Adela Cortina.

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Libros Ensayos y ética

Adela Cortina: "El pobre no puede aspirar a ser feliz"

La Catedrática de Ética de la Universidad de Valencia analiza las causas del rechazo que sentimos hacia los más desfavorecidos. 

12 mayo, 2017 16:36

Somos hospitalarios con el turista y recelosos con el refugiado porque no nos molesta el extranjero, nos repele la pobreza. De eso habla Aporofobia, el rechazo al pobre: un desafío para la democracia (Paidós, 2017), ensayo en el que la filósofa Adela Cortina reflexiona sobre las causas políticas, biológicas, éticas, filosóficas y legales de la pobreza y del rechazo al miserable.

Cortina, que fue la primera mujer en entrar en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, es catedrática en la Universidad de Valencia y creadora de la ética de la razón cordial, una versión “cálida” de la ética del discurso de Apel y Habermas en la que la dignidad y la compasión son clave para acabar con toda discriminación. Escucha atentamente y ríe con frecuencia. No le cuesta aplicar lo que piensa a lo que pasa en la calle, contesta sin frenar ninguna pregunta y formula una que indica qué temas le preocupan: “¿Se puede vivir dignamente del periodismo?”

Una de cada 3 personas sin hogar ha sido insultada alguna vez y 1 de cada 5, agredida físicamente. ¿En qué otras actitudes se detecta la fobia a quienes no tienen nada?

En la actitud de dejar de lado al pobre o al que no puede darnos nada a cambio. Esa es la que más preocupa entre las maneras de rechazo que no constituyen un delito.

Emplea una frase del premio Nobel de Economía Amartya Sen para definir la pobreza: “No es sólo falta de recursos, es falta de libertad para llevar a cabo los planes de vida”. ¿Por qué esta definición y no una cuantitativa?

Porque ya hay muchas medidas. Por ejemplo, el Banco Mundial habla de pobreza extrema cuando una persona cuenta con 1,25 dólares al día. Y me gusta la definición de Sen porque todos tenemos proyectos de felicidad, el pobre es el que no puede ni aspirar a ellos.

Habla de “la trampa de la pobreza”, de que cuando se da limosna o caridad no se ayuda a salir de la pobreza. ¿Cómo habría que hacerlo?

Ningún plan de desarrollo debería ser asistencial o sólo serlo cuando la persona está en una situación límite. Lo ideal sería darles herramientas para que lleven sus planes de vida viendo qué capacidades tiene esa persona y fortalecerlas: empoderarlas.

¿La ayuda asistencial genera dependencia?

Por supuesto, por eso algunos gobiernos como el de Argentina o Venezuela la emplean como triquiñuela para tener a las gentes dependiendo de ellos.

Pastillas para ser buenos

En el libro explica que somos biológicamente xenófobos y que la ciencia busca maneras para mejorar nuestras emociones: la oxitocina, por ejemplo, aumenta la confianza en los demás. ¿Acabará una pastilla con nuestros prejuicios?

¡No, para nada! Yo critico mucho a quienes defienden que como la evolución biológica del ser humano va más despacio que los cambios sociales o culturales es necesario acelerarla químicamente para ser más empáticos. Ahora bien, debemos conocer esas teorías.

Dice que si la actividad económica del planeta se ha multiplicado por 49 en los últimos 180 años, es posible erradicar la pobreza. ¿Qué hacemos con la diferencia? Ocho de cada 10 personas que presenció una agresión a una persona que vive en la calle no hizo nada.

Sensibilizar, es imprescindible, pues hay más de mil millones de personas por debajo del índice de pobreza extrema. Así que las campañas tienen que ser brutales y usar la sensibilización directa para mandar el mensaje de que la gente tiene dignidad, no precio. Y si no se entiende, usar, en cierto modo, la amenaza: la pobreza genera problemas, violencia, revoluciones.

Eso pasa por educar y usted siempre dice que no es lo mismo formar trabajadores hábiles que personas íntegras. ¿Cómo ayuda que el Gobierno aparte la filosofía y la literatura universal del último curso de bachillerato?

No ayuda en nada. Soy una defensora de la educación en humanidades porque son clave para situar a una persona en la Historia; para enseñarla a expresarse; a disfrutar de la belleza; a dialogar, a ser críticos y además, articulan el modo en que aplicamos los conocimientos científicos y técnicos. Una sociedad que aparta las humanidades es una sociedad suicida.

¿Qué papel tienen las familias en la educación? Es muy crítica con los padres.

Los padres deben tener interés en que sus hijos aprendan, no en que aprueben a cualquier precio. Así también dejarán de ver al maestro como un adversario. Lo que pasa es que el poder político suele darles la razón a los progenitores porque son muchos votantes.

También critica que les enseñen a los críos a relacionarse con las personas adecuadas.

Es que es anti educativo, pues el niño aprende que ese es el modo de prosperar en la vida. Eso no es educar personas ni ciudadanos. Con esa formación, es normal que aparten al pobre, y pobre no es sólo el que no tiene dinero, también el que no tiene nada que aportar a su beneficio.

El respeto activo

Cortina se queja en su libro de que el discurso del odio siempre salta a la palestra para determinar los límites de la libertad de expresión. Para abordar la cuestión yendo más allá de lo jurídico, propone hablar también del “discurso ofensivo”, que no es punible, pero es dañino.

Habla de Charlie Hebdo y coloca la ironía o la sátira junto a otras actitudes de desprecio y de incitación a la violencia. ¿Cree que revistas como esta hacen discursos ofensivos?

Sí, porque tengo claro que libertad de expresión es vital para una sociedad plural y abierta, pero por otro lado, creo que habría que evitar divertirse a costa de herir a otras personas. Con eso no justifico que haya una matanza ni nada por el estilo, pero me parece que hay otros modos de divertirse que no pasan por dañar la sensibilidad de las personas ni ofenderlas.

En ese caso hablamos de unas caricaturas de Mahoma y de creencias religiosas, pero a alguien puede herirle, por ejemplo, que se hagan chistes sobre animales. ¿Dónde ponemos el límite de la sensibilidad humana?

Poner límites es imposible. Esa es la dificultad que comporta defender la libertad de expresión, que se ha convertido en un problema enorme para los jueces. Por eso, además de abordar el problema jurídico, debemos aplicar la ética, entablar diálogos y ponernos en el lugar del otro.

¿Eso es lo que denomina respecto activo?

Sí, es eso, respetar la identidad del otro y las bromas, mejor hacerlas con otros temas. No se trata de eliminar la ironía, sino de proteger a las personas para evitar que un discurso ofensivo derive en un discurso del odio.

La debilidad moral

Cuenta Cortina que todos los políticos se comprometen a erradicar la pobreza, pero en la práctica pocos lo hacen. Menciona la “debilidad moral” y la “doctrina del mal radical” para explicar la diferencia entre lo que creemos que debemos hacer y lo que en realidad hacemos, aplicable a los individuos y los cargos públicos.

¿Debería ser punible la debilidad moral de los representantes políticos?

[Ríe] Ese concepto habla de la incoherencia entre lo que uno cree que debe hacer y lo que hace y en el caso de los cargos públicos no es incoherencia: ellos saben perfectamente lo que hacen.

No se puede poner trabas ni obstáculos al turismo”. “Cada país debe acoger refugiados en la medida de sus posibilidades”. La primera frase es de Mariano Rajoy, la segunda de Xavier García Albiol. ¿El modo en que tratamos a turistas y refugiados es el caso más elocuente de aporofobia?

Sin duda. Con los refugiados practicamos la xenofobia y con el turista, la xenofilia porque tiene algo que darnos. La Unión Europea debe hacer un plan de acogida serio de refugiados y no es fácil porque tiene que acomodar el deber de la hospitalidad que la ética reclama a la legalidad. Hay que ser realista, pero también hay que ponerse a trabajar y dejar de hablar tanto de cosas intrascendentes.

¿A qué cosas se refiere?

Le dedicamos demasiado rato a lo que dicen los políticos. La política debería dedicarse a crear una bases de justicia para que la gente lleve a cabo sus proyectos de felicidad. Hay que hablar más de cómo resolver el desempleo o dar asilo a los refugiados y menos de los asuntos internos de los partidos o del acomodo de las comunidades autónomas.

Toca un asunto que hiere la sensibilidad de algunas personas. Por ejemplo, en Cataluña.

No lo dudo, pero hay temas más importantes.

Para ellas quizás no.

Yo creo que sí. Es más importante el desempleo, por ejemplo y por supuesto, la pobreza. Claro que hay que hablar de las comunidades autónomas, pero pobres, refugiados y paro deberían ocupar más tiempo que partidos políticos y cuestiones territoriales.

¿Y la corrupción?

Es importante que se denuncie y sepamos que ocurre, pero agradecería a los jueces que hicieran su tarea para que la prensa pueda dedicarse a otros temas.

Explique, ¿de qué modo contribuye a aumentar la pobreza?

Por ejemplo, si alguien tiene información privilegiada para conseguir un contrato, impide que otros puedan acceder a él en igualdad de condiciones. Si alguien cobra comisiones ilegales, es dinero público que podría dedicarse a otras cosas. Son sólo dos ejemplos de cómo la corrupción imposibilita la igualdad y genera pobreza, dos situaciones que suponen un desafío para la democracia.

Dirige la Fundación ÉTNOR (Ética de los Negocios y las Organizaciones) y afirma que muchas soluciones para acabar con la pobreza pasan por cambiar las empresas.

Creo que una empresa que promueva el pluralismo, que pague justamente a sus empleados, que una el poder de la economía con los ideales universales de un mundo globalizado ayudaría mucho en ese sentido.

Pero usted cita a Nietzsche en La gaya ciencia: “Nos las arreglamos mejor con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación”. ¿Es la responsabilidad social de las empresas todavía más estética que efectiva?

Me temo que sí, pero va existiendo la conciencia de que se debe asumir la responsabilidad y yo espero que vaya calando la idea de que se puede crear riqueza dando oportunidades a todo el mundo y en buenas condiciones laborales.

Hábleme de la precariedad. ¿Es un tipo de pobreza?

Sí, la precariedad es un tipo de pobreza muy propia de nuestro tiempo. Cuando oigo a alguien hablar de “cultura de la precariedad” asumiendo que es lo que hay y debemos adaptarnos, me estremezco. La gente debe tener unos ingresos mínimos y estables para llevar a cabo sus planes de vida afectivos, culturales y de todo tipo. No hay que conformarse con la precariedad, hay que acabar con ella y es otro de los temas que debería ocupar las portadas y el tiempo de los políticos.