El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga.

El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga. Silvia P. Cabeza

Ciencia

Juan Luis Arsuaga (71 años), antropólogo, sobre las 3 'aes' de la felicidad: "Aprender, admirar y apetito de maravillas"

El paleoantropólogo nos insta a reflexionar cada noche antes de acostarnos sobre lo que hemos aprendido a lo largo del día.

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Las claves

Juan Luis Arsuaga destaca las tres 'aes' que dan sentido a la vida: aprender, admirar y tener apetito por las maravillas.

El antropólogo aconseja vivir de manera consciente, evitando el piloto automático y participando activamente en el presente.

Arsuaga subraya la importancia de mostrar la belleza a los niños y de pasar tiempo en la naturaleza, lo cual favorece el bienestar y la salud.

Defiende que la curiosidad y el aprendizaje continuo ayudan a mantener la juventud mental y aportan sentido vital.

Juan Luis Arsuaga está acostumbrado a pensar en escalas de tiempo que marean: millones de años, especies que aparecen y desaparecen, rastros que sobreviven en huesos y sedimentos. Por eso llama la atención cuando su mirada se vuelve íntima y doméstica, casi de conversación de pasillo: ¿qué hacemos con la vida mientras dura?

El paleoantropólogo y divulgador, vinculado desde hace décadas a Atapuerca y a la universidad, suele hablar con un tono que mezcla ciencia y oficio de narrador. Coloca un espejo delante y provoca la pregunta de si se está viviendo o simplemente pasando pantallas.

Su arranque es directo, sin coartadas. "Mi consejo es vivir exprimiendo la vida al máximo". Y para que no suene a frase de taza grimosamente optimista, se apoya en Walden, el libro de Henry David Thoreau.

"Me fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, no fuera a ser que luego más tarde descubriera que no había vivido", escribió. La idea no es huir al bosque, sino no dejar que el piloto automático decida por ti. "Vive deliberadamente", insiste Arsuaga, "conscientemente de lo que haces y de lo que vives". Esa cita está documentada en ediciones y repositorios de la obra.

La belleza como herencia y como brújula

Cuando habla de niños, el paleontólogo cambia de registro y se pone casi pedagógico. "Lo único que podemos hacer por ellos, aparte de darles igualdad de oportunidades, es mostrarles la belleza".

Sostiene que el trabajo de los adultos consiste en "abrir las ventanas" y enseñar "lo que es bello": música, danza, conversación, libros, poesía, naturaleza. No para imponer gustos, sino para dejarles un mapa de caminos posibles, por si un día quieren recorrerlos.

Y aquí la evidencia acompaña: la OMS publicó una revisión enorme sobre artes y salud que sintetiza miles de estudios y describe asociaciones con bienestar, desarrollo cognitivo, vínculos sociales y apoyo en contextos clínicos a lo largo de la vida.

Esa “belleza” no es sólo cultura. Arsuaga hace referencia también a la naturaleza, como si fuera otro idioma que conviene aprender pronto. Hay investigaciones que intentan ponerle cifras a algo que intuimos desde siempre: que estar fuera —de verdad fuera— nos sienta bien.

En un estudio con casi 20.000 personas, publicado en ‘Scