Shakespeare.

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Shakespeare imitaba y robaba textos: ¿adiós al mito de las letras inglesas?

En 'Shakespeare's Originality', John Kerrigan -uno de los principales estudiosos del padre de las letras inglesas- despieza las influencias, imitaciones y robos del autor de 'Hamlet'. 

5 abril, 2018 12:19

Sobre la autoría de la producción literaria Shakespeare planea, desde el siglo XVIII, la sombra de la duda: investigadores de todas las épocas cuestionan insistentemente que una obra de tal hondura y complejidad pueda pertenecer a un hombre carente de formación especializada. El trabajo shakespeariano -de cerca de 29.000 vocablos- exige un elevado conocimiento del inglés, además de otras lenguas, viajes y alta instrucción clásica. Ninguno de estos puntos ha sido confirmado en la biografía de Shakespeare.

Tampoco se le conoce obra anterior a la muerte de Christopher Marlowe: los primeros trabajos que se le atribuyen datan de 1593, es decir, el año de la muerte del dramaturgo, poeta y traductor inglés de Canterbury. Este dato fue revelado hace dos años, cuando un estudio avalado por 23 académicos demostró que 17 obras de teatro de Shakespeare fueron “colaborativas”, es decir, que Marlowe había ejercido de “negro” del padre de las letras inglesas. Se concluyó que las tres piezas de Enrique VI habían sido escritas a cuatro manos.

Geoffrey Bullough recogió en Narrativa y fuentes dramáticas de Shakespeare algunas de las historias de otros que el dramaturgo robó y modificó: explica cómo fusionó dos cuentos totalmente diferentes para construir El mercader de Venecia, o cómo decidió matar a Lear y Cordelia al final del Rey Lear cuando en la historia original ambos sobrevivieron, e incluso cómo convirtió en asesino de Desdémona a Otelo cuando en el cuento genuino, italiano y escrito por Cinthio, es Yago quien ejerce este papel. Ahora es el investigador John Kerrigan, profesor de la Universidad de Cambridge, quien sigue despiezando al legendario escritor en Shakespeare’s Originality

Cultura de la imitación

Se trata del trabajo erudito y revelador de uno de los principales estudiosos de Shakespeare en el mundo, y ahonda más allá de las fuentes primarias del dramaturgo para alcanzar una capa más profunda de las imitaciones de las que hizo acopio, de sus alusiones y sus pasajes felizmente copiados. Según indica el experto, su “originalidad” no era tal, sino más bien un excelente refrito de lo que había leído y escuchado recitar. Shakespeare era un alquimista literario como pocos.

Recuerda Kerrigan que la “originalidad” era un concepto desconocido para los críticos antes de finales del siglo XVIII: Shakespeare mamó una cultura literaria en la que se aplaudía la imitación a los modelos anteriores. Se aprobaba la “invención”, pero se entendía que ésta era la combinación inteligente de los elementos heredados de otras grandes firmas. Kerrigan menciona a Emerson: “Todas las mentes citan”, pero éste no era exactamente el caso de Shakespeare, porque el escritor no sacaba el músculo del conocimiento literario, sino que adaptaba lo aprendido a sus propios patrones narrativos y reflejaba fragmentos de diálogo que se le habían quedado en la memoria.

'La tempestad', la mayor copia

El capítulo dedicado a Mucho ruido y pocas nueces revela que está “reconstruido, remendado y reciclado” de varios cuentos italianos, y su novedad radical es lo que el autor llama “superflujo gradual” de materiales reutilizados. En ese texto hay algo de Ariosto, de Matteo Bandello, de Luigi Pasqualigo. Son muchos los estudiosos que han señalado también que Shakespeare andaba verde en tragedia griega: en el libro de Kerrigan estas acusaciones se concretan en un análisis exhaustivo del Rey Lear y su relación con Edipo rey y Edipo en Colono, de Sófocles.

El autor también aborda una de las pocas obras de Shakespeare que, se supone, no tiene una fuente específica: La tempestad. Y en ella encuentra no sólo los ecos de la escritura contemporánea sobre la colonización de Virginia y las Bermudas, sino también la reutilización de sentimientos sacados de las Geórgicas de Virgilio. Precisamente, en la obra en la que se esperaba un Shakespeare más natural, más genuino, más propio… es donde se halla un autor que hace guiños a raudales a los textos de otros. Con todo, Kerrigan presenta este mosaico como una prueba más de la riqueza de Shakespeare: ¿para qué beber sólo de sí mismo, de su propio intelecto y corazón, si puede volverse más poderoso y complejo bebiendo del mundo?