Momento de la representación de 'La Traviata' en el Teatro Real.

Momento de la representación de 'La Traviata' en el Teatro Real.

Cultura Ópera

'La Traviata' en el Real o el consuelo del arte

Con valía y arrojo, el Teatro Real hace historia sin esperar al otoño para levantar el telón con una espectacular Traviata.

2 julio, 2020 09:47

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Arrancó la primera función en el Teatro Real tras 3 meses de confinamiento con unas preciosas palabras de Iñaki Gabilondo que exaltó el consuelo que el arte nos traía este 1 de julio a través de la primera función lírica en el primer teatro que en el mundo se ha lanzado a programar ópera tras la terrorífica primavera que hemos sufrido.

Efectivamente, de nuevo el Teatro Real ha hecho historia convirtiéndose en el primer centro lírico a nivel mundial en recuperar una cierta normalidad. No han querido esperar al otoño y el equipo gestor del teatro ha demostrado su valía, su arrojo y un deseo de superación sobrehumano.

Un líder es quien nos lleva a sitios donde nunca hemos estado. Y la dirección del Real ha conseguido lo que parecía imposible: llevarnos, en estos días, a una butaca a escuchar una ópera en directo. Algo tan habitual y cotidiano en el pasado que lamentablemente hemos descubierto que en el fondo es como un pequeño milagro. Y lo ha logrado con una gestión impecable, un esfuerzo titánico porque todo rodara y saliera con fluidez y una calidad artística y musical de primer nivel. Chapeau!

De esta Traviata se han programado 26 funciones más a lo largo de casi la totalidad del mes de julio, con extremas medidas de seguridad y protección. Todo está diseñado al milímetro para salvaguardar la salud de artistas, músicos, trabajadores del teatro y público.

Había una electricidad contagiosa en el público y en los artistas y todos estábamos deseando vivir una función mágica, como así fue. Tras 1 minuto de silencio escalofriante por los que hemos perdido en la pandemia, arrancó una de las mejores funciones de Traviata que he visto en años.

Si el 'Amami, Alfredo' sale bien, la noche saldrá bien. Y en esta función salió extraordinario

El título de ópera más representado, la obra por excelencia con el que se han iniciado tantos aficionados y que por más veces que sea vea, siempre funciona. De hecho, la historia de la ópera se puede dividir en dos etapas: antes del 'Amami, Alfredo'. Y después. Verdi en este brevísimo pasaje parte la historia de la lírica como si fuera Moisés separando las aguas del Mar Rojo.

Desde ese momento, la ópera tomará otros derroteros, lo que vendrá después ya será otra cosa a lo que había antes. Esas dos palabras que no sabemos si son un deseo, una orden, un sueño, una queja, una súplica o un testamento condensan el anhelo universal de cualquier ser humano.

Todos podemos decir (o habremos dicho) "Amami". Quizá por eso, este inicio del fin de la primera escena del Acto II de Traviata es tan sobrecogedor. Verdi compone la partitura entera de Traviata alrededor de esta fugaz huida de Violeta como si fuera una inmensa estructura creada para una diminuta joya.

Todo en Traviata fluye antes y después del 'Amami, Alfredo'. Es un momento crítico, un Rubicón en este título que si se representa con maestría te deja los pelos de punta y adelanta el éxito de la función. Si el 'Amami, Alfredo' sale bien, la noche saldrá bien. Y en esta función salió extraordinario.

Se había comentado que sería una función semi representada pero realmente creo que hemos podido disfrutar de una de las mejores ideas escénicas de Traviata que he visto nunca. Diseñada por Leo Castaldi, ayudante de Willy Decker, creador de la legendaria producción procedente del Festival de Salzburgo que ha girado por medio mundo y que tenía que haber aterrizado en mayo en Madrid. No pudo ser.

Por fin podemos disfrutar de las gitanas y los toreros sin nada que chirríe. Y la actuación del coro en estas dos piezas y en el resto de la obra es sobresaliente

Castaldi presenta una minimalista y conceptualmente irreprochable propuesta que podría haberse montado en cualquier teatro alemán o representada en Glyndebourne. La exigencia de la distancia social provoca una Traviata liberada de clichés y tics folcóricos y acierta plenamente en presentar a los personajes secuestrados en sus propios sentimientos, seres humanos que no se tocan, que están ensimismados en sus propias tragedias y que en el fondo son víctimas de sus propios prejuicios: el que dirán, los celos, la renuncia...

