En España, la bandera española, que según el artículo cuarto de nuestra Constitución está formado por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas, y representa a todos los españoles, no termina de ser un nexo de unión. Decía el recién fallecido Julio Anguita, amado ideológicamente por la izquierda y humanamente por todos, que le producía "dolor que el himno y la bandera" de su país "dividan y no unan como ocurre en Francia".

El nacionalismo y la apropiación de banderas han sido armas arrojadizas de políticos de toda filiación desde la llegada de la democracia hace ya más de 40 años. Pero la implantación de la rojigualda responde a criterios cromáticos y prácticos, muy alejados en primera instancia de las ideologías.  

En un principio, las banderas actuaban como insignias o estandartes en el campo de batalla. Los pueblos cristianos hacían bendecir sus símbolos por un obispo en presencia de sus ejércitos. Tal y como señala el escritor Guillermo Pinto Cebrián, la primera crónica de tal suceso en suelo español tuvo lugar en 1429, cuando Juan II de Castilla hizo bendecir la suya públicamente antes de empezar la guerra contra los sarracenos.

La Cruz de Borgoña en la batalla de Rocroi. Ferrer-Dalmau

"En aquella época se utilizaban banderas en las que se alternaban castillos de oro sobre campos de gules (rojo heráldico) y leones púrpura o gules sobre plata o tela blanca", indica Pinto Cebrián. Durante siglos eran muchas y diferentes las banderas que representaban a una España cada vez más cerca de la modernidad. La historia de la rojigualda surge por una necesidad marítima y militar, pues con la llegada de Felipe V y la dinastía de los Borbones al trono español, las banderas de media Europa eran muy similares y se producían confusiones principalmente en el mar.

De esta forma, era complicado diferenciar si el barco que se avistaba en el horizonte era un aliado o un enemigo porque el escudo de las distintas ramas borbónicas apenas tenían cambios visibles desde la distancia. Incluso la de Inglaterra, con su Cruz de San Jorge sobre fondo blanco, podía ser confundida con la Cruz de Borgoña.

Ocurrencia de Carlos III

El reinado de Carlos III continuó con una serie de medidas sociales y administrativas que ya habían iniciado sus predecesores. Entre otras cosas, se estableció un programa educativo que influiría en la formación académica actual, se fomentó un sistema de asistencia y de caridad a los más necesitados y reformó la capital para, de alguna manera, europeizarla.

Conocido como 'el mejor alcalde de Madrid', también comprendió que España necesitaba un emblema característico que facilitara la visibilidad y ayudara en los largos trayectos navales. De esta manera, ordenó a su ministro de Marina, Antonio Valdés y Fernández Bazán, que elaborase una nueva bandera destinada únicamente para uso naval. Valdés convocó entonces un concurso y escogió los mejores doce bocetos, los cuales fueron presentados al monarca para que este tomase la decisión final.

Imagen de los 12 bocetos presentados por el ministro Antonio Valdés y Fernández Bazán a Carlos III. El rey escogió la que se encuentra arriba a la izquierda para la Marina de Guerra. Museo Naval

La única condición que impuso Carlos III fue la de no utilizar el color blanco, que había sido empleado para soporte de las armas reales a lo largo del siglo XVIII. Asimismo, unas ordenanzas militares de 1728 sugerían el rojo como "color nacional", por lo que esta opción fue tomando fuerza.

Doce fueron las propuestas de Valdés y fue el propio gusto del rey el que decidiría el símbolo que a día de hoy representa a España. Así, mediante el Real Decreto del 28 de mayo de 1785 nacía la bandera de España: "He resuelto que en adelante usen mis buques de guerra de bandera dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baxa sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de en medio amarilla, colocándose en esta el Escudo de mis Reales Armas reducido á los dos quarteles de Castilla, y Leon con la Corona Real encima".

Sería casi un siglo más tarde cuando la rojigualda se transformó en la bandera nacional tras la aprobación de un Real Decreto de Isabel II en 1843. La bandera se había popularizado en la Guerra de la Independencia contra los franceses y eran unos colores que habían conseguido unir a los españoles que combatían contra un enemigo externo.

El cambio de la II República

El Real Decreto firmado por la reina Isabel II establecía tanto los colores como las medidas para la utilización de una única bandera en el país. En el centro se encontraría el escudo de armas, de forma circular, y la Primera República lo mantendría exceptuando la corona real del escudo.

Fue la Segunda República el único régimen que se atrevió a cambiar los colores, pues pese a los distintos escudos que se han posado sobre la rojigualda, siempre se han mantenido el rojo y el amarillo. "Su origen ha de buscarse en el revolucionario ambiente político propiciado por La Gloriosa (1868), donde fue constante la búsqueda de nuevos emblemas y elementos representativos de la Nación y las libertades, que en ningún caso recordasen el pasado régimen", apunta el historiador español Juan José Sánchez Badiola en Símbolos de España y de sus Regiones y Autonomías (Visión).

Durante la Revolución de 1868, los grupos republicanos habían barajado sustituir los viejos colores por una bandera con tres franjas: morada, roja y blanca. Al final, la Segunda República decidió mantener los colores españoles añadiendo el morado en la franja inferior. Los nuevos colores serían el rojo, el amarillo y el morado. Los republicanos defendían la idea de que las tonalidades de la enseña nacional hacían referencia a la corona de Aragón, y pensaron que introduciendo el morado representarían así a Castilla.

La guerra que dividió

Con la sublevación del 18 de julio y la victoria del bando franquista en la Guerra Civil española, la bandera adoptaría en la izquierda un sentimiento de rechazo. Franco había recuperado el rojo y el amarillo y añadió el escudo monárquico acompañado del águila de San Juan, tal y como ya lo hicieron los Reyes Católicos, y estaba rodeada de una leyenda en la que se leía "Una, grande y libre".

La bandera franquista no desapareció con la muerte del dictador. Aguantó hasta 1981, cuando, ya en democracia, se estableció la última versión del escudo. De hecho, en la España democrática se mantiene prácticamente el mismo escudo que el de la Segunda República —al margen de los colores—, excepto que en vez de la presencia de un castillo se añade una corona con el emblema de la Casa Borbón.

Pedro Sánchez, durante el acto de proclamación como candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno. PSOE

Sin embargo, el peso de la guerra y la división política hacen que sea la derecha la que utilice la rojigualda como estandarte de orgullo, mientras que las concentraciones izquierdistas optan por banderas regionales y el recuerdo republicano.

Ha habido intentos de recuperar la bandera nacional en el sector de la izquierda. El presidente Pedro Sánchez apareció una vez con una gigantesca bandera de España. No se ha vuelto a saber nada más de ella. Íñigo Errejón también pretendía usarla en sus actos, lo cual generó controversia en la izquierda. Decía Goethe que "todo cuanto sucede no es sino un símbolo" y al parecer, España tiene una eterna disputa con el que le representa como país y como nación debido a la carga guerracivilista que se le ha atribuido a una bandera que fue elegida hace 235 años. 

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