Stephen Curry intenta anotar ante LeBron James este lunes.

Stephen Curry intenta anotar ante LeBron James este lunes. Bob Donnan Reuters

Baloncesto

El 'Big Three' de los Warriors saca los colores a los Cavaliers

Green, Curry y Thompson se combinaron para anotar 63 puntos y agudizar la soledad de LeBron James en una victoria aún más contundente que la del primer partido de las finales (77-110).

6 junio, 2016 04:35

Noticias relacionadas

La estadística no miente: el equipo que se puso 2-0 arriba en las finales de la NBA se llevó el anillo en un 91% de las ocasiones. Y, si los Cavaliers pretendían mejorar en el segundo partido, apenas lo hicieron. Para primera muestra, los puntos logrados por LeBron James y compañía al descanso: 44, por los 43 al intermedio del duelo inaugural. Para segunda, la soledad del Rey (ni Irving ni Love ni Smith ni Frye le dieron relevos). Para tercera y más determinante, el regreso triunfal de Stephen Curry y Klay Thompson. Conclusión: nueva derrota de los Cavs ante Golden State (77-110), séptima consecutiva y aún más hiriente que la primera de la eliminatoria.

No estamos ante el equipo que más veces ha logrado doblegar a James en la época reciente por casualidad. Más bien, por causalidad. ¿Dónde están los triples que tan bien se les estaban dando a los de Tyronn Lue en estos playoffs? Guardados bajo llave en Ohio, se supone. ¿Y la defensa? Por el bien de Cleveland, más vale que también. A base de acierto desde el perímetro y de escasas concesiones (por no decir ninguna) en la pintura, los Warriors se hicieron grandes una vez más en casa. Allí donde los Cavaliers deberán cambiar sus automatismos (y bastante) si no quieren que se repita la historia del año pasado.

A los 'Splash Brothers' se les esperaba de vuelta, aunque les costó coger el tono. Dio igual: Draymond Green, el chico para todo de Golden State, estaba en la ciudad. Él solito llegó a valerse para anotar, rebotear y pasar durante varios minutos. Y por si fuera poco, Andrew Bogut mostró el camino defensivo a sus compañeros con hasta cuatro tapones en los siete primeros minutos de encuentro. Así, la zona local se mostró inexpugnable, transformada en un auténtico muro. Ni que decir tiene que Andre Iguodala volvió loco a LeBron James, hábito inmutable cada vez que se encuentran frente a frente.

Y, aun así, el Rey sí dio el callo. Pero, como empieza a ser dinámica (peligrosa) con Golden State de por medio, no puede decirse lo mismo de sus compañeros. Un poquito de Tristan Thompson y de Richard Jefferson y pare usted de contar. Mientras tanto, en el bando local funcionaban a triple va, triple viene. Green arrancó la veda y, de tanto aplaudir, contagió a las otras dos patas del 'Big Three' de los Warriors. En cuanto Curry y Thompson afinaron sus muñecas desde la larga distancia, el partido se rompió para siempre. Cosa que sucedió antes del descanso, por cierto.

Nada pudieron hacer en Cleveland para remediarlo. El nerviosismo, revestido de impotencia, no tardó en aparecer. No se cerraba el rebote, no se controlaba bien la pelota (18 pérdidas, tres menos que los Warriors. Miren para lo que sirvió...) y la remontada sólo parecía quererla LeBron. Para más inri, los Warriors demostraban una vez más que pueden vivir (y muy bien, por cierto) sin Curry.

A los locales les importó poco, tirando a nada, que su principal estrella tuviese que ausentarse de la cancha por problemas de faltas durante buena parte del tercer cuarto. Su maquinaria ofensiva siguió produciendo más y más puntos, con cada vez más alaridos de rabia del multiplicado Green. Jugaban a las cuatro esquinitas y, como casi siempre, les salía bien. Ni que decir tiene que cuando volvió Curry, la vida siguió igual.

Mientras Barbosa se unía a la bacanal de los suyos, el castigo al que eran sometidos los Cavaliers continuaba magnificándose sin remedio. Timofey Mozgov no iba a salvarles. Tampoco Matthew Dellavedova o James Jones. Ni siquiera Kevin Love tuvo la oportunidad de redimirse en la segunda mitad, afectado por unos mareos. Lógicos después del auténtico dolor de cabeza que los Warriors le provocaron a él y a sus compañeros una noche más. Esta vez, a Steve Kerr no le hizo falta romper la pizarra de forma literal. Ya lo hizo tirando de metáfora. Para suerte de unos y desgracia de otros, con muchos, quizá demasiados, minutos de la basura.