Fotograma de 'Gladiator'.

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Historia LIBROS

La Península Ibérica, la gran obsesión de Roma: así nos convertimos en parte del Imperio

El mestizaje al que se vio sometida la población autóctona de la Península Ibérica romanizó a su población hasta el punto de ser equiparados con los romanos de la Península Itálica.

22 octubre, 2020 02:18

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Gran Bretaña, Oriente Próximo e incluso Egipto. La influencia del Imperio romano se extendió por toda Europa. Durante siglos no hubo civilización que pudiera hacerles frente o que siquiera pudiera eclipsar a un pueblo que creó un sistema político y jurídico sin precedentes.

En este sentido, la Península Ibérica no fue sino otro de los fines territoriales de Roma. Algunos historiadores especulan sobre que la presencia de los cartagineses en la actual España les convenció para ocupar la península. Paco Álvarez, escritor y especializado en el fin de la República romana, por su parte, se pregunta si existía o no "una agenda de ocupación" o si se debía a las condiciones climáticas del entorno.

En cualquier caso, el hecho es que terminaron llegando a la Península Ibérica en el año 218 a.C. y no se marcharon hasta la llegada de los visigodos. Álvarez publica ahora su último libro, Estamos locos estos romanos (Modus Operandi), donde recorre cómo aquellos pueblos prerromanos se convirtieron en una de las ramas territoriales más importantes de la Península Itálica.

Asedio de Numancia, último bastión de los celtíberos.

Asedio de Numancia, último bastión de los celtíberos.

"La primera ciudad romana fundada fuera de Italia estaba en España", declara Paco Álvarez en una entrevista concedida a EL ESPAÑOL. "Compartimos historia política directa con ellos durante diez siglos", añade. Precisamente, el escritor busca concienciar sobre algo ignorado a menudo en nuestro país: somos tan romanos como los italianos.

Hispania

Tal y como afirmó el historiador romano Tito Livio, Hispania fue la primera provincia en la que penetraron los romanos pero la última en ser sometida. La Península Ibérica la habitaban en aquel entonces pueblos como los íberos o los celtas.

Por una parte, a los íberos se les considera los habitantes autóctonos de aquella tierra que los romanos pretendían conquistar. "Eran muy religiosos aunque no sabemos casi nada de sus dioses. Se sabe que el toro, el lobo, el lince y el buitre fueron para ellos animales totémicos", escribe Álvarez. Eran, en definitiva, la tribu más civilizada de Iberia.

Por otra, los celtíberos eran considerados por los romanos como "guerreros irreductibles y temerarios". De esta manera, los romanos comenzaron una "misión civilizadora" que terminó con un arduo proceso de conquista que culminaría en una romanización absoluta.

Mestizaje

Según señala Paco Álvarez en Estamos locos estos romanos, para el año 50 a.C. los habitantes de la ribera del Betis habían dejado de utilizar sus lenguas vernáculas. El latín comenzó a imperar en la Península Ibérica y poco a poco se romanizó todo el territorio.

Asimismo, se debe disociar esta conquista de las civilizaciones previas que habían habitado la actual España: "Hay una gran diferencia en comparación con las relaciones simplemente comerciales que había habido siglos atrás con los griegos y sobre todo, en comparación con los cartagineses, más depredadores de recursos que desarrolladores de espacios".

Los romanos construían, comerciaban, convivían, habitaban... "Un romano puede nacer donde quiera, porque adquirían la ciudadanía según de quién habían nacido, no según dónde habían nacido", comenta el escritor a este periódico.

El Foro de Trajano y la Columna de Trajano en un grabado (1891).

El Foro de Trajano y la Columna de Trajano en un grabado (1891).

Y es que la romanización no se explica sin el mestizaje. Banqueros, militares, publicanos y veteranos de los ejércitos de Augusto mezclaron su sangre con los habitantes de Hispania. No es de extrañar que en el siglo I el historiador Flavio Josefo afirmara lo siguiente: "Los que antaño fueron llamados hispanos, etruscos o sabinos, ahora son denominados romanos".

Así, los hispanos no solo pertenecían al Imperio, sino que eran tan romanos como los habitantes de la Península Itálica. Paco Álvarez dedica un capítulo del libro a mencionar aquellos romanos nacidos en Hispania que destacaron en Roma ya fuera en el ámbito político, social o incluso deportivo.

Al ya conocido emperador Trajano, el primer emperador hispano, cabe recordar la cantidad de cónsules que nacieron en la Península Ibérica. Cornelio Anulino, nacido en Iliberris (Granada), fue uno de los muchos senadores hispanorromanos. Lo mismo sucedía con los senadores, quienes decidían instalarse en los barrios Esquilino y en el Quirinal.

Por su parte, también hubo grandes guerreros como Marco Cornelio Nigrino Curiaco Materno, quien nació en Edeta (Liria, Valencia) en el año 40 d.C. Tras la guerra de Dacia de Domiciano, Marco obtuvo dos coronas murales, dos coronas doradas, dos coronas navales, dos coronas vallares, dos coronas triunfales, ocho lanzas puras y ocho estandartes por sus hazañas. Este logro solo lo igualarían cuatro personas más en toda la historia del Imperio romano. 

En cuanto al primer barcelonés que ganó en unas Olimpiadas, hay que remontarse al año 129 d.C., donde consiguió ganar la carrera de cuadrigas en la edición 227 de las Olimpiadas. En resumen, Paco Álvarez trata de reivindicar una mentalidad casi inexistente en España. Elevar a los españoles al mismo nivel que los italianos como herederos directos de los romanos