“Para Soon-Yi, la mejor. La tenía comiendo de la mano y de pronto noté que me faltaba el brazo”: la primera, en la frente. Así arranca, en forma de dedicatoria, la polémica autobiografía de Woody Allen, A propósito de nada, casi impublicable editorialmente hasta el momento -por aquello de la alargada sombra del Me Too, que fue a convertir al cineasta, décadas después de la acusación de abuso sexual, en un tipo perverso y maldito: cuánto mejor, decían las industrias biempensantes, alejarnos de su palabra y de su cine-.

Ahora, estas memorias espinosas ven la luz en España gracias a Alianza Editorial, y lo cierto es que no tienen desperdicio. De entrada, están maravillosamente escritas: son punzantes, modestas en cuanto a los logros, exageradas en lo que respecta a las fobias, sardónicas, corrosivamente humanas, depresivas y rebozadas de una comicidad inconfundible, nihilista e inteligente. Sin más, como el propio hombre que las escribe y al que ya conocemos en profundidad por sus películas. Por otra parte, "ninguna gran obra”, puntualiza Allen, “a pesar de haber gozado de un control artístico total y de haber recibido millones de dólares para hacer filmes”. Pues vaya.

Es en este patetismo ilustrado en el que es fácil encontrarse con el artista, que se siente, más que cualquier otra cosa, escritor. Un escritor que confía en la suerte para disimular sus miles de errores. Él dice que el tema principal del libro es “la búsqueda de Dios en un universo violento y carente de sentido”, pero, entre que encuentra y no encuentra a las divinidades, le ha dado tiempo a conocer a gente excepcional, a atesorar anécdotas cojonudas, a tejer un mundo propio, a hilvanar una relación trágica y tormentosa con Mia Farrow -antagonista espléndida de este relato-, a enamorarse como una auténtica bestia de Soon-Yi, su hijastra.

Woody con Mia y su familia.

A remar siempre a la contra de la opinión pública y a construir una vida de tardes lluviosas en Nueva York, clubs de jazz, ironías finísimas, pocas lecturas, trucos de magia y la constante tentación de convertirse en un gánster, en un estafador que nunca fue. Sólo tenía diez años cuando soñaba con invitar a las chicas imposibles de su clase a un dry martini y sus profesoras pensaban que era un niño loco.

Dice que algunas de sus películas son entretenidas, pero que ninguna de sus ideas “bastaría para establecer una nueva religión”. Él siempre ha intentado vivir en una de esas “comedias de champagne” donde las historias transcurren en áticos en los que las puertas del ascensor se abren directamente delante de la vivienda. Películas donde se descorchaban botellas y donde hombres melosos que pronunciaban frases ingeniosas seducían a mujeres hermosas que holgazaneaban en la casa vestidas con lo que hoy en día alguien se pondría para asistir a una boda en el Palacio de Buckingham.

La polémica de Mia Farrow

Al final su vida no se pareció tanto a eso: en el libro retrata a su gran enemiga Mia Farrow como a una mujer desequilibrada que acumulaba hijos adoptivos como quien se compraba bolsos de diseños exóticos, que los maltrataba, que los castigaba físicamente, que los despreciaba hasta la marginación o la muerte -dos de ellos se suicidaron, una tercera murió sola de SIDA y abandonada a su suerte-.

Cuenta que le presionó para que la dejara embarazada y que, cuando eso ocurrió, él se volvió irrelevante porque ya había cumplido “su propósito” -aunque hacía años que su relación era ya más fría-. Después dijo que el bebé -Satchel- era de Frank Sinatra.

Cuenta que Farrow acumulaba hijos adoptivos como quien se compraba bolsos de diseños exóticos, que los castigaba físicamente y que los despreciaba hasta la marginación o la muerte -dos de ellos se suicidaron-

También desliza cierto complejo de Edipo entre Mia y su hijo menor, con quien estaba "obsesionada", con quien se encerraba a cal y canto y con quien dormía desnuda -según el testimonio de las niñeras- hasta la adolescencia del chico mientras ignoraba al resto de sus hijos. Cuenta que él, en exclusiva, desarrolló vínculos afectivos con Moses y con Dylan -quien ahora le acusa de abuso-, y que solamente ahí ejerció como padre preocupado.

Describe con precisión sus hábitos de entonces y su relación con los dos críos. Asegura que nunca le puso un dedo encima a Dylan, que todo fue un montaje por parte de esa madre vengativa -que había descubierto fotos eróticas de él con Soon-Yi por casualidad-. Dice que con su actual esposa, siendo niña, se llevaba fatal, que ella era gélida y que, además, Mia le había dicho que la chica era “retrasada”. Apenas se hablaron durante la infancia y jamás convivieron. Su amor no se gestó, de ninguna manera, en esos años. 

Cuando se empezaron a conocer de verdad, ella ya era universitaria, y no “una menor”, como extendió Mia. Fueron a algunos partidos de baloncesto y comenzaron a quedarse prendados el uno del otro. Más tarde, llegaron las películas de Bergman compartidas. Luego, el beso. Ella respondió: “Me preguntaba cuándo darías el paso”. Cuando Mia les pilló, llamó a la hermana de Allen y presuntamente, le dijo: “Él me quitó a mi hija; ahora yo voy a quitarle a la suya”, en referencia a Dylan, la cría de sus ojos.

El ostracismo

Habla de la denuncia. De las dos investigaciones en las que salió absuelto. Cuenta que, a pesar de todo, tenía que ver a Satchel con vigilancia externa -lo que no tenía sentido jurídico, porque no había sido condenado-. Relata que Mia filmó a Dylan desnuda durante unos días “para obligarla a contar la historia que se había inventado”. Explica cómo su hijo Moses y el servicio del hogar de Mia siempre le apoyaron con sus testimonios.

Woody Allen con Moses, su hijo, que a día de hoy le defiende.

Es una historia llena de complejidades y de detalles que es mejor leer por uno mismo para poder hacerse una composición de la situación y emitir un veredicto propio, privado. Por lo demás, cada página cuenta. Joaquin Phoenix, Emma Stone, Penélope Cruz, Carla Bruni. Una madre que se parecía a Groucho Marx. Una prima inolvidable llamada Rita. Los que le protegieron. Los que le vendieron. La gloria. El ostracismo. Una ceja permanentemente levantada.

La vida agitada -como una coctelera loca- del hombre que quiso ser Tennessee Williams, pero al final, afortunadamente, fue Woody Allen. Un hombre que no quiere vivir en los corazones ni en las mentes del público -vaya cursilada-, sino que prefiere seguir viviendo en su casa. Aquí algunos de los mejores extractos de su autobiografía -aquellos que describen su personalidad, sus mejores hits y también los momentos más trágicos y crudos de su vida-. 

1. “Jamás me faltó una comida, jamás carecí de ropa ni techo, jamás caí presa de alguna enfermedad grave como la poliomielitis, que en aquella época era endémica. No tenía síndrome de Down, como un niño de mi clase, ni tampoco era jorobado como la pequeña Jenny, ni padecía de alopecia como el chico Schwartz.

Era sano, querido, muy atlético, siempre me escogían en primer lugar a la hora de formar los equipos, jugaba a la pelota, corría, y, sin embargo, me las arreglé para terminar siendo inquieto, temeroso, siempre con los nervios destrozados, con la compostura pendiendo de un hilo, misántropo, claustrofóbico, aislado, amargado, cargado de un pesimismo implacable. Algunas personas ven el vaso medio vacío, otras lo ven medio lleno. Yo siempre veía el ataúd medio lleno”.

Woody Allen y Penélope Cruz.

2. “Más o menos con cinco años tomé conciencia de la mortalidad y pensé: ah, no, yo no me apunté para esto. Nunca acepté ser finito. Si no os importa, quiero que me devolváis el dinero. Cuando crecí, no sólo la extinción, sino el sinsentido de la existencia se me hicieron más patentes.

Me topé con la misma pregunta que sacaba de quicio al expríncipe de Dinamarca: ¿por qué hemos de soportar piedras y flechas cuando puedo mojarme la nariz, introducirla en el enchufe y no tener que volver a enfrentarme nunca más a la ansiedad, a la angustia o al pollo hervido de mi madre? (…) ¿Por qué seguir adelante? Finalmente, no logré encontrar ninguna razón lógica para explicarlo y llegué a la conclusión de que los seres humanos estamos programados para resistirnos a la muerte. La sangre es más fuerte que el cerebro.

No hay ningún motivo lógico para aferrarse a la vida, pero, ¿a quién le importa lo que dice el cerebro? El corazón dice: ¿Has visto a Lola con su minifalda?”.

3. “[En esas películas] todos bebían todo el tiempo y nadie vomitaba. Y nadie padecía cáncer y en el ático no había goteras, y cuando sonaba el teléfono en plena noche, la gente que vivía en los pisos altos de Park Avenue o de la Quinta Avenida no tenía, como mi madre, que salir de la cama y golpearse las rodillas en la oscuridad buscando a tientas ese instrumento negro para enterarse de que tal vez un pariente acaba de morir.

No. Hepburn, Tracy, Cary Grant o Mirna Loy se limitaban a descolgar el teléfono que tenían sobre la mesita de noche, a centímetros de donde dormían, que por lo general era blanco, y las noticias no giraban sobre la metástasis de las células o una trombosis coronaria, sino de enigmas más fáciles de resolver, como: “¿Qué? ¿Qué es eso de que no estamos legalmente casados?”.

4. “Siempre está coqueteando con las chicas”, le dijo una de esas zánganas estériles a mi madre [en referencia a sus profesoras]. Sí, me gustaban las chicas. ¿Qué se supone que me tenía que gustar, las tablas de multiplicar? ¿Aquellas peroratas desmoralizadoras del Día de Acción de Gracias? ¿El acto de golpear los borradores para sacarles el polvo de tiza? No, a mí me gustaban las chicas (…) Yo quería subirme al metro con Barbara Westlake, viajar hasta Manhattan, llevarla a mi ático de la Quinta Avenida, beber dry martini, salir a la terraza y besarla a la luz de la luna. 

Podéis imaginar que esa idea no gozaba del aprecio del plantel docente de la Escuela Pública nº 99, ni del de mi madre ni del de Barbara Westlake, quien tenía seis años, no le gustaban los dry martini y lloró como una histérica cuando se cargaron a la madre de Bambi”.

Woody Allen y Diane Keaton.

5. Respecto a la terapia: “Mis avances con los temas profundos han sido completamente inexistentes: sigo teniendo los mismos temores, conflictos y debilidades con los que cargaba a los 17 y a los 20 años (…) En mi caso, lo importante era tener a alguien cerca con quien compartir mi sufrimiento, jugar al tenis con un profesional. En los tiempos más oscuros es agradable sentir que uno no se queda quieto e inactivo, pasivo como una ameba aplastada por la demencia irracional del universo o incluso por situaciones negativas que uno mismo ha provocado. Es importante creer que uno está haciendo algo al respecto (…).

Haces asociaciones libres. Recuerdas todos esos sueños. Tal vez hasta los escribas. Al menos una vez a la semana los discutirás con un experto preparado y juntos comprenderéis esas espantosas emociones que te hacen sentir triste, atemorizado, enfadado, desesperado y suicida (…) Seguirás siendo el mismo atormentado desdichado incapaz de comprar pastas danesas en la panadería porque el mundo te avergüenza”.

6. “Fue la única vez que me crucé con Alfred Hitchcock. Charlamos detrás del escenario y él se mostró encantador y divertido. Cuando salió a escena delante de toda esa multitud vestida de etiqueta, incluyendo la esposa y las hijas del presidente, declamó, con aquella voz fabulosa: ‘Os advertí de que vendrían Los pájaros’”.

7. “[Hugh] Hefner me caía bien y recuerdo que una noche me explicó que de niño siempre había soñado con tener una casa en la que todo el tiempo estuviera pasando algo y en la que nadie prestara atención al reloj. Te despertabas cuando se te antojaba, desayunabas cuando te parecía bien, hacías lo que querías a la hora que fuera. Tu calendario se acomodaba a tus propios tiempos. A mí aquello me traía sin cuidado, puesto que los sueños de los demás nunca significan nada para mí, pero si a Hefner le gustaba levantarse a las once de la noche, desayunar y luego jugar al Monopoly con celebridades, ¿quién era yo para objetar algo?”.

8. Sobre Mia Farrow:

“En aquel entonces, yo salía con Jessica Harper, esa chica sexy, brillante y talentosa de Recuerdos. Pocos días después de la fiesta, recibí un mensaje con un libro, un regalo de Mia. Me agradecía lo bien que se lo había pasado y me mandaba un ejemplar de La medusa y el caracol. Yo le respondí con una nota agradeciéndole el libro y añadí un comentario como de pasada que terminaría cambiándole la vida a mucha gente. Le proponía: ‘Si estás libre un día de estos, vayamos a comer’”.

Woody Allen y Mia Farrow.

9. “Una señal de alarma surgió cuando había pasado un lapso sorprendentemente breve desde que iniciamos nuestra relación, unas semanas, para ser precisos. Estábamos viendo una película, My brilliant career, y Mia se volvió hacia mí y dijo: ‘Quiero tener un hijo tuyo’ (…) Lo achaqué todo a una exageración melodramática. Después de todo, ella era actriz y le gustaba hacer escenas (…) No mucho después de este episodio, en un restaurante chino, ella me propuso de improviso que nos casáramos (…) ¿Debería haberme sentido halagado? No lo hice. Ni siquiera llegamos a vivir juntos. Y ni una sola vez, en los trece años de relación, dormí en su apartamento de Nueva York”.

10. “La familia de Mia estaba plagada de comportamientos extremadamente ominosos que aumentaron durante los años que estuve con ella. Graves problemas de alcoholismo y drogadicción, antecedentes penales, suicidios, personas ingresadas por trastornos mentales e incluso un hermano en prisión por abuso de menores.

Todos los Farrow manifestaban alguna de las taras presentes en la literatura desde las obras de teatro ateniense hasta Días sin huella, con excepción, al parecer, de Mia. A mí me asombraba que ella pudiera haber crecido pasando de puntillas por ese campo minado de locura y haber salido indemne y tan encantadora, emprendedora y agradable. Pero lo cierto es que no había salido indemne y que yo debería haber estado más atento”.

11. “Soon-Yi no sólo era un diamante en bruto, sino una piedra preciosa impecable y perfectamente cincelada. Y Mia no era ninguna supermamá, ni siquiera una buena madre, puesto que jamás se había tomado la molestia de conocer realmente a su hija adoptiva (…) era la única de todos esos niños que había tenido la temeridad de desafiar su cruel autoridad (…). 

Cuando Soon-Yi se marchó conmigo no era una huérfana ingrata que estuviese traicionando a una benefactora amable y cariñosa que la había convertido de mendiga en millonaria (…) Soon-Yi y yo no teníamos ningún interés en saber nada el uno del otro. A mí me parecía una chica callada y aburrida y ella pensaba que yo era un pelele dominado por su madre. Lo único que me faltaba era una argolla en la nariz”.

12. “En pleno rodaje de la película Maridos y mujeres, Soon-Yi y yo empezamos a tener una aventura. Una aventura que comenzó cuando ella volvió otra vez a la universidad, que fue apasionada desde el primer día y que ha tenido como resultado muchos años felices y una familia maravillosa. ¿Quién lo habría dicho? Yo solo sabía que ella no era esa mujercita insignificante que su madre había desechado y dado por perdida. Qué equivocada estaba Mia.

Lo que teníamos delante era una mujer brillante, con clase, fabulosa, extremadamente inteligente, poseedora de un enorme potencial latente y que podría madurar de manera soberbia solo con que alguna persona demostrara un poco de interés en ella y le ofreciera un poco de apoyo, y lo que era más importante, un poco de amor. Pasamos algunas tarde paseando y hablando, disfrutando de nuestra compañía y, por supuesto, yendo a la cama”.

Woody Allen y Soon Yi, su actual esposa.

13. “Mia convierte la furia que siente contra Soon-Yi y contra mí en el tema central de todos los que viven en su casa, alimentando y reforzando constantemente en la mente de Dylan la idea de que yo había abusado de ella. Yo había albergado la esperanza de que cuando Dylan creciera de alguna manera se daría cuenta de que su madre la había usado, aprovechándose de su vulnerabilidad y su edad para despojarla de su padre, sabiendo que esa sería la venganza más eficaz que podía emprender contra mí.

Esperaba que Dylan intentara ponerse en contacto conmigo (…) Estaba seguro de que recordaría cuánto la quería, lo mucho que la adoraba, el coraje con el que yo había luchado para poder visitarla o al menos hablar con ella. Suponía que tarde o temprano las cosas se aclararían. (…)

No había ningún tren eléctrico en ese desván (…) No imaginéis ni por un segundo que estoy acusando a Dyan de mentir deliberadamente cuando desgrana su discurso sobre el abuso sexual o cuenta esa historia de cómo el tren daba vueltas. Estoy convencido de que ella cree todo aquello que se le sugirió e inculcó durante tantos años”.

14. “Numerosos actores y personas del mundo del espectáculo me comentaron en privado que estaban consternados por la publicidad claramente injusta y asquerosa que yo estaba recibiendo y que estaban unánimemente a mi lado. Cuando les preguntaba por qué no alzaban la voz y hacían algo al respecto, todos admitían que temían repercusiones profesionales. Me pareció irónico, puesto que esa era exactamente la misma razón que esgrimían las mujeres para justificar que no hubiesen denunciado en público a todas las personas que las acosaron durante tantos años: porque perjudicaría a sus carreras”.

Woody Allen y su hija Dylan.

15. “Yo veía la vida como trágica o cómica dependiendo del nivel de azúcar en sangre, pero siempre la consideré un sinsentido. Me sentía como un trágico encerrado en el cuerpo de un monologuista humorístico. Un Milton mudo y sin gloria. Pero solo en referencia a Milton Berle, el humorista”.

16. “Comer con Arthur Miller es algo que jamás habría creído posible cuando era pequeño, cuando era joven, incluso la semana antes de que ocurriera. Le hice un millón de preguntas y recuerdo con toda precisión que él me confirmó que, en efecto, la vida carecía de sentido. Yo le comenté lo que pensaba sobre la mortalidad. La comparé con la situación en la que estás acostumbrado a despertarte regularmente a la misma hora cada mañana, digamos a las ocho, hasta que un día en particular tienes una cita a las siete, lo que te obliga a despertarte a las seis para prepararte. Eso me arruina totalmente el sueño, si es que puedo dormir.

De la misma manera, mi vida está arruinada, estropeada, porque sé que n día sonará la alarma y tendré que irme, y ese conocimiento anula mi tranquilidad mental y me hace dar vueltas en la cama todos los días de mi existencia, esperando que suene la hora. Le expliqué todo esto a ese gran dramaturgo, mientras los pensamientos de Miller llevaban mucho tiempo centrándose en los profiteroles”.

17. “Yo he tenido la gran suerte de que a muchas de las personas que idolatraba parecía gustarles lo que hacía: Groucho, Perelman, Ingmar, Tennessee Williams, Miller, Kazan, Truffaut, Fellini, García Márquez, Szymborska, por nombrar a unos pocos. A menos que sea una clase de broma en la que están todos compinchados. Mmmm”.

Woody y Scarlett.

18. “¿Y cómo me he tomado yo todo esto? ¿Y por qué cuando me han atacado casi nunca he respondido ni me he mostrado demasiado alterado? Bueno, considerando que el universo es un caos maligno carente de sentido, ¿qué más da una pequeña acusación falsa en el orden general de las cosas? En segundo lugar, ser misántropo tiene su lado bueno: la gente nunca te desilusiona”.

19. “Enfrentarte a una cosa así siendo inocente te da una perspectiva diferente que si lo hicieras siendo culpable. Agradeces que te examinen de cerca y que te investiguen, más que temerlo, porque no tienes nada que ocultar. Estás dispuesto a someterte a un detector de mentiras, en lugar de tratar de evitarlo. Es como estar jugando al póker con una escalera real en la mano. Te mueres de ganas de que todos hagan sus apuestas y que muestren sus cartas.

Pero, ¿y si la oportunidad de jugar a mis propias cartas no llega nunca? ¿Y si desaparezco antes de que pueda recoger las ganancias? Bueno, siendo una persona que jamás estuvo interesada en dejar un legado, ¿qué puedo decir? Tengo ochenta y cuatro años. A mi edad, estoy jugando con dinero de la banca. No creo en el más allá y no veo qué importancia pueda tener que la gente me recuerde como un cineasta o como un pedófilo o que no me recuerde en absoluto. Lo único que pido es que esparzan mis cenizas cerca de una farmacia”.

Woody Allen.