gallos una mañana. Aquí en Cádiz no están prohibidos y me gustó que las apuestas no se anotan en papeles, porque lo importante es la palabra.

P.- Por momentos la historia parece un western, una especie de Duelo al amanecer.
R.- Es así. ¿Sabes por qué? Porque se desarrolla en la Venta de Vargas, en Cádiz, y es aquí donde se inventó el western verdadero. Borges decía que los western son la mitología de los americanos. Pero nosotros ya teníamos nuestra mitología. Mucho antes de que se organizaran rodeos en América aquí Hércules le robaba el ganado a Gerión. Yo soy un gran lector de los clásicos griegos y lo que me interesa de ella es que la fatalidad une a los hombres y a los dioses. Es lo que hago yo en Pistola y cuchillo: unir al Dios Camarón con hombres mortales.

P.- ¿Cuáles han sido las fuentes que te han resultado más útiles para encarnar al mito con palabras?
R.- Bueno, lo principal es que yo soy camaronero. En los últimos seis años de su vida yo fui a todos sus conciertos, buscándome la vida como podía, haciendo autostop... A mí no me hacía falta consultar ninguna hemeroteca porque yo he ido recortando todo lo que se ha publicado sobre Camarón durante años. Tengo todos sus cedés, incluso guardo los vinilos y los casetes. Cuando encuentro en una gasolinera un cedé con una carátula nueva lo compro. Soy un fetichista de Camarón. También me he leído la media docena de biografías que se han escrito sobre él. Y lo más importante es lo que he aprendido en la Venta de Vargas, que fue como una segunda casa para Camarón. Allí hay mucha gente que le conoció en vida, como la familia Picardo, que son los dueños.

P.- ¿Qué le torturaba la conciencia a Camarón para ser tan autodestructivo?
R.- Yo no he querido entrar ahí. A mí lo que más me ha interesado de él siempre ha sido su arte y su curiosidad. Era un estudiante, siempre lo fue. Cada vez que se enteraba de que había un cantaor nuevo que prometía iba a verlo, y a muchos de ellos les ayudaba económicamente. Por eso era tan bueno: porque arrimaba la oreja a todo: rock, jazz, música india... Cada creador lucha consigo mismo, contra sus demonios. Camarón no era una excepción. Pero ya digo que ahí no me he querido meter.

P.- ¿Cómo le marcó la humillación que le infligió Manolo Caracol?
R.- No fue para tanto, pero es que desde fuera las cosas se distorsionan. No hubo humillación sino todo lo contrario. Cuando Manolo Caracol pidió cazalla, enrabietado porque se comprobó que Camarón le había derrotado cantando, éste se dio cuenta que importaba al gran maestro, y eso le enorgulleció. Es que a todo Salieri le sale su Mozart. Sin ir más lejos yo también tengo mi Salieri y mis Mozarts... Estos últimos me crecen ahora en el concurso de microrrelatos que llevo en ELCULTURAL.es. Cuando leo muchos de los relatos que me mandan tengo que pedir también cazalla.

P.- Dice que es su libro más autobiográfico...
R.- Sí, el protagonista verdadero no es Camarón sino yo. No creo que escriba nunca un libro tan sentido, que me salga de tan adentro. Podría haberme dejado llevar por lo comercial y haber escrito un nuevo thriller en la línea de Pólvora negra o una nueva biografía ilustrada con buenas fotos, pero esta historia me vino dada, cuando me enteré por un taxista que los gitanos roban trozos al busto de bronce de Camarón que hay frente a la Venta de Vargas y de la muerte Miguel Candela, el dueño del Candela, el tablao de Lavapiés donde yo mamé el flamenco y conocí a sus grandes figuras, incluido el propio Camarón y Paco de Lucía. Cuando me enteré de estas dos cosas me vino de golpe otra vez esa época de mi vida.

P.- Los bares, los colmaos, los tablaos... Cátedra y perdición, ¿no?
R.- Sí, es una tensión constante entre ambos extremos. En el medio está la literatura. Si te vas demasiado hacia un lado, eres un pedante. Si te vas demasiado al otro, estás perdido. Yo todo lo he aprendido en locales como el Candela y en la calle. Mucho más que en la universidad. El Candela contaminó de ritmo y vida mi escritura.

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