Imagen de archivo de un joven refrescándose durante una ola de calor en España.

Imagen de archivo de un joven refrescándose durante una ola de calor en España. EFE

Meteorología

La intensidad de las olas de calor en España podría llegar a cuadruplicarse a partir de 2050: la alerta de los científicos

Un reciente estudio alerta de que la extensión espacial de estos episodios, aumentando al menos un 1% por década, amplificará el riesgo de incendios.

Más información: La ONU alerta a España: las últimas olas de calor están siendo hasta 3ºC más cálidas que en los años 90

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No es de extrañar que, aunque las bajas temperaturas y las precipitaciones se hayan mantenido hasta bien entrada la primavera, durante este verano en España se vuelvan a registrar olas de calor. Este evento no sólo es más frecuente en nuestro país, sino que cada vez son más duraderas.

Pero frecuencia y duración no son los únicos conceptos que se utilizan para comprobar cómo están cambiando las olas de calor (un término del que, en realidad, no existe un criterio uniforme para definirlo). También se utilizan las dimensiones de intensidad y extensión espacial.

Pese a haber sido poco estudiada en el territorio peninsular, un estudio publicado en 2021 constató que tanto la intensidad como la extensión espacial de las olas de calor mostraban tendencias significativamente crecientes hasta 2050. Ahora, el mismo grupo de investigadores ha publicado un nuevo trabajo en el que analiza los cambios que se producirán en la segunda mitad de siglo.

Lo cierto es que las previsiones no invitan al optimismo, ya que las olas de calor serán mucho más intensas en la Península para el periodo 2050-2095. Para llegar a esta conclusión, los autores han recurrido tanto el escenario más moderado del IPCC (conocido como RCP 4.5) como el más pesimista (RCP 8.5).

Las diferencias entre ambos escenarios se intensificaron de manera notable con respecto a la primera mitad de siglo. Puede deberse a que las emisiones de CO2 en el escenario más moderado disminuyen a partir de 2050, mientras que en el más pesimista se alcanza el punto más álgido a finales de este siglo.

Como explica a EL ESPAÑOL Alejandro Díaz Poso, investigador de la Universidad de Santiago y autor del citado estudio, actualmente ya se ha superado el forzamiento radiativo de 2.72 W/m². Esto implica que, para el periodo 2081-2100, más de 1,8ºC por encima de niveles preindustriales.

Importantes contrastes entre regiones

Comparado con el periodo de referencia, en ambos casos las olas de calor eran mucho más intensas sobre todo en la zona oriental de la Península con un calentamiento medio entre ambos escenarios del 144%. En el escenario RCP 8.5, la intensidad máxima de las olas de calor se triplicará en la mayor parte del territorio analizado y se cuadruplicará en varias zonas de la mitad oriental de la Península.

Los mayores cambios porcentuales se alcanzarían en los Pirineos y en el Sistema Ibérico. Los menores incrementos, en cambio, se dieron en las costas cantábrica y atlántica.

Este estudio pone de manifiesto, como destacan sus autores, que las estrategias de mitigación tienen que adaptarse a cada región, puesto que en cada una de ellas la intensidad de las olas de calor afectará de forma muy diferente.

En ambos escenarios, por ejemplo, las intensidades más bajas, con valores por debajo de los 25 ºC, se registraron en el archipiélago balear, en la parte central de la cornisa cantábrica, y a lo largo de la costa mediterránea, con una mayor extensión hacia el interior peninsular en el caso del RCP 4.5.

En el otro escenario, gran parte de la península presentó valores por encima de los 60 ºC. Aunque hubo zonas, como el oeste peninsular, los Montes de León y los Pirineos que llegaron a superar los 90 ºC.

Esta distribución de intensidades se debe, como señala Díaz Poso, a la presencia en altura de la dorsal norteafricana. Esta provoca una inyección de aire muy cálido en las capas altas de la atmósfera y ha sido la causante de la mayoría de las olas de calor que afectan a la península.

La menor intensidad en la región oriental peninsular, y en concreto en el litoral mediterráneo y Baleares, responde a la pérdida de energía de la masa de aire tropical continental norteafricana en su proceso de advección (como se conoce al desplazamiento de las propiedades de una masa de aire) sobre el mar Mediterráneo.

Aun así, las olas de calor cubrirán una proporción cada vez mayor del territorio peninsular, con una enorme diferencia con respecto al periodo de referencia. En este último, la mayor extensión nunca había alcanzado el 80%.

Para 2050-2095, y sólo bajo el escenario RCP 4.5, este porcentaje se podría superar hasta en 35 años, y en todos los años bajo el otro escenario, en el que se podría llegar al 100% de la extensión del territorio a partir de 2077.

Además se prevé que la extensión espacial media de las olas de calor aumente entre un 1% y un 2,7% por década. Esto no sólo supone un escenario con un mayor riesgo de incendios forestales y mayor demanda energética, sino que también habría más población expuesta a temperaturas anormalmente altas.

Menos 'miedo' al frío

El citado estudio, que se ha publicado en la revista Climate Dynamics, también ha analizado los cambios que se podrían producir en las olas de frío en la segunda mitad de siglo. En este caso, tanto la intensidad como la extensión espacial disminuyen.

El cambio medio en la intensidad máxima será de -16%, mientras que la extensión máxima disminuirá mucho más que la extensión media, con descensos de entre 0,7% y 3,2% por década. Pero, al igual que sucede en las olas de calor, la intensidad no variará de la misma manera en todo el territorio.

Las intensidades serán mayores en la zona oriental y nororiental de la península, así como en los principales sistemas montañosos. Las intensidades más bajas, en cambio, se registrarán en las regiones occidental y suroccidental de la península y en zonas costeras.

Estos resultados contradicen a los obtenidos por estudios anteriores en los que se predijeron que las olas de frío desaparecerían por completo a finales de siglo.

Y aunque sí que implicarán una menor exposición a bajas temperaturas, los autores consideran que la población será más vulnerable a las olas de frío porque estará aclimatada a temperaturas más altas. Así, bajo un contexto de menor frecuencia de olas de frío, podría implicar una disminución de la percepción del riesgo y de las medidas de adaptación.