El Gran Premio de Brasil es una prueba que deja siempre grande momentos en la retina de los aficionados, llenos de remontadas y momentos que crean afición. A pesar de la grandeza de esta histórica carrera, tanto la FIA como Bernie Ecclestone parecen empeñados en aniquilar una de las paradas para la Fórmula 1 más esperadas del calendario.

Desde su puesto de mando, Charlie Whiting era presa del pánico por el agua que llenaba la pista brasileña, olvidando las decenas de carreras que el mismo ha vivido donde ‘animales acuáticos’ como Ayrton Senna o Michael Schumacher, por citar algunos recientes, han luchado contra las inclemencias meteorológicas creando una afición.

Una salida tras el coche de seguridad y dos banderas rojas, la última sin ninguna justificación, y casi la mitad de la carrera tras el safety car consiguió que tanto en las redes sociales como el público que llenaba las gradas giraran sus pulgares hacia el suelo, como si de un circo romano se tratara, a la FIA por aniquilar la carrera.

Velar por la seguridad es algo indiscutible en la Fórmula 1. Arruinar un espectáculo, parar la carrera sin mediar accidente alguno cuando la situación de la pista no esta empeorando sino todo lo contrario, reiniciar la misma en peores circunstancias que cuando se alzó la bandera roja por segunda vez, pone en evidencia como el doble rasero que decidió el podio de México sigue en vigor, aniquilando totalmente el show que millones de personas esperaban vivir en Brasil.

En esta misma carrera el universo Kafkiano de Charlie Whiting y sus muy bien pagados escuderos clamaban por la seguridad al tiempo que permitían a Felipe Massa darse un baño de masas en plena pista mientras que su coche bloqueaba el acceso al pitlane. El brasileño, tras su accidente en la curva de acceso a boxes, se bajó de un coche con serios daños que quedaba en una zona donde se habían producido la mayoría de los accidentes y situaciones peligrosas.

La FIA una vez más tiene parte de culpa de la incomprensible situación que vive hoy la máxima categoría del automovilismo. La Fórmula 1 es el único deporte donde entrenar y probar está prohibido por reglamento. Si esto ya supone un lastre para equipos y pilotos, el absurdo de la situación llega cuando esta prohibición afecta al fabricante responsable de suministrar los neumáticos que deben pegar a estas máquinas ultra-veloces al asfalto.

Los neumáticos de lluvia extrema desarrollados por Pirelli pueden ser los peores jamas vistos en una pista de Fórmula 1. A pesar de evacuar 65 litros por segundo, todos los pilotos sin excepción concurren desde hace años en la valoración negativa de unas gomas que apenas han mejorado su rendimiento desde la llegada del gigante italiano como proveedor único. Esta circunstancia no quiere decir que toda la culpa recaiga sobre el fabricante italiano, quien no puede desarrollar un elemento tan complejo como un neumático de Fórmula 1 a base de simulaciones en el ordenador.

Sin pruebas ni test no hay forma de mejorar la seguridad que posteriormente la FIA argumenta a la hora de cancelar el espectáculo que todos los aficionados esperan cuando el agua hace acto de presencia.

Bernie Ecclestone advierte que Brasil puede salir del calendario mientras que la FIA prohíbe a equipos y Pirelli para desarrollar las gomas que eviten esperpentos como los protagonizados por las decisiones de dirección de carrera. Mientras, la Fórmula 1 se sigue rascando la cabeza preguntándose por qué han perdido 200 millones de espectadores en los últimos años.