Una sopa de fideos.

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Nutrición

El 'horror' de las pastillas de caldo del 'súper' en España: la alerta de los expertos para que no las tomes

Estas pastillas que se utilizan para dar sabor a nuestros platos de comida se han relacionado con factores de riesgo de la enfermedad cardiovascular. 

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Con solo desmenuzar una pastilla de caldo y disolverla en agua, podemos convertir cualquier plato insípido en una explosión de sabor. Un recurso cómodo, barato y al alcance de todos, especialmente en esos días fríos en los que los guisos y sopas son más que una necesidad, son un refugio emocional.

Pero, ¿qué esconden realmente esas pequeñas pastillas? A primera vista, parecen inofensivas, casi mágicas en su capacidad para transformar cualquier receta. Sin embargo, un análisis detallado de sus ingredientes y sus efectos a largo plazo dibuja una realidad mucho más inquietante.

Detrás de su practicidad se esconde un producto ultraprocesado repleto de sal, grasas saturadas y aditivos que poco tienen que ver con el caldo casero al que pretenden imitar.

Demasiada sal

La sal es el ingrediente estrella de estas pastillas. Cada porción disuelta puede contener más sodio del recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para todo un día. Y aquí empieza el problema. Vivimos en una sociedad acostumbrada a sabores intensos, a comidas que nos golpean el paladar con fuerza y nos dejan siempre con ganas de más.

El sodio, en exceso, es un enemigo silencioso que contribuye a la hipertensión, problemas cardiovasculares y renales, una bomba de relojería que muchos desconocen. Según distintos estudios, la ingesta de sal en países europeos duplica las recomendaciones, y estas pastillas son una de las principales responsables del consumo invisible de sodio en nuestra dieta.

Grasa de palma

Otro ingrediente preocupante es la grasa de palma, omnipresente en las pastillas de caldo por su bajo coste y su capacidad para dar textura y sabor. Si bien es cierto que no todas las grasas son malas, esta en particular ha sido asociada con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares.

El British Medical Journal lo deja claro: consumir de forma habitual productos con grasa de palma aumenta el colesterol LDL, el "malo", y favorece el desarrollo de problemas cardíacos. Lo curioso es que en muchos envases se disfraza bajo nombres menos conocidos, lo que dificulta su identificación para el consumidor medio.

¿Y el pollo? Si crees que una pastilla de caldo de pollo tiene algo que ver con un caldo casero a fuego lento durante horas, prepárate para la decepción. En realidad, el contenido de pollo en estas pastillas rara vez supera el 3%. La mayoría de ellas obtienen su sabor de potenciadores de sabor como el glutamato monosódico y aromas artificiales. Ese toque a "caldo de la abuela" no es más que una ilusión creada por la industria alimentaria. Es una metáfora perfecta de nuestra relación con muchos alimentos modernos: copias de lo auténtico, versiones diluidas de lo que solían ser.

Azúcares añadidos

A esto se suma el uso de azúcares añadidos y jarabes de glucosa, elementos que no asociamos con un caldo, pero que están ahí para potenciar aún más el sabor y la palatabilidad; y no son detalles menores.

Según este estudio, el consumo frecuente de alimentos con azúcares añadidos no solo contribuye a la obesidad, sino que altera nuestras percepciones del sabor natural, haciendo que alimentos menos procesados nos resulten cada vez menos apetecibles. Es un ciclo del que cuesta salir, y estas pastillas son una pieza más en ese juego.

Glutamato monosódico

El glutamato monosódico, tan demonizado como defendido, es otro componente esencial. Aunque las autoridades sanitarias aseguran que su consumo es seguro, su presencia en grandes cantidades puede modificar nuestra tolerancia al sabor y fomentar el consumo de productos ultraprocesados.

No se trata de veneno, como muchas veces se ha dicho, pero sí de un potenciador del sabor que nos lleva a desear más y más comidas procesadas, mientras relegamos las opciones naturales al último lugar de nuestras preferencias.

Quizá uno de los aspectos más inquietantes de estas pastillas sea la forma en que se elaboran. Lejos de ser el resultado de reducir un caldo tradicional, su producción es un proceso industrial en el que ingredientes deshidratados, grasas y aditivos se mezclan para crear una pasta que luego se prensa en cubos. A pesar de todo, las pastillas de caldo no son el enemigo. El verdadero problema es el uso excesivo y la falta de alternativas saludables.

Si las consumimos de forma esporádica, en el contexto de una dieta equilibrada, no representan un gran riesgo. Pero cuando se convierten en un ingrediente recurrente, el impacto en nuestra salud puede ser significativo.

Las personas con problemas de hipertensión, enfermedades cardíacas o renales deberían evitarlas a toda costa, según recomienda la OMS. Cada pequeña pastilla esconde una carga de sal y grasas que, sumadas a lo largo del día, pueden superar con creces lo que nuestro cuerpo puede manejar sin consecuencias.

La alternativa más obvia y saludable es el caldo casero, un auténtico regalo para el cuerpo y el alma. Prepararlo requiere tiempo y paciencia, pero los beneficios son innegables. Controlar los ingredientes, reducir la sal, elegir buenas grasas como el aceite de oliva y aprovechar las verduras frescas son pasos sencillos para mejorar nuestra salud y redescubrir el verdadero sabor de un buen caldo.

Para quienes no tienen tiempo, los caldos en brick son una opción más recomendable, siempre que revisemos las etiquetas y prioricemos aquellos con ingredientes naturales y sin aditivos innecesarios.