Marañón, delante de la tranquila casita donde trabaja junto a su equipo.

Marañón, delante de la tranquila casita donde trabaja junto a su equipo. Dani Pozo

Escena

"El Real tiene el presupuesto de una ópera de provincias francesa"

Un cigarral de Toledo, antiguo convento, fue un ágora intelectual gracias al imán del doctor Gregorio Marañón. Ahora, su nieto, presidente del patronato del Teatro Real, hace memoria. 

16 octubre, 2015 19:43

Una “catedral humana”. A Gregorio Marañón, el médico e intelectual, sus amigos lo visitaban con asiduidad. No sólo por el afecto que le profesaban. Tampoco exclusivamente por sus reflexiones sobre el momento político y la Historia. El doctor Marañón era una suerte de nodo intelectual, un nexo de unión entre personas de distinta ideología, en ocasiones incluso antagónica. Los cigarrales son casas de campo muy típicas en Toledo y su nombre probablemente procede del lugar donde cantan las cigarras. En 1921, el doctor Marañón se hizo con el suyo, un antiguo convento que se esforzó en rehabilitar.

A partir de entonces, se convirtió en punto de reunión privilegiado para esos encuentros, algunos de ellos muy significativos. Allí leyó Federico García Lorca Bodas de Sangre antes de su estreno y por allí pasaron Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Menéndez Pidal, Valle-Inclán, Benito Pérez Galdós, Manuel Azaña o José Ortega y Gasset. Allí, en 1930, se reunieron Leopoldo Matos, ministro del Interior del último Gobierno de la monarquía, y Ángel Ossorio y Gallardo, representante de los republicanos, para intentar sin éxito alcanzar un acuerdo.

Ahora, otro Gregorio Marañón (1942) recopila en Memorias del Cigarral las anécdotas y días de gloria de la propiedad. El autor es nieto del doctor, pero asegura que no le pesa el nombre. Devoto de la parábola de los talentos, cree que “si te han dado una educación, si tienes una cultura, si has podido viajar y adquirir experiencias, tienes que hacer algo con todo ello en tu vida, independientemente de lo que hayan hecho tus mayores”. Marañón Bertrán de Lis no aspira a ser la “catedral humana” que era su abuelo, según escribió César González Ruano. Sí hace un constante trabajo de hormiga, también en el Cigarral, que sigue siendo un ágora discreta por la que desfilan personas relacionadas con el Teatro Real, cuyo patronato preside, pero también otras muchas.

¿Qué hizo del Cigarral un lugar tan frecuentado por intelectuales tan importantes?

Marañón tenía una personalidad poliédrica, de un evidente magnetismo y, curiosamente, sin afán de protagonismo. Recuerdo que decía que él prefería escuchar a hablar. Su fama de curarlo casi todo también contribuía a este fenómeno. Hay un segundo componente. Era un liberal ejemplar, y el liberal tiene en su carácter una cierta ambivalencia. No quiero decir que careciera de un posicionamiento propio, sino que éste no era sectario ni dogmático, y que, por tanto, podía comprender la parte de verdad que había en el otro y simpatizar con posiciones distintas a las suyas. De ahí la riqueza tan diversa de aquellos encuentros en el Cigarral. En los años 30 coinciden las generaciones del 98, del 14 y del 27. Se conocían todos, y muchos eran además muy amigos. Fueron unas generaciones especialmente dotadas en lo científico, lo artístico, lo filosófico y lo literario, y el escenario del Cigarral era propicio para el encuentro, el diálogo y el entendimiento.

Una lección para una sociedad como la actual, que parece fragmentada y polarizada.

Podemos decir que aquellas personalidades, que concibieron un proyecto extraordinario y muy ambicioso para España, vivieron luego su fracaso, que fue posiblemente uno de los mayores de nuestra historia. Y es que a su proyecto le faltó una realidad de país, una estructura sociológica que permitiera su viabilidad. Hoy tenemos las bases sociológicas pero lo que falta es que estemos a la altura del tiempo que nos toca vivir.

¿Existe un cigarral así hoy, físico o intelectual?

El Cigarral de Menores es el mismo Cigarral de Marañón, que puede servirnos como metáfora de esos encuentros que permiten los necesarios entendimientos. En aquella Edad de Plata de la cultura española coexistieron unas generaciones de un talento y una brillantez descomunales. Tenían, como diría Pérez Galdós, el impulso de un recto patriotismo. Todos ellos se sintieron comprometidos con su país y concibieron un proyecto modernizador para España. Ese sentido de lo español, ejercido con grandeza y generosidad, les unió a todos ellos.

No tenemos esa visión de proyecto común que tenían nuestros mayores

­La idea “España” ha perdido ese influjo.

Hoy no tenemos esa visión de proyecto común que tenían nuestros mayores. Pero, en cambio, nuestro país ha salido del subdesarrollo y su estructura social es mucho más igualitaria, habiéndose erradicado el analfabetismo. Me impresiona recordar que cuando yo terminaba la carrera de Derecho, participé en una campaña de alfabetización para adultos en la sierra pobre de Granada. Entonces la tasa de analfabetismo en España superaba el 40%.

¿A qué se debe que en una sociedad alfabetizada, democrática y con un bienestar inaudito en la historia de España, no comparta ese proyecto común?

En la Transición se cometen dos errores de consecuencias gravísimas. Por un lado, no se cerró el proceso de descentralización, que inicialmente reconocía a las nacionalidades históricas un estatuto distinto. Desde entonces, hasta el nuevo estatuto catalán, el que ese proceso estuviera abierto ha sido un error dramático.

El otro error ha sido el desmantelamiento de una educación compartida por todos los ciudadanos. Decía Jesús Polanco, con razón, que lo que nos separaba a los portugueses de los españoles eran los manuales de Historia que explicaban la batalla de Aljubarrota. Hoy no se piensa en España colectivamente porque hemos enseñado en cada región una Historia, una Literatura y una Geografía distintas. Si no hubiera sido así, no habríamos tenido movimientos secesionistas. La brecha que supone la falta de una identidad compartida es irreparable.

­Han pasado casi 40 años.

Dos generaciones. ­

¿Es posible revertirlo?

Muy difícilmente. Tenemos un problema.

Por el Cigarral siguen pasando importantes personalidades, aunque usted no hace público el nombre de muchas de ellas. Entre otras cosas, se habla de Cataluña.

En los años pasados no se han sentado las bases para un diálogo político, y, por ello, en estos momentos pre­electorales es imposible que éste se produzca. A mi juicio, es la tarea prioritaria que debería abordarse al día siguiente de las elecciones. El diálogo político tiene que prepararse, si es sincero y se quiere que sea fecundo, con una cierta discreción inicial, estableciendo unas bases de confianza y de aproximación en las posiciones. Yo, por ello, desconfío de quienes proclaman su voluntad de diálogo indicando públicamente a la otra parte cuál es su posición para ese posible diálogo. Esos gestos no convencen a nadie, y, por supuesto, no propician ningún entendimiento.

En los últimos años he intervenido personalmente en algunos intentos de diálogo político, y, por ello, puedo dar un cierto testimonio sobre lo que afirmo. Algunas personas relevantes de la sociedad civil también han querido facilitar ese diálogo político, sin conseguirlo. El panorama político sería hoy bien distinto, en todos los ámbitos, si hubiera habido esos puentes de entendimiento por todas las partes.

Marañón, en su casa esta semana.

Marañón, en su casa esta semana. Dani Pozo

­¿Es el Teatro Real una especie de cigarral? ¿En qué momento está la institución?

El Teatro Real ha salido de la crisis fortalecido, ha hecho sus deberes y no debemos ni un euro a nadie. En este ejercicio ya vamos a tener un resultado positivo. Tenemos un modelo de financiación único y que funciona: 30% público, 30% privado y un 40% de recursos generados por el propio Teatro. El proyecto artístico es magnífico y coproducimos, en régimen de igualdad, con los principales teatros europeos: Ópera de París, Covent Garden, La Scala o Ámsterdam. La mitad de estas coproducciones se estrenan primero aquí. El número de abonados ha subido y tenemos más del 90% de ocupación. Contamos con un extraordinario equipo de dirección y, siendo una fundación pública, un gobierno corporativo en el que participa activamente la sociedad civil. Es, indudablemente, un momento dulce.

Pero también podemos hacer una cura de humildad: el Teatro Real figura hoy entre las cinco principales instituciones culturales españolas y es, de lejos, la primera en el ámbito de las artes escénicas y musicales, pero tenemos un presupuesto de una ópera de provincias francesa. La ópera de Lyon tiene prácticamente el mismo. El siguiente reto es cómo hacer que este teatro, que ciertamente significa más que el de Lyon, dé un salto. Hace falta más financiación pública y privada, y más taquillaje. Por ello nos hemos decidido a conmemorar el XX aniversario de la reapertura del Teatro Real y el segundo centenario de su fundación, que se han declarado por ley "acontecimientos de excepcional interés público" para seguir creciendo y terminar de posicionar al Teatro Real como la ópera nacional de referencia en España con proyección internacional.

Que pueda venir alguien a hacer negocios a la ópera es irrelevante. Si yo tuviera que buscar un lugar, jamás me iría al Real

Hay quien ve en el Real un lugar para hacer negocios, con mucho político, empresarios y con conexión con la monarquía. ¿Es así?

A mí me parece espléndido que cualquier foco social sirva para lo que se quiera. Si alguien quiere alumbrar un nuevo negocio o quedar con una chica para ver si con eso liga [ríe]... Es normal que las 1.800 personas que conviven cuatro o cinco horas cada función no sólo hablen de ópera. Si hay 10 funciones por cada ópera, son 18.000 personas juntas. Es natural que socialicen. El que pueda venir alguien a hacer un negocio es irrelevante. Si yo tuviera que buscar un lugar para hacer un negocio, jamás me iría al Teatro Real.

¿Cuántos años quiere permanecer en el Real?

He propuesto una modificación de los estatutos para que el presidente sólo pueda estar tres mandatos, y yo estoy terminando el segundo. Si fuera reelegido para ese último mandato, lo aceptaría sólo hasta el momento en que considerase cumplido el proyecto que inicié en diciembre de 2007.

¿Por qué no ha entrado en política a pesar de las ofertas para ser diputado?

He tenido ofertas para ir en listas electorales, dos de UCD, también del PSOE, e, incluso, para ocupar un cargo relevante. Desde la sociedad civil también se puede y se debe hacer política, entendiendo por política ocuparse de las cosas que son de interés común. He optado por influir desde la sociedad civil en el curso de las cosas que nos afectan a todos. Por ejemplo, desde Toledo, defendiendo la Vega Baja o el patrimonio de la ciudad. Ocupo varias posiciones desinteresadamente: en el Teatro Real, en la Fundación El Greco 2014, en la Biblioteca Nacional, en el Museo del Ejército, en el Teatro de la Abadía. También desde estas posiciones del mundo de la cultura se sirve a nuestro país, y, en su mejor sentido, se hace política.