Hay mil detalles preciosos en esta producción pero si van a ver alguna de las funciones no se pierdan, al comienzo del tercer acto, un momento maravilloso: Violeta pide a Annina "Da accesso a un po' di luce" y la resolución de esta frase es de una belleza... Cómo se puede resolver algo con tanta simplicidad y que quede tan tan bonito. Para el final de la obra, Castaldi hace un nada disimulado homenaje a Wagner y su Violeta se vuelve repentinamente Isolda. Inmenso cierre.

La orquesta se reparte entre el escenario, donde ocultos tocan 16 músicos y un foso de dimensiones wagnerianas para acoger al resto de instrumentistas que podrían componer una orquesta mozartiana. El coro se escalona al fondo y resuelve de manera prodigiosa dos momentos de esta partitura que nunca se hacen bien porque se tienden a solucionar o con un exceso de folclorismo ibérico, o un ballet con tendencia a la horterada o ambas ideas. Un pastiche desastroso. Pero en esta ocasión, por fin podemos disfrutar de las gitanas y los toreros sin nada que chirríe. Y la actuación del coro en estas dos piezas y en el resto de la obra es sobresaliente.

Musicalmente, esta primera representación de Traviata ha sido una maravilla. En el foso estaba Nicola Luisotti, que dirigía Trovatore en La Scala el pasado mes de febrero cuando repentinamente se canceló la función cuando estaba a punto de subirse al podio, con el público ya en la sala. Cerró La Scala y ha abierto el Real. ¡Y de qué manera! Su dirección briosa, enérgica, nerviosa y detallista es una prueba del enorme talento del maestro toscano, que ha dirigido esta partitura con un éxito enorme, la última vez en el Metropolitan de Nueva York.

El trío protagonista es un reparto de ensueño: Marina Rebeka es una Violeta vocalmente pletórica. Estuvo inmensa especialmente en la primera escena del segundo acto y su gran momento, el aria del tercer acto 'Addio del passato'. En el primer acto se le notaba más incómoda aunque tiene una voz fabulosa, grande, armónica, muy rica, segura en los agudos aunque de un fraseo pastoso apenas ininteligible. Fue una grandísima Violeta.

La 'nueva normalidad' en el Teatro Real, con todas las medidas de seguridad.

La 'nueva normalidad' en el Teatro Real, con todas las medidas de seguridad. Efe

A su lado, el tenor americano Michael Fabiano salió a comerse el mundo. Intenso, desaforado, dándolo todo, un gran chorro de voz con una extraña vis escénica. Agudos potentísimos y muy valiente al arrancarse con la cabaleta del segundo acto, que pocos tenores se atreven y él resolvió con mucho acierto. Un lujo de Alfredo, personaje a veces tan maltratado pero que en las manos de Fabiano luce gallardo, muy convincente.

Giorgio Germont fue interpretado por Artur Rucinski. Tuve la inmensa suerte de ver el inicio de su carrera, en agosto de 2014, cuando de repente tuvo que volar de su Polonia natal al festival de Salzburgo a sustituir nada más y nada menos que a Plácido en el Conde di Luna del Trovatore. Apenas tuvo tiempo de arreglarse el traje y con las enormes hechuras del tenor-barítono madrileño salió y arrasó. Desde entonces, es uno de los barítonos imprescindibles en las temporadas de los mejores teatros del mundo.

Le vimos en Madrid como Conde di Luna en 'Il Trovatore' el verano pasado y como el Ashton de la Lucia en 2018. Está haciendo una carrera impresionante y no es para menos: una de las mejores voces en su cuerda, algo desdibujado como actor pero grandioso como cantante: extraordinamente musical, con una voz homogénea, ancha, unos preciosos agudos, un legato maravilloso, una línea de canto excelente... Un Giorgio Germont en plena forma! Impecable su 'Di Provenza...', que cerró con un eterno y corpóreo agudo que se hacía interminable, con un control del aire extraordinario.

En definitiva, una grandísima noche musical y escénica. El Teatro Real puede enorgullecerse, y con el todos los aficionados de Madrid, de su enorme valentía no dejándose amilanar por las circunstancias y dar un paso adelante. Y hacerlo por la puerta grande: con una espectacular Traviata.