Yatekomo es la marca que abarca una mayor cuota de mercado en la actualidad.

Yatekomo es la marca que abarca una mayor cuota de mercado en la actualidad.

Nutrición Alimentación

De los Yatekomo a los Soba: el horror de los fideos chinos instantáneos

Pese a la popularidad de este tipo de productos y a la comodidad a la hora de prepararlos, los especialistas recomiendan evitar su consumo a toda costa. 

15 febrero, 2019 02:44

"En sólo tres minutos, fideos orientales, verduras, carne troceada y deliciosa salsa de soja. Improvisa algo diferente en un 'ya'". Éste es el eslogan de la última campaña de Yatekomo, los fideos orientales precocinados que, digámoslo claro, triunfan como la Coca Cola en los supermercados junto a otras marcas con menos cuota de mercado como Soba o Maggi. Desde que Gallina Blanca lanzó al mercado este producto, allá por 2013, se han vendido más de 150 millones de unidades. En 2016, sin ir mucho más lejos, fue nombrado producto del año por la consultora Kantar Worldpanel.

Un triunfo inapelable para un producto tecnológicamente innovador que, sin embargo, resulta muy poco recomendable desde el punto de vista nutricional y que dista mucho de parecerse a la receta tradicional asiática. "Hay que aclarar que este tipo de platos (da igual que sean caseros o no), consisten básicamente en una elevada cantidad de pasta, donde la verdura tiene un papel más secundario", explica Ángela Moreno, dietista-nutricionista y tecnóloga de los alimentos.

Y es cierto. La presencia de verduras en este tipo de preparados suele ser anecdótica (en los que incluyen verduras, claro). Ocurre lo mismo con la cantidad de pollo o gambas en el caso de aquellos que dicen llevar estos ingredientes. "Si la receta la hiciéramos en casa seríamos capaces de invertir esta distribución, primando el aporte de verduras sobre la pasta y, sobre todo, utilizando ingredientes de calidad, como aceite de oliva virgen extra, en vez de aceite de girasol refinado y aceite de palma, los cuales suelen ser empleados en este tipo de ultraprocesados", sentencia la especialista.

Pero, ¿qué es realmente lo que ingerimos en estos preparados instantáneos? Si acudimos a la lista de ingredientes, podemos comprobar que lo primero que aparece son los fideos, cuya cantidad oscila entre el 75% y el 90% del total del producto dependiendo de cada marca. Este tipo de pasta está elaborada con harina de trigo (refinada), aceite de palma, almidón modificado, sal y gasificantes. "Esto no es lo único que nos debería hacer rechazar este tipo de productos, ya que el problema de los ultraprocesados va más allá de un ingrediente aislado. Es la mezcla de todos ellos lo que hace que sean una bomba de relojería de la que cada día es más evidente que debemos huir".

Efectivamente, la revista JAMA Internal Medicine publicó este pasado lunes un estudio analizando cómo afecta a la mortalidad el consumo de ultraprocesados (bollería industrial, pizzas precocinadas, y snacks como las patatas fritas, entre otros). Las conclusiones del trabajo, realizado sobre una cohorte de 44.500 personas, son meridianamente claras: "Un aumento en el consumo de alimentos ultraprocesados parece estar asociado a un mayor riesgo general de mortalidad en la población adulta". En concreto, los investigadores señalan que el aumento de un 10% en el consumo de ultraprocesados en nuestra dieta habitual hace que se eleve un 14% el riesgo de mortalidad por todas las causas.

Y la salsa, ¿qué?

Estos noodles suelen incorporar una bolsita con una salsa cuya cantidad de sal suele ser muy elevada y que, lejos de ser simplemente soja, incluye una extensa lista de ingredientes con distintos aditivos. "Además de la salsa, lleva otros ingredientes como azúcar añadido (en forma de azúcar de mesa y maltodextrinas) y potenciadores de sabor como glutamato monosódico y ribonucleótidos de sodio".

Tal y como explica Moreno, este tipo de añadidos plantean dos problemas. El primero de ellos es que elevan "el umbral del sabor", de tal manera que las elaboraciones caseras pueden sabernos insulsas. El segundo, y no menos importante, es que pueden perjudicar nuestra microbiota, "dando como resultado una inflamación crónica de la mucosa intestinal", lo que se está traduciendo en un aumento de las intolerancias alimenticias entre la población.

Los ultraprocesados, ya sean aquellos en los que prima el azúcar, las grasas trans o los que se elaboran con harina refinada, no sólo han sido asociados con un mayor riesgo de mortalidad, sino que contribuyen sobremanera a la epidemia de obesidad actual, tal y como han indicado otros estudios. Sin embargo, según Moreno, más allá de los perjuicios que tienen para nuestra salud, todos tienen otro denominador común: moldean nuestros hábitos alimentarios y generan un patrón de consumo que demanda este tipo de productos.

Así lo explica la especialista. "La industria alimentaria destina gran parte de sus recursos a buscar el punto óptimo de palatabilidad de sus productos, es decir, la configuración óptima de los principales ingredientes que atraen al paladar del consumidor: azúcar, grasa y sal. Esto hace que nuestro cerebro secrete endorfinas en respuesta a su consumo, por lo que cada vez que tomemos este tipo de productos, se interprete como una 'recompensa' y lo almacenamos en nuestra memoria para volver a buscarla en sucesivas ocasiones, estableciéndose el círculo vicioso de consumo de ultraprocesados que se puede observar claramente en el patrón dietético actual en la dieta occidental".

La nutricionista señala que resulta de "vital importancia" que el consumidor aprenda a distinguir qué es un producto saludable y qué no lo es, por muchos reclamos "fitness", "digestive", "light" o "bajo en grasa" que incluyan los envases. "Es muy común que cuando preguntamos en consulta por los hábitos dietéticos de los pacientes nos respondan muy orgullosos que 'no, yo el yogur lo tomo bifidus', 'la pechuga de pavo que consumo es baja en grasa' o 'las galletas que hay en mi despensa son sin azúcares añadidos'".

La desinformación campa a sus anchas y esto supone un verdadero problema en la actualidad. "Como consumidores no tendríamos que pensar si algo es bajo en azúcar, sal o grasa; sino en intentar ser nosotros los que elijamos las materias primas y las preparemos. Y, en casos donde esto sea difícil, nos vayamos directamente a la lista de ingredientes y nos olvidemos del reclamos que aparezca en el frontal del producto, o de 'envases de color rosita'", afirma Moreno. "Con planificación y conocimientos básicos de cocina (no hay que ser Estrella Michelín), pueden salir maravillas de nuestros fogones y, ya dicho sea de paso, le estaremos ahorrando al medio ambiente una cantidad astronómica de plástico totalmente innecesaria".

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