La tribu Hadza, en el norte de Tanzania, vive en grupos de veinte a treinta individuos. Por el día, los hombres cazan y las mujeres recogen bayas, tubérculos y miel. Al caer la noche se reúnen para dormir todos juntos al raso o en chozas de hierbas. Exactamente tal y como lo hicieron los seres humanos durante cientos de miles de años antes de desarrollo de la agricultura, la ganadería y los núcleos urbanos. Los Hazda son por lo tanto un preciado objeto de estudio científico que ha arrojado sorprendentes conclusiones, en particular en el campo de los hábitos de sueño.

Un estudio publicado en 2015 en Current Biology revelaba que dormir poco no es un mal moderno: los Hazda, como otros miembros de dos sociedades tribales estudiadas, apenas pegan el ojo durante algo más de seis horas cada noche, en el límite de lo que los expertos consideran saludable. El estudio que ahora se publica en Proceedings of the Royal Society B revela que, en el caso de los adultos, jamás las duermen del tirón. De manera natural, siempre hay alguno despierto para montar guardia y prevenir amenazas nocturnas como los depredadores.

33 hombres y mujeres Hazda en buen estado de salud y entre los 20 y los 60 años llevaron un monitor en la muñeca durante 20 días que registró sus movimientos nocturnos. Pese a dormir juntos, rara vez se sincronizaban. La mayoría se acostaba poco después de las diez de la noche y se despertaba alrededor de las siete de la mañana. Pero algunos estaban dormidos a las ocho y en pie a las seis, mientras que otros trasnochaban hasta las once y no se ponían en marcha hasta pasadas las ocho.

Más importante, los adultos se despertaban varias veces durante la noche. Se quedaban dando vueltas, se ocupaban de un bebé llorando, hacían sus necesidades o fumaban. Después, volvían a echar una cabezada. De las más de 220 horas totales de observación, los investigadores únicamente encontraron 18 minutos en los que todos los adultos dormían al mismo tiempo. En promedio, más de un tercio del grupo estaba despierto, o dormía muy ligeramente, en cualquier momento de la noche.

Los Hazda no tienen estímulos que justifiquen estas condiciones de insomnio más allá de la vigilancia contra amenazas. "Duermen en el suelo y poseen los rasgos que caracterizan el ambiente del sueño ancestral de los primeros seres humanos: la ausencia de iluminación sintética y de control de la climatización" - explica Alyssa Crittenden, profesora de Antropología en la Universidad de Nevada, EEUU. "Son tan modernos como tú y yo, pero viven un estilo de vida que es el más parecido a nuestro pasado de caza y recolección".

Los investigadores también descubrieron que los participantes mayores de 50 y 60 años eran los que se acostaban antes y se despertaban más temprano. A partir de estos hallazgos Charlie Nunn, profesor de Antropología Evolutiva en Duke y coautor del estudio, ha formulado la "hipótesis del abuelo mal dormido": vivir y dormir en grupos de edad mixta de personas con hábitos de sueño diferentes habría ayudado a nuestros antepasados a protegerse durante la noche.

"Muchas personas mayores van a los médicos quejándose de que se despiertan temprano y no pueden volver a dormirse. Tal vez algunos de los problemas médicos que tenemos hoy podrían explicarse no como trastornos, sino como una reliquia de un pasado evolutivo en el que fueron beneficiosos", resume Nunn.

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