Durante los últimos tiempos, las dietas basadas en la genética han ido cobrando cada vez más protagonismo, al menos a nivel de marketing. Son muchos los mensajes del estilo "según tus genes, perderás más peso con una dieta baja en hidratos, o baja en grasa". De hecho, algunos estudios -en ratones- sí han sugerido que dependiendo del tipo de genética, es posible perder más o menos peso, aunque la Dieta Occidental siempre ha sido la peor parada.

Ahora, un reciente estudio publicado en la revista JAMA no solo ha vuelto a desterrar la idea de que la genética podría decidir que tipo de dieta es más adecuada, sino que ha llegado de nuevo a la conclusión de que las dietas bajas en hidratos no son mejores que las dietas bajas en grasa. Ninguna es superior a la otra, pues lo importante es el estilo de vida global.

¿Pasta o bacon?

En el estudio, llevado a cabo por los investigadores de la Universidad de Stanford, se compararon los efectos de la dieta baja en grasas o baja en hidratos, tanto de forma personalizada según la predisposición genética y composición biológica, como sin personalizar absolutamente nada.

Realmente, según Christopher Gardner, autor principal del trabajo y director de estudios de nutrición del Stanford Prevention Research Center, el objetivo no era comparar las dietas bajas en grasa o en carbohidratos, sino más bien saber si vale la pena personalizar las dietas según la genética.

Durante el estudio se estudiaron otros factores, tales como patrones genéticos o resistencia a la insulina, intentando averiguar si una u otra dieta es mejor según cada individuo.

Sin embargo, tras analizar a más de 600 adultos con sobrepeso de entre 18 y 50 años de edad durante un año, el resultado no fue demasiado beneficioso para los defensores de las dietas personalizadas. Se asignó a los participantes al azar a una u otra dieta, y se les realizó una prueba de ADN a todos ellos para detectar genes que pudiesen predecir la pérdida de dieta, o si carecían de dichos genes.

Asimismo, también se sometieron a pruebas de resistencia a la insulina, la hormona que regula la absorción de glucosa de los alimentos. Ya en investigaciones anteriores se ha sugerido que los individuos con mayor resistencia a la insulina tendrían más facilidad para perder peso mediante una dieta baja en carbohidratos en comparación a una dieta baja en grasa.

La genética no predice el éxito en la dieta

Tras el paso de un año y 20 clases de educación nutricional, los participantes perdieron una media de 4,5 kilogramos: los individuos que llevaron una dieta baja en grasas perdieron alrededor de 5,2 kg de media, y los que siguieron una dieta baja en hidratos perdieron alrededor de 5,9 kg de media.

La diferencia entre ambas dietas no era demasiado significativa, pues representa menos de un kilogramo. Sin embargo, hubo casos insólitos, como un individuo que llegó a perder más de 27 kg, u otro que ganó 9 kg tras cada una de las dietas.

Asimismo, tras analizar a fondo la asignación a cada dieta de cada individuo, no se detectó que la composición genética ni la resistencia a la insulina tuviesen papel alguno en los efectos de la pérdida de peso. Ni uno ni otro factor pudieron predecir el éxito de cada dieta.

Anteriormente, estos mismos investigadores habían llegado a una conclusión contraria en otro trabajo. Tras analizar a 100 mujeres con sobrepeso -un estudio más pequeño que el actual-, sí se concluyó que la genética podía hacer que se perdiese hasta dos o tres veces más peso tras el paso de un año si se personalizaba la dieta. En esta ocasión, en un estudio mucho más grande y riguroso, no han podido confirmar dichos hallazgos.

A pesar de que en esta ocasión no se ha podido relacionar la genética ni la resistencia a la insulina con el éxito en la pérdida de peso a largo plazo, los investigadores no descartan que existan otros genes implicados no conocidos. De hecho, sugieren que aún será necesaria más investigación al respecto antes de descartar totalmente los efectos de ambos factores en la dieta, y pretenden seguir analizando los datos recogidos durante todo el año que duró este trabajo, incluyendo factores tales como la composición de las bacterias intestinales o los rasgos psicológicos de los individuos participantes.

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