'Rodin' la película

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Cultura Estrenos de cine

Rodin, el genio pervertido que buscaba sexo con sus modelos y alumnas

Jacques Doillon trae este verano al cine la vida y obra del escultor francés Auguste Rodin con actores de la talla de Vincent Lindon, Izïa Higelin y Séverine Caneele.

1 agosto, 2018 02:10

Auguste Rodin es considerado a día de hoy el padre de la escultura moderna, su lado neurótico y su envidiable memoria conformaron al artista. Egoísta y egocéntrico, Rodin encontró su relevancia en el romper con los cánones académicos y la visión única que imperaban en Francia durante el siglo XIX. Los conocía y dominaba perfectamente, pero el quería que fuese su concepción del arte la que empezara a dominar en la época. Lo logró. El autor del beso de mármol más conocido fue el encargado de inaugurar una nueva etapa en el ámbito de la escultura. Y lo trae este verano Jacques Doillon al cine, con actores de la talla de Vincent Lindon, Izïa Higelin y Séverine Caneele.

Pasó la mayor parte de su vida en escuelas y aprendiendo, a pesar ser rechazado hasta en tres ocasiones por la Escuela de Bellas Artes. Hasta los 40 años, Rodin no recibió un solo encargo por parte del Estado francés, y no fue otro que “La puerta del infierno” inspirada en la Divina comedia de Dante. El artista tuvo el tesón y el valor de acabar para siempre con las estatuas de visión frontal -sus obras, como la mayoría de cosas en la vida- tenían dos caras. Tiraba de memoria, ángulos y detalles para llevar cada una de sus soluciones a cabo.

El precio de su fama no le salió barato. Su vida estaba teñida de escándalos que más que hundirle, le colocaron en lo más alto de la cima. Pero a cambio de muchas noches sin dormir y más lágrimas. Las mujeres le perdían. Eran sus musas, amantes y amigas. Un enamorado del amor y un intolerante a la fidelidad. Su principal quebradero de cabeza y tila.

Una mujer, una pasión, muchas amantes

Rodin tuvo una mujer, una pasión y muchas amantes. No soltó nunca la mano de Rose, su mujer y madre de su único hijo, a pesar de no aceptarla en matrimonio hasta que sopló las 77 velas, meses antes de morir -pero convencido-. Su pasión se llamaba Camille. Ella tenía 19 y el 43, ella era su alumna y él su maestro. Ella representaba la vitalidad de la edad y él la calma del tiempo; y, de alguna manera, el genio se aprovechó de la verticalidad de la relación para generar admiración en la joven y cumplir sus fantasías sexuales. 

A pesar de la fuerza del sentimiento que ésta le encendía, Rodin nunca quiso separarse de Rose, y tras 15 años de practicar sexo y amor furtivo, decidió cortar su pasión. Nunca la olvidó. Pasó años atado a su mujer pero desfogándose con una modelo tras otra. En cada una encontraba un sentimiento y un gesto distinto, pero en ninguna algo ni siquiera parecido al amor. Años después recibió noticias de Camille, su amor le había vuelto loca, y además de renegar de su maestro e intentar boicotearle de todas las formas, esta acabó ingresada en una institución y él informado, acabó cubriéndole todos los gastos, en la sombra y a pedazos.

Agustine Rodin fue el primer escultor en darle importancia a la mujer y su sexualidad, en cada una de sus obras dejaba fuera la ignorancia de las malas lenguas y el carácter sumiso que a toda mujer le presuponían en la época y le daba espacio y fuego. Dejaba que sus esculturas tuvieran placer y sentimientos. Y lo conseguía.

La clave del éxito

El escultor sufrió el escándalo y el rechazo, y lejos de convertirse en un problema, esta combinación se convirtió en su mejor aliada, logrando sacarlo del anonimato. Era un excéntrico innato. Lo sabía y le gustaba serlo, por ello, la demanda de sus obras se dispararon. Sus obras traían nuevos aires para la profesión, inexplicablemente supo combinar sus nuevas ideas con las de su admirado Miguel Ángel, creando la armonía que le llevó al éxito.

El artista, como su mentor, dejaba partes de sus obras sin esculpir encomendándolas a la mente del observador, esculpió posturas totalmente opuestas al clasicismo de moda y volvió a traer genitales a las obras femeninas. Su gloria consistió en renovar el mundo de la escultura lo justo como para ser aceptado.

Rodin dedicó su vida a obras criticadas, al mal de amores y a inflar su ego. Sus últimos años trascurrieron en un hotel que las autoridades le advirtieron que sería derruido. Este, poniendo una vez más sobre la mesa su prepotencia, les suplicó que le dejaran vivir ahí a cambio de donar todas sus obras y fortuna para que se convirtiera en un museo póstumo. Así fue. Con el contrato que firmó, pasó de ser una criticada pero acaudalada leyenda, a un pobre viejo moribundo. Que aún de la mano de su convencida Rose, acostumbrado a años de maravillosos tratos y triunfos, le tocó morir observando, por una última vez más, la otra cara de la vida.