Arte el arte de la intimidad

Nicholas Nixon, pasión y compasión del último fotógrafo humanista

La Fundación Mapfre inaugura la mayor retrospectiva del norteamericano, donde se descubre la sinceridad con la que trabaja desde hace cuatro décadas.

12 septiembre, 2017 18:52

Una fotografía es un corazón que late en el pecho de otro, parafraseando a Rebecca Solnit. El corazón de Nicholas Nixon (Detroit, 1947) es cálido y prudente, porque mira para agitar la intimidad. Sin prisa. Sin escandalizar ni amarillear. Su trabajo es del color del silencio y la honestidad, el blanco y negro que huye de las noticias y el drama. No necesita gritos ni altavoces, no encuentra pancartas para denunciar los problemas de los menos favorecidos. Es un fotógrafo humanista que dispara con pudor.

Hace 42 años empezó su gran obra: un retrato al año a las hermanas Brown, una serie que ha se ha convertido en una de las investigaciones más importantes sobre el retrato actual, en la Historia de la fotografía, en la que la muerte se ha colado como protagonista invisible. La serie completa, incluida la última, hecha hace mes y medio, cuelga en la sede de la Fundación Mapfre (Madrid), donde se expone la mayor retrospectiva jamás montada al artista de la pasión y la compasión.

J.A., E.A., Dorchester, Massachusetts, 2001.

J.A., E.A., Dorchester, Massachusetts, 2001.

Me oculto mostrándome: mi cámara es grande y no intento desaparecer, les pido que me aporten algo, que me den algo. Me gusta cuando me dan lo que quieren, no lo que ellos piensan que yo espero. Es decir, la verdad. Si lo que dan es auténtico, la sensación es que no hay nadie ahí. Que no hay micrófono, por decirlo de alguna manera”. Esto es lo que sucede con la serie de las hermanas Brown, con las que llegó al pacto de la sinceridad cada año. Sólo les pidió que fueran ellas mismas, aunque consensuaron su disposición: de izquierda a derecha, Heather, Mimi, Bebe y Laurie.

Fragmentos de vida

Bebe es la mayor, en la primera fotografía tenía 25 años. Mimi, diez años menor, la pequeña. Nicholas se había casado con Bebe, de familia conservadora. “Yo políticamente estoy más hacia la izquierda”. Recuerda que les gustó la primera foto y Nicholas se convirtió en el fotógrafo oficial de la familia. Un álbum que sólo acabará con la muerte… de él. Explica que él es partidario de seguir el día que falte alguna de ellas, aunque las hermanas prefieren no hablar de este asunto. “Es un fragmento de vida más grande de lo normal”, cuenta a este periódico. Es cierto, ha encontrado la fotografía que se alimenta del paso del tiempo y vence a la muerte.

Lo que más le interesaba cuando empezó a hacer fotos era la literatura. Inglesa y norteamericana. Hizo una tesina sobre James Joyce y el Ulises. Trabajaba en una librería y se llevaba a casa libros de arte para aprender. Su familia no tenía libros, ni música, ni viajaba. Nació en Detroit, un agujero demasiado industrial para alguien con ilusiones creativas, y huyó en cuanto pudo. En la Universidad de Míchigan aprendió a respirar y floreció. Allí se convirtió en lo que es. Eran los años más jipis y el idealismo era la mejor de todas las ideas a pesar de la guerra del Vietnam. La evitó con voluntariados, trabajó como vigilante en el Walker Art Center de Mineápolis, como ayudante de un fotógrafo de arquitectura y como profesor de fotografía en un instituto femenino privado de secundaria.

I.T., Saugus, Massachusetts,  2012.

I.T., Saugus, Massachusetts, 2012.

Hasta que encontró el amor. Y no se refiere sólo a Bebe. Es el tema principal de su trabajo. “Sí, el amor en nuestra marcha hacia la muerte. El amor es mucho más importante de lo que creemos, porque es limitado”, dice. “Soy un fotógrafo humanista. Trato de ser justo”.

La verdad y sólo la verdad

Son fotos sin estridencias, miradas sin robar. Cuatro décadas de trabajo silencioso y sin intención de objetividad. Es el corazón de Nixon el que nos quedamos al mirar la vida tal y la condición humana tal y como él la siente. No es un fotógrafo que se oculta, simplemente desaparece detrás de su cámara de medio formato gigante cuando los protagonistas dejan de verle. En la última década su trabajo se ha centrado en el retrato, de primer plano, muy cercano, tan invasivas como directas, sin embellecer, sin ocultar nada, ni las patillas sucias.

Nicholas y Bebe en la sede de Mapfre, con la serie de las Brown detrás.

Nicholas y Bebe en la sede de Mapfre, con la serie de las Brown detrás.

No es un fotógrafo de lo cotidiano, más bien hace de lo invisible algo deslumbrante. “Con los años he descubierto que es la mejor manera de colaborar con las personas que fotografío”, explica al referirse a su aparatosa presencia con trípode y cámara de gran formato. “Es algo lento, pasado de moda, reconfortante para muchos”. Y siempre en blanco y negro, porque “el color en la foto no lo puedes sentir”.

Quiere hacer de la fotografía algo trascendental, ir más allá de la foto, más allá de la imagen, que un retrato de un particular sea un retrato del ser humano. Que veamos lo que leemos cuando tenemos una novela de Faulkner, Dickens o Porust (alguno de sus favoritos), como hicieron Walker Evans, Atget o Cartier-Bresson (alguno de sus preferidos). “La novela habla de algo más que de la literatura, la fotografía también debería ser algo más que una foto”.

Nixon sabe colocarse en el lugar del otro sin molestarle, con su consentimiento. Nunca ha tenido problemas con su enorme cámara de madera: ella y él son bastante simpáticos y terriblemente sinceros. Nicholas Nixon nunca miente.