No hay anuncio de cerveza que se precie en el que la birra no tenga una buena capa de espuma. Es una parte tan esencial que es imposible imaginarse una cerveza sin ella. Pero, ¿acaso sabes qué aporta la espuma de la cerveza?

La espuma de la cerveza o, como la conocen los entendidos, cabeza es una de las mejores formas de conocer la birra que vamos a beber puesto que no sólo nos indica el proceso de elaboración y los ingredientes utilizados si no también su calidad. Esto se debe a que las características de la espuma varían según el tipo de fermentación, la cantidad de lúpulo y los cereales que se han utilizado.

Por ejemplo, la cerveza Guinness (de estilo stout) es famosa por contar con una espuma tan cremosa que dan ganas de meter la cuchara. Mientras que una cerveza Pilsner no generan apenas espuma y se recomienda servirlas con el vaso sin inclinar.

Además, la espuma o cabeza resulta vital para la degustación de la cerveza por dos razones. La primera es que al generarse la espuma, las burbujas de dióxido de carbono ayudan a liberar todos los aromas de la cerveza. La espuma, por muy fina que sea, también reduce el contacto de la birra con el aire lo que evita que se oxigene excesivamente y pierda el gas.

De ahí que los catadores profesionales tengan en cuenta la densidad, cremosidad, adherencia al vidrio y estabilidad de la espuma a la hora de valorar una birra.

La espuma de la cerveza delata las malas birras

espuma de la cerveza 1

El dióxido de carbono que genera la espuma de la cerveza es una consecuencia natural de la fermentación de los cereales. Sin embargo, en las bebidas de peor calidad las cerveceras suelen inyectar dióxido de carbono artificial para acelerar el proceso. El resultado es una cerveza sin aroma y cuya espuma desaparece rápidamente sin dejar ningún rastro.

Además de la calidad de la cerveza, la espuma también depende de la forma en la que se sirve y la temperatura a la que se encuentre. Cuanto más fría se encuentre más tiempo perdurará y cuanto mejor se tire mejor proporción tendrá.