Tom Boonen durante una Paris-Roubaix.

Tom Boonen durante una Paris-Roubaix.

Ciclismo

Boonen: la leyenda de las 'piedras' quiere escribir el final perfecto

El ciclista belga más importante de este siglo, una figura pública en su país tanto por su palmarés como por su vida personal, se retira este domingo intentando ganar la París-Roubaix, clásica adoquinada que le convirtió en una estrella.

8 abril, 2017 02:35

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El 10 de abril del año pasado, un jornalero se coló en la historia. Se llama Matthew Hayman, es australiano y corría por decimoquinta vez en su vida la París-Roubaix, clásica Monumento del ciclismo de carretera cuyo intríngulis radica en una treintena de tramos de calzada adoquinada en los cuales se dirime la carrera en favor de aquellos corredores con la potencia necesaria para rodar a velocidad crucero en terreno llano y con la técnica imprescindible para navegar en ese firme irregular y traicionero.

Hayman lo conocía bien. Muchos años ejerciendo de jornalero, trabajando para ciclistas mejores, cuando de repente le llegó su momento de gloria y pudo hacerse con el triunfo en el escenario soñado por cualquier ciclista que pesa más de 70 kilos. “Todos los días de mi vida que me he montado en una bicicleta sirvieron para ese”, asevera místico con la perspectiva que da el tiempo.

Sin embargo, no es Hayman la estrella que más brilla en las fotos de su triunfo. El mayor fulgor emana del segundo clasificado, Tom Boonen, gigante del ciclismo belga que se hubiera retirado ese mismo día si hubiera logrado apuntarse la quinta victoria de su carrera en el conocido como Infierno del Norte. Pese a la belleza del relato de la cenicienta Hayman, el mundo del ciclismo deseaba un final de cuento de hadas para una de sus mayores y más queridas leyendas.

Un gigante sobre adoquines

Con sus 1,92m de altura y sus 82 kilos de peso, Tom Boonen (1980, Mol - Bélgica) responde al perfil típico de ciclista ‘flandrien’: esto es, especialista en clásicas del norte. Se denomina así a una serie de pruebas de un día características de Bélgica, Países Bajos y el norte de Francia que se desarrollan por recorridos llanos sazonados con tramos de adoquines y subidas cortas y empinadas cuyos máximos exponentes son el Tour de Flandes y la París-Roubaix. Si en España reina una cultura de amantes de las grandes vueltas y los escaladores, en el centro y norte de Europa son estas clásicas y los ‘flandrien’ los que mueven masas.

‘Tommeke’ Boonen fue un talento tan precoz como oportuno. En su primera París- Roubaix fue 3º; corría para el US Postal, el equipo de Lance Armstrong, y al servicio de George Hincapie, en cuyo favor tuvo que tirar para neutralizar al clasicómano dominante de la época y ganador de aquella edición del Infierno del Norte, Johan Musseuw, por aquel entonces en la recta final de su carrera deportiva. Ese día, los aficionados envueltos en banderas flamencas, amarillas con leones negros, abuchearon a Boonen por tirar contra su gran ídolo del momento.

Poco a poco, Boonen no sólo reemplazó a Musseuw en los corazones de los aficionados, sino también en los guarismos. A lo largo de su carrera ha acumulado 113 victorias en las cuales se incluyen un Mundial (Madrid 2005) y un sinfín de clásicas del norte entre las cuales brillan tres Tours de Flandes y cuatro París-Roubaix. En ambos casos es recordman histórico empatado con otros nombres legendarios como su mayor rival de siempre, Fabian Cancellara; el propio Musseuw; o el ‘Gitano’ Roger de Vlaeminck, el único que ha ganado tanto como él en Roubaix.

El yerno perfecto y la cocaína

La dimensión deportiva de Tom Boonen sólo es jibarizada cuando se compara con la pública. Alto y guapo, sonriente y triunfador, ‘Tommeke’ es un habitual de la prensa rosa, en la cual protagonizó portadas especialmente durante su época de emergencia y juventud. Por aquel entonces, su vida personal recibía tanta atención en los periódicos como la profesional, con grandes titulares sobre sus parejas de turno que acabaron cuando sentó la cabeza con su novia de toda la vida, con quien concibió una pareja de gemelos en 2015.

Antes, buscando el sosiego que proporciona el relativo anonimato, Boonen dejó durante una época su Mol natal para mudarse a Mónaco. En abril y mayo, tras concluir la campaña de clásicas, se tomaba un merecido descanso y alternaba con la farándula en una vida descrita por los conocedores como “propia de un ‘playboy’”. A resultas de esto arrojó dos positivos por cocaína (2008 y 2009) y recibió varias multas por conducir bajo los efectos del alcohol. Fueron experiencias que le humanizaron de cara al público: el yerno perfecto para cualquier suegra belga cometía errores como todo hijo de vecino.

“¿Yerno perfecto? Claro. Y hermano, y cuñado, y hasta amante…”. Lo dice su mánager de toda la vida, Patrick Lefevere, que le fichó a golpe de talonario en 2003 para su equipo, Quick-Step, y le ha tenido en plantilla hasta fecha de hoy. Es prácticamente imposible escuchar a alguien hablar mal sobre el Boonen persona.

“Clase, carácter, potencia, luchador, fuerza, astucia, respetuoso, agradable, inteligente”. Estas nueve palabras fueron utilizadas por sus compañeros de equipo para definirle. Ésa es el aura de Boonen, su salvoconducto para la celebridad y para la memoria de los aficionados, la tinta para escribir su relato.

El reto de acabar en lo más alto

A sus 36 años, a Tom Boonen le ha llegado el momento de colgar la bicicleta. Ha elegido hacerlo tras sus queridas clásicas del norte, en las cuales ha demostrado excelentes piernas para realizar actuaciones tan reseñables como la del pasado Tour de Flandes, cuando ayudó a su coequipier Philippe Gilbert a llevarse la victoria. Este domingo, la París-Roubaix será su última carrera.

“No estoy en la forma física de mis mejores años, pero sí mejor que el año pasado”, aseveró el jueves en una multitudinaria rueda de prensa. Sus rivales para cruzar en primer lugar la línea de meta del mítico velódromo de Roubaix son muchos y poderosos: el campeón olímpico Greg van Avermaet, el bestial noruego Alexander Kristoff o el flamante maillot arcoíris Peter Sagan, que le ha descrito en la prensa belga como su “referente” antes de afirmar: “Si no gano yo, me haría feliz que lo hiciera él”.

Sin embargo, Boonen no espera regalos. “Aunque para mí sea una Roubaix especial, para el resto del pelotón será una Roubaix normal”, reflexiona. “El escenario ideal es llegar al velódromo solo; si lo hago en un grupo será más complicado ganar”. Y sueña: “Ojalá sea una carrera dura. Que todos estemos rotos en la parte final y yo pueda atacar en uno de los últimos sectores de pavé para conseguir la victoria”. Boonen quiere retirarse triunfando igual que lo ha hecho toda la vida. Sin concesiones. Como un héroe.