Durante el Trienio Liberal, los más radicales se hacían llamar a sí mismos como hijos de Juan Padilla. Cuando en la Guerra Civil española se lanzó una ofensiva desde Madrid para recuperar ciudades como Ávila o Salamanca, a los valientes republicanos se les otorgó el nombre de Batallón de los Comuneros. La Guerra de las Comunidades de Castilla, la cual cumple este 2021 su quinto centenario, es un acontecimiento que siempre ha sido relegado a un segundo plano pero que nunca ha dejado de estar presente en nuestra historia.

La que fuera la primera de las revoluciones modernas, a lo largo de los años ha sufrido una romantización y una asimilación por grupos políticos izquierdistas o progresistas. Principalmente desde la Transición, la figura de estos castellanos que se alzaron contra el nuevo poder imperial no ha dejado de latir. "Es una memoria comunitaria, construida muy desde abajo y en contra de las instituciones", comenta el investigador vallisoletano Miguel Martínez en una entrevista concedida a EL ESPAÑOL. 

El doctor en Estudios Hispánicos por la City University of New York y profesor titular en la Universidad de Chicago explica que es evidente por qué "la izquierda ha tomado como referente histórico a los comuneros mientras la derecha se resiste a regañadientes". Los comuneros se rebelaron contra la monarquía de Carlos V y buscaban implantar "una nueva constitución política", tal y como afirmaba el historiador José Antonio Maravall.

Rendición de los líderes comuneros. Manuel Picolo López Palacio del Marqués de Salamanca

No obstante, si bien es cierto que en Castilla y León poco a poco la celebración de su comunidad autónoma el 23 de abril toma más fuerza independientemente del color de los partidos, en España la causa comunera sigue en parte fuera de las aulas, de los museos y de las competencias culturales del Estado. Esto se debe, tal y como Martínez declara a este periódico, a que las instituciones y la visión política y cultural de España está vinculada al legado imperial de Carlos V y Felipe II

La historia se construye sobre unos cimientos que ocultan sucesos reseñables en el subsuelo. Y la revolución de los comuneros es uno de los grandes olvidados. Sin embargo, el 23 de abril se cumplen 500 años exactos de su gran derrota en el campo de batalla, y Miguel Martínez aprovecha la efeméride para publicar de la mano de la editorial Hoja de Lata el nuevo libro que recoge la hazaña castellana. Comuneros. El rayo y la semilla (1520-1521), prologado por Xavier Domènech, convierte aquel escenario que impregnó los primeros años del nuevo rey de España en un libro histórico accesible a todo el mundo, consultando fuentes de todas las épocas y todos los puntos de vista.

Las exigencias comuneras

Para comprender la realidad que se vivía en la Castilla de principios del siglo XVI, conviene destacar que las ciudades se habían expandido económicamente y habían sufrido un considerable desarrollo urbanístico. En contraste con este crecimiento, los regimientos de la Baja Edad Media seguían ocupando el órgano municipal de las localidades.

En este ambiente, las distintas poblaciones castellanas, con sus diferencias geográficas y sus similitudes culturales, pasaron a exigir nuevas medidas que trascenderían con la llegada del nuevo rey a la Península Ibérica. El 19 de septiembre de 1517, el joven príncipe Carlos de Habsburgo avistaba por primera vez la tierra que debía gobernar como Carlos I de España. No conocía el idioma y menos aún a sus gentes, quienes pronto recelaron de sus políticas. 

Quien se había coronado rey en Bruselas en contra de las leyes de Castilla recorrió la meseta norte con unos hombres que no dudaron en saquear todo cuanto pudieron para regresar a sus hogares en el extranjero acto seguido. "La orgía de corrupción que arman los consejeros de Carlos V y él mismo no solo están en las fuentes comuneras", señala el autor y recalca que aquel joven monarca y el que se retiró al Monasterio de Yuste en su última etapa como protector del cristianismo y del Imperio tienen muy poco que ver.

Juan de Padilla levanta el asedio sobre Segovia.

La revolución nació donde murió, en Toledo. La insurrección surgió del rechazo a cumplir las órdenes de un monarca corrupto en abril de 1520. "¡Viva el pueblo!", gritaba la muchedumbre toledana en sus estrechas e inclinadas calles. Juan de Padilla se elevaba como nuevo símbolo del alzamiento y la insurrección se transformaba en poder popular. "Los barrios envían diputados para formar un nuevo consejo municipal. Comienza a apellidarse comunidad", escribe el autor en su libro.

Pronto Toledo encontraría el apoyo de otras ciudades. Valladolid, Segovia, Salamanca, Zamora, León, Palencia, Soria, Cuenca, Guadalajara, Murcia, Plasencia o Ávila prendieron la mecha de la revolución. Personalidades como Juan Bravo, Francisco Maldonado, Antonio de Acuña o María Pacheco, esposa de Juan de Padilla, acompañarían a este en un sueño utópico que pretendía expulsar a Carlos de la corona. La alternativa comunera, pese a estar unida, era heterogénea.

"Un rey sometido a la soberanía del reino, una reforma del régimen municipal, una racionalización del sistema fiscal" son algunas de las exigencias que la Santa Junta comunera ansiaba implantar, entre otras medidas. Asimismo, la Junta de Tordesillas trató de ganarse el favor de Juana I de Castilla, quien vivía encerrada por orden del rey, para apoyar la causa comunera. "Si la reina hubiera aceptado, tal vez la suerte habría sido otra", especula Martínez, haciendo propias las palabras de Joseph Pérez, quien dedicó gran parte de su vida a estudiar la Guerra de las Comunidades.

Si bien la alternativa pasaba por construir un reino que estuviera por encima de cualquier pretensión de un rey, también hubo propuestas republicanas por muy extraño que pueda parecer. Ya en el siglo XV, una serie de humanistas castellanos hicieron una relectura de Aristóteles para defender un sistema republicano, por lo que la radical propuesta se llegó a contemplar.

En definitiva, estos programas oficiales venían acompañados de anhelos populares que tenían que ver con la destrucción de poder nobiliario. "Parece que el Antiguo Régimen podía haber acabado en 1520 en lugar de en 1789", apunta el escritor a este medio teniendo en cuenta los ánimos de los castellanos.

Triunfo imperial

Para el revuelo que generó el alzamiento en el reino, la llama terminó por apagarse enseguida. La revolución triunfó de manera arrolladora, pero sucumbió el 23 de abril de 1521. En esa marcada fecha, las fuerzas comuneras de la Santa Junta se enfrentaron a las fuerzas realistas partidarias del rey Carlos I de España, capitaneadas por Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza.

El ejército rebelde se encontraba en inferioridad, pero confiaba con luchar dentro del pueblo de Villalar, donde tendrían más probabilidades de obtener la victoria. Instalaron cañones y todo tipo de artillería en las calles de la localidad, pero la caballería realista se lanzó al ataque de forma inesperada y los comuneros no tuvieron tiempo para maniobrar. 

Doña María Pacheco de Padilla después de Villalar. Vicente Borrás y Mompó

Padilla, Bravo y Maldonado lucharon hasta ser capturados. La jornada siguiente, tras confesarse a un fraile franciscano, fueron decapitados en la plaza del pueblo. Parte de aquel derrotado ejército huyó a Portugal, mientras que otros resistieron por una causa perdida. La revolución de los comuneros se prolongó en Toledo hasta febrero de 1522 gracias a la resistencia liderada por la viuda María Pacheco. 

Para mantener el orden, María llegó a apuntar los cañones del Alcázar contra los que querían entregar la ciudad a las tropas reales", escribe el hispanista francés Joseph Pérez en la entrada de la comunera en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia.

La resistencia no pudo continuar y Pacheco abandonó Toledo de madrugada, disfrazada de aldeana y con su hijo de corta edad. Su destino fue Portugal, primero Braga y luego Oporto. A partir de entonces, la represión de Carlos I se desató por toda Castilla. "La represión fue mucho más dura de lo que pensamos, no fue tan clemente como siempre se ha dicho", rescata Miguel Martínez.

El monarca español trató de eliminar todo rastro de aquella revolución que había soñado con una Castilla renovada. "Se buscó destruir la memoria de los comuneros", pero a finales del siglo XVIII se retomó aquella hazaña y su legado ha llegado hasta nuestros tiempos.

El autor de Comuneros. El rayo y la semilla (1520-1521) afirma que la herencia comunera, aunque ignorada en muchos aspectos, puede contribuir a pensar en una España diferente. Pese a algunos matices, "la práctica política comunera es confederal. Las ciudades se reforman para dar cabida a una participación masiva popular y plebeya". Además, se coaligaban entre ellas mismas. "La discusión sobre lo que hicieron los comuneros nos puede ayudar a imaginar una España más descentralizada y más municipalista, quizá más confederal", opina Miguel Martínez. 

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