Susan Alberts, catedrática de Biología y Antropología Evolutiva en la Universidad de Duke.

Susan Alberts, catedrática de Biología y Antropología Evolutiva en la Universidad de Duke. Fundación BBVA

Investigación Primatología

La sabia de los babuinos: "Ninguna especie se acerca a la capacidad humana de infligir violencia y dolor"

"En Babuinos y en humanos, la relación social se asocia con una vida larga y sana" / "Los machos tienden a vivir menos que las hembras por su hábito competitivo".

5 febrero, 2023 01:36

El babuino (Papio cynocephalus) es un primate cinocéfalo -con 'morro de perro'- con el que compartimos el 94% del ADN. Según el humanismo clásico, nuestra capacidad para la conciencia, la compasión y el altruismo, pero también para la crueldad y el sadismo, se enclava en esa minúscula diferencia. La realidad, según el trabajo que han realizado durante cuatro décadas las biólogas evolutivas Susan Alberts y Jeanne Altmann en el Parque Nacional Amboseli de Kenia, es que los rasgos que pensamos que nos hacen humanos no son exclusivamente nuestros. El comportamiento, de hecho, es un legado de la evolución.

Altmann, catedrática emérita de Ecología y Biología Evolutiva en la Universidad de Princeton, arrancó el proyecto en 1963; Alberts, catedrática de Biología y Antropología Evolutiva en la Universidad de Duke, se sumó recién licenciada en 1983. Desde entonces han estudiado a una estirpe de 2.000 individuos y han descrito en publicaciones científicas de gran impacto cómo las generaciones de babuinos desarrollan relaciones sociales e interacciones que consideraríamos propias de una comunidad humana.

Así, el proyecto demostró que, aunque tengan varias parejas, los machos identifican a las crías que han engendrado ellos y desarrollan un patrón de "auténtico cuidado paternal". El reverso oscuro es que, si se encapricha de una hembra encinta, será capaz de golpearla para provocar el aborto de los vástagos ajenos. Las hembras, frente a la dominancia masculina, establecerán redes de rivalidades, apoyos y complicidades mutuas de larga duración a las que algunos machos, rehuyendo el estrés de la lucha, se sumarán. Las crías que pierdan a sus padres sufrirán síntomas de trauma toda la vida, pero su angustia motivará a otros adultos a adoptarlas.

EL ESPAÑOL conversa por correo electrónico con la profesora Alberts el mismo día en el que se anuncia que tanto ella como Altmann han ganado el XV Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en su categoría de Ecología y Biología de la Conservación.

¿Es correcto decir que sus estudios evidencian el valor evolutivo de rasgos que tendemos a asociar únicamente con la humanidad, como la amistad, la adopción de huérfanos o el amor paterno además del materno?

Si, así es. Definitivamente, esos rasgos no son exclusivos del ser humano. De hecho, este tipo de comportamientos altamente sociales, sumados a la tendencia de ofrecer apoyo afiliativo a los miembros del propio círculo, tienen raíces evolutivas profundas y se dan en muchas especies sociales. Nuestro trabajo con los babuinos se ha enfocado en entender la importancia y el significado de estos rasgos tanto para los animales como para su evolución. Los humanos somos sin duda una especie extremadamente afiliativa, con habilidades y tendencias al apoyo que llevan al extemo lo observado en animales. Pero no somos los únicos.

¿Arrojan luz también sobre aspectos más oscuros del comportamiento, como la violencia sexual? Han documentado cómo los machos van a por las crías de las hembras con las que quieren aparearse.

Sí. Especies altamente sociales como los babuinos nos pueden ayudar a entender no solo nuestras tendencias afiliativas, sino también las agresivas. Y nosotros llevamos también al extremo este aspecto de nuestra naturaleza en comparación con otros animales sociales. No me viene a la mente ninguna otra especie que se acerque a la capacidad humana para infligir violencia y daño a los demás. Sin embargo, aunque somos extremos en la forma en la que manifestamos estos rasgos, no nos son exclusivos. Y los estudios en animales nos han permitido entender, por ejemplo, algunos detonantes evolutivos universales de los actos de agresión letal.

La investigadora Jeanne Altmann junto a los babuinos del Parque Nacional de Amboseli.

La investigadora Jeanne Altmann junto a los babuinos del Parque Nacional de Amboseli. Susan Alberts

Han descubierto que los machos viven más cuando mantienen relaciones sociales duraderas con las hembras y compiten menos con otros machos. ¿Se puede extrapolar? ¿La competición entre hombres y el descuido de las relaciones sociales y familiares acorta la longevidad?

Sabemos que las relaciones sociales positivas se asocian con una vida más larga y sana tanto para los babuinos como para los seres humanos. Y esto aplica tanto para los machos como para las hembras. Por tanto, nadie debería descuidar los lazos familiares y los vínculos sociales. Hacerlo puede ciertamente tener consecuencias negativas para la salud.

Sin embargo, tanto en humanos como en primates, los machos tienden a vivir menos que las hembras sin que haya una causa biológica clara. 

En realidad ocurre con todos los mamíferos, los machos suelen tener una vida más corta que las hembras. Y es completamente posible -de hecho, es más que probable- que esto tenga que ver con la intensa competitividad en la que se ven involucrados. Para que nos entendamos: ¡Las hembras también son tremendamente competitivas entre ellas! Los machos de cualquier especie no tienen el monopolio, pero lo que parece estar pasando es que ellos están hechos para desarrollar rasgos competitivos que exigen una elevada inversión de energía y pueden acortar su vida. 

"Los parásitos influencian nuestro comportamiento"

Marlene Zuk, catedrática de Ecología, Evolución y Comportamiento en la Universidad de Minnesota, es la tercera premiada en esta convocatoria de los Premios Fronteras. Sus investigaciones sobre la relación entre los comportamientos de apareamiento de las especies en todo el mundo -incluyendo la estación biológica de Doñana- y sus parásitos. Descubrió, así, que la cola del pavo real es en realidad un indicador para anunciar a la pareja potencial que está libre de patógenos. Y que las barbas de los hombres pueden estar cumpliendo inconscientemente la misma función.

Marlene Zuk, catedrática de Ecología, Evolución y Comportamiento en la Universidad de Minnesota.

Marlene Zuk, catedrática de Ecología, Evolución y Comportamiento en la Universidad de Minnesota. Cedida

Al establecer relaciones sociales y reproductivas, ¿es correcto decir que no solo nos influencian los miembros de nuestra propia especie, sino también los parásitos que han coevolucionado con nosotros?

Exactamente. A menudo, la gente piensa que los parásitos son intrusos que asustan y deben ser erradicados lo antes posible. Pero hay que recordar que los patógenos llevan existiendo tanto como la vida misma, y no podemos escapar de ellos. Esto no significa que vayamos a dejar de luchar contra las enfermedades, pero hay que asumir que todos los organismos han evolucionado junto a sus parásitos. Y por tanto, aspectos de nuestro comportamiento como nuestra comunicación, nuestra alimentación o nuestra sexualidad se van a haber visto influenciados por la interacción con la enfermedad.

Los humanos seguimos evolucionando, como el resto de especies, según afirma. ¿Siguen los parásitos condicionando nuestro comportamiento, influenciando lo que encontramos atractivo o deseable en los demás?

Nuestro comportamiento evolucionó -y lo sigue haciendo- en el contexto de los parásitos, pero eso no significa que estemos siendo controlados como zombis por los patógenos. Cualquier comportamiento responde a una combinación de instrucciones codificadas en los genes a resultas de la evolución y de la respuesta al entorno. Hay indicios intrigantes de que las personas se vuelven más sociables después de recibir la vacuna de la gripe, pero esa investigación está dando los primeros pasos. En cualquier caso, decir que los parásitos han influenciado nuestra evolución social no es más controvertido que afirmar que lo hizo la disponibilidad de alimento o la temperatura. 

¿El cambio climático está incrementando nuestra exposición a los parásitos dañinos? ¿Estamos abordando correctamente este riesgo sanitario y medioambiental?

Yo le daría la vuelta: el riesgo está en que se van a extinguir algunos parásitos, y eso puede tener consecuencias imprevisibles. Por ejemplo, un trabajo reciente y fascinante que examinó especímenes de peces preservados durante décadas descubrió que tienen cada vez menos parásitos, una posible consecuencia del cambio climático. No sabemos qué efectos a largo plazo tendrá este cambio de paradigma, pero podemos afirmar que, puesto que toda vida evolucionó junto a parásitos y patógenos, su desaparición alterará las dinámicas en los ecosistemas y sus poblaciones. De hecho, la ausencia de algunos patógenos comunes se ha relacionado con la aparición de enfermedades modernas. Nadie puede decir que los parásitos no aumentarán con el cambio climático, pero las consecuencias son difíciles de predecir.