Pues algo pasa con el astro argentino cuando se viste de albiceleste. Aparte de hablar para los medios lo que no habla aquí, los apagones que, de cuando en cuando, le vulgarizan en el Barcelona se hacen frecuentes con su selección. El asunto es más que curioso y, cada vez que ocurre, enciende el debate acerca de las causas y de quién es el mejor jugador de la historia.

No voy a entrar demasiado en este último, sobre todo porque es una polémica artificial, sin solución y disparatada. Comparar situaciones tan dispares desde cualquier punto de vista, no tiene ningún sentido. Aunque he de reconocer que es atractivo: a todos nos gusta viajar en el tiempo y colocar personajes en épocas diferentes a las que vivieron. Cuanto más a nuestros héroes, sean del cine, de las novelas o del deporte.

Pero incluso sin entrar en el debate lo que sí llama poderosamente la atención es que de los más grandes (si exceptuamos a Di Stéfano, que dominó los años 50 en unas circunstancias futbolísticas diferentes), Messi ha sido el único que ha mostrado una cara más ajada de lo habitual en la grandes citas con sus selecciones. Pelé fue tricampeón, Cruyff deslumbró con su Naranja Mecánica, Maradona condujo a su equipo al título y a una final y hasta Zidane consiguió la copa del mundo con Francia.

Incluso más allá de que no cumpla con el palmarés, lo más relevante es la diferencia de rendimiento de Messi: que el goleador por excelencia de estos tiempos -con permiso de Cristiano- haya sido incapaz de anotar uno solo con Argentina en una fase final de la Copa del Mundo, es solo un significativo ejemplo de lo lejos que se queda en la selección de lo que hace con su club.

Messi, en el partido ante Brasil.

Messi, en el partido ante Brasil. REUTERS

Sin embargo, quizá no sea todo tan extraño, el lío sea solo una apariencia que nos confunde y hasta resulte que está sucediendo lo que suele pasar en deporte: que la competición termina poniendo a cada uno en su sitio. Dicho de otro modo, que Argentina le pide a Messi lo que no puede hacer.

Aunque quizá sea el más veces brillante de los futbolistas citados, Leo nunca ha tenido que ejercer el liderazgo, amparado en los Puyol, Piqué, Xavi, Iniesta, Busquets y Mascherano y arropado por un club, unos medios y una afición que le idolatran y le perdonan todo. Un entorno que le protege, incluso en exceso y que se ha adaptado a sus costumbres. Aún más, un estilo de juego asimilado por el equipo desde hace años y del que él es el destino final, y en el que ha desplegado su inmenso talento. Todos al servicio de Leo.

Y aunque no sea infalible. Porque el argentino también juega mal con su club, pero se omite, ya que a todos les salen las cuentas. Y tampoco es el hombre que convoca al Séptimo de caballería cuando se precisa. Por más decisivo y deslumbrante que haya sido su don en el Barça, Messi ha estado ausente en compromisos importantes; con cierta actitud de que aquello no iba con él cuando el equipo estaba desorientado y sin ánimo, cuando más lo necesitaba. Todo el mundo puede tener malos días. Hasta los genios. Pero los líderes no desaparecen nunca.

En definitiva, acomodado en un contexto muy favorable, no termina de cumplir con lo que le exigen en Argentina, que haga de líder, o sea de Maradona. Quizá porque nunca lo ha hecho (y quizá nunca llegue a hacerlo) en un entorno hostil, con unos medios que le critican sin piedad, una afición que no le perdona el mínimo desliz y cambios constantes de entrenador que no permiten que fluya su talento en toda su dimensión. Envuelto por un ambiente fanático que tan pronto le adula como le vitupera, Leo parece acusar la presión de todo un país que exige que Messi, lo que nunca ha hecho en el Barça, se ponga al servicio de todos.