Led Zeppelin.

Led Zeppelin.

Hay canciones que un día se te pegan por dentro, en lo más hondo de las tripas, y ya no te abandonan jamás. Las sigues escuchando cuando no suenan. Las reconoces en otros discos. Se convierten en una magnitud indivisible que sirve de medida para todas las demás. Son canciones que se escriben a brochazos, con vehemencia, pero al mismo tiempo participan de esa clase de pequeña geometría, de esa arquitectura mínima y perfecta con la que se construyen las piezas únicas.

Recuerdo el día que descubrí Immigrant Song de Led Zeppelin. Yo tenía dieciséis años y recibía clases de guitarra de un compañero de instituto que, como el tiempo se empeñó en demostrar, tenía hechuras de virtuoso. Admiraba y detestaba a partes iguales aquella facilidad con la que ejecutaba sin esfuerzo cualquier arreglo. A ojos del torpe, el talento natural siempre tiene algo de injusto.

Recuerdo el día que descubrí Immigrant Song de Led Zeppelin. Yo tenía dieciséis años y recibía clases de guitarra de un compañero de instituto

Nuestra referencia en aquellas clases era Jimi Hendrix y no acostumbrábamos a apartarnos del guión, repasando cada arista de sus canciones con la púa una y otra vez. Pero una tarde, no sé por qué, mi amigo decidió profanar el armario donde su padre atesoraba algunos discos antiguos y rescató el Led Zepelin III, tercer álbum de la banda publicado en octubre de 1970. Lo colocó sobre el giradiscos, posó la aguja sobre el surco y el vinilo comenzó a sonar. Era la primera vez que escuchaba Immigrant Song.

El grito salvaje 

De repente, tuve la impresión de estar adentrándome en alguna especie de aquelarre imposible. La voz de Robert Plant, ese grito de guerra con el que arranca el tema, parecía provenir de otro tiempo y otro lugar. En el sonido de la canción se percibía algo salvaje, como de animal enjaulado, que jamás había escuchado antes. Todavía hoy me parece sentir la misma electricidad cada vez que la escucho, propagándose como un incendio por mi sistema nervioso.

Sabes que es ajena a ti, pero de alguna forma crees que se origina en algún profundo rincón de tus instintos más primitivos. Hay algo hipnótico en ese riff continuo y percutor con el que la guitarra de Jimmy Page y el bajo de John Paul Jones realzan el ritmo de batería, que martillea sin descanso durante toda la canción. Al unísono, perfectamente alineados, los tres instrumentos retumban como una horda de vikingos en plena conquista.

Porque es precisamente a Leif Erikson a quien está dedicada Immigrant Song. En su letra se describe la expedición de las naves vikingas barriendo sus remos desde “la tierra del hielo y la nieve, desde el sol de medianoche” hacia las nuevas costas del Oeste, cantando y llorando “Valhalla, estoy llegando”, en homenaje al explorador nórdico, hijo de Erik el Rojo, que alcanzó con su flota las costas de Norteamérica. En uno de los versos, además, la canción hace referencia al “martillo de los dioses”, motivo por el que, desde entonces, se comenzó a describir la música de Led Zeppelin como “The hammer of Gods”.

Sí ventas, no éxitos

Hoy, casi cincuenta años después de su publicación, la canción ha alcanzado el número 1 de la lista de ventas digitales de Hard Rock de Billboard. Y el motivo es su aparición en la banda sonora de la película de los estudios Marvel Thor: Ragnarok. Curiosamente, la canción jamás había sido número 1. A diferencia de sus discos, que siempre han logrado ventas millonarias, Led Zeppelin nunca fue una banda que consiguiese colocar sus singles demasiado arriba en las listas de éxitos. El Led Zeppelin III, de hecho, fue número 1 en el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Suecia, Italia y Australia. Como single, sin embargo, lo máximo a lo que había llegado Immigrant Song fue el cuarto puesto en Suiza, Nueva Zelanda y Canadá.

Hasta ahora. Por fin, la canción que dio origen al “martillo de los dioses” ha ocupado el puesto que se merecía. Y todo se lo debe a Thor, el dios del trueno. No cabe duda que la mitología nórdica estaba en deuda con Plant, Page, Jones y Bonham. Su regreso a lo más alto medio siglo después sólo ha podido deberse a un regalo de los dioses.