Aquel sábado 13 de octubre de 1838 el Mediterráneo fue sacudido por una feroz tormenta que engulló en las costas de Cartagena al Beatrice, una goleta que había partido del puerto de Alejandría unas semanas antes y debía atracar en Londres. Milagrosamente, toda la tripulación logró llegar a tierra a nado; pero los tesoros arqueológicos del Antiguo Egipto que se transportaban en la bodega del barco se hundieron hasta el fondo del mar. Esa fue la última noticia que se tiene del sarcófago del faraón Micerinos.

Hallado en 1837 en el interior de la pirámide de Guiza que lleva el nombre de este rey de la IV Dinastía —gobernó hace más de 4.000 años—, la más pequeña, por el coronel Howard Vyse y sus controvertidos métodos de "arqueología de la pólvora", el ataúd era de una riqueza impresionante. Estaba hecho de basalto, una roca volcánica muy dura de color negro, y decorado en los lados por una fachada de palacio, un motivo del Imperio Antiguo que simulaba el aspecto de un edificio noble.

El interior del féretro estaba vacío, pero en la cámara funeraria de la pirámide del faraón, hijo de Keops y sobrino de Kefrén, se descubrieron los vestigios de otro ataúd de madera y una momia. Al principio se pensó que sería la del propio Micerinos, pero los análisis de Carbono 14 dataron los restos humanos en el siglo II: alguien los había enterrado allí más de 2.000 años después. Lo curioso es que este cadáver estuvo expuesto en el British Museum durante bastante tiempo y atribuido al monarca egipcio de forma errónea. Al museo londinense, por el contrario, nunca llegaría lo que en la actualidad podría ser una de las joyas de su colección: el lujoso sarcófago.

Imagen de la pirámide de Micerinos.

Pero el misterio de su paradero se ha visto reavivado después de la visita del efusivo egiptólogo Zahi Hawass a España, que ha dejado una cascada de titulares. No solo ha asegurado que en 2020 va a encontrar la tumba de Nefertiti o que reclamará a Madrid la devolución del Templo de Debod si no se adoptan de inmediato medidas que garanticen su conservación; también ha anunciado un proyecto hispanoegipcio de búsqueda del pecio del Beatrice y sus correspondiente carga. Sin embargo, fuentes del Ministerio de Cultura consultadas por este periódico desmienten la versión de Hawass y aseguran que no hay ningún plan en marcha al respecto.

En cualquier caso, el supuesto farol del egiptólogo más célebre del mundo devuelve a la actualidad una operación interminable que nunca ha dado el resultado esperado: el hallazgo del sarcófago de Micerinos y el resto de cajas que transportaban valiosas piezas. Si, como creen los expertos, el barco está hundido en algún lugar de la costa entre Cabo de Palos y Mazarrón —otras teorías barajan que podría encontrarse en el Cantábrico o en las costas italianas—, el Gobierno español debe dar permiso al interesado antes de llevar a cabo cualquier prospección subacuática. Otra historia sería de encontrarse en aguas internacionales. 

Operaciones fallidas

Dos sociedades inglesas de cazatesoros ya intentaron obtener, sin éxito, dicha autorización en un par de ocasiones, la primera a finales del siglo XIX y la segunda en 1932. Hubo que esperar hasta 1985 para que el tema saltase al Congreso de los diputados, tal y como recuerda el historiador y arqueólogo Francisco García del Junco en su libro Arqueología. Tesoros y tumbas (Almuzara); y una década más para que se lanzase una verdadera misión de búsqueda.

Aquella iniciativa, organizada por la Fundación Arqueológica Clos, una institución privada que gestiona el Museo Egipcio de Barcelona, se bautizó como Proyecto Salvar al Faraón, pero las trabas burocráticas terminaron por desbaratarlo. "Por una parte el Centro Nacional de Investigaciones Arqueológicas y Submarinas y el Centro de Buceo de la Armada, entendían, lógicamente, que debían tomar parte", recuerda García del Junco. "Las dificultades insalvables comenzaron cuando las autoridades autonómicas empezaron a alegar derechos y a poner trabas administrativas".

El sarcófago de madera hallado en la pirámide de Micerinos.

Dos años más tarde, en 1997, se puso en marcha el hasta ahora único proyecto que ha trabajado sobre el mismo mar: el Gobierno, con medios del Museo Nacional de Arqueología Subacuática y la ayuda de la Armada, realizó una serie de prospecciones aunque con recursos muy limitados y sin dar con los tesoros egipcios. "Lo buscamos [el sarcófago] con una barca a punto de ser desguazada y una linterna", recordaba en una entrevista con el periódico La verdad Iván Negueruela, el director de aquella operación y hoy director del ARQVA. 

Y ahí se quedó la cosa hasta que aparece uno de los protagonistas actuales. En 2008, cuando Zahi Hawass era secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto —cargo que ostentaría hasta 2011, cuando se produjo la Primavera Árabe—, el egiptólogo reclutó a Robert Ballard, el hombre que había hallado el Titanic, y el apoyo del canal de televisión National Geographic, para resolver de una vez el misterio. Pero el estallido estas protestas fue precisamente lo que acabó de enterrar la empresa: Hawass tuvo que dimitir y no se ha vuelto a acordar de Micerinos hasta ahora, hasta su periplo por España. 

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