No hace tanto que en una conversación con Pedro Ferrándiz acerca de los avatares del club blanco, el genial entrenador intentó concluirla con uno de los dogmas de la fe madridista: “en el Madrid solo vale la victoria”. “Lo siento Pedro, pero no estoy de acuerdo” le repliqué. Como si fuera un apóstata sin perdón me miró molesto y me sentenció: “Tantos años en el Madrid y no has aprendido nada”. Herido en mi orgullo dialéctico y madridista, le lancé un interrogante del que conocía la respuesta: “Disculpa, Pedro, pero ¿cuántas veces has sido campeón de Europa?”. “Cuatro”, respondió orgulloso. Con el respeto y la humildad que me merecen su figura le contesté: “Cuatro en trece temporadas. Pues entonces, según tu opinión has fracasado como el entrenador del Madrid”.

Ocurre en todos los credos. De tanto invocar sus dogmas, los fieles acaban asumiéndolos, por poco sentido que tengan. Bien es cierto que, a pesar de los sermones del Bernabéu, la asunción de este principio es sólo retórica. Comenzando por los propios directivos, que no suelen colgar los hábitos aunque desde 1955 solo hayan ganado diez veces la Copa de Europa, la razón de la existencia del club según rezan otros versos de la letanía. Y continuando por los fieles que, como suele suceder, solo practican la parte que les conviene, siendo de por aquí, la crítica impenitente. Si reflexionasen un poco no vivirían con el sentimiento de pertenecer a una secta privilegiada, ya que apenas cumple lo que promete. Y, mucho menos mirarían con aire de superioridad a sus rivales, los indios, en perfecta sintonía con sus espíritus que, de un tiempo a esta parte, les advierten de que éste es un valle de lágrimas al que se viene a sufrir. En definitiva, mucho madridista no practicante.

Los sucesivos directivos del club se empeñan en repetir este mantra que sólo consigue crear un ambiente de presión extraordinario que perjudica el rendimiento de sus equipos y que, en ocasiones, también a ellos, les lleva a tomar decisiones disparatadas. La exigencia máxima no siempre es compatible con la de la victoria incondicional, ya que-y perdón por la perogrullada-la vida, el deporte, los equipos son cíclicos. En resumen, podría entender a los aficionados, cegados por la fe, pero no a unos directivos, que los arengan en contra de sus propios intereses olvidando que en el deporte las elecciones son cada semana, no cada cuatro años. Y tampoco a determinados medios, incapaces de sumar uno más uno: la victoria con los ciclos.

Para los torquemadillas amnésicos, existe un equipo que en las últimas temporadas ha batido récords de triunfos, de títulos, ha creado un estilo admirado y envidiado en Europa y, lo más importante, ha conseguido que la ilusión por el baloncesto haya vuelto a Madrid. Así que, por favor, un poco de sentido común y permitamos que Pablo Laso y sus jugadores sigan su camino con tranquilidad. Se lo han ganado con creces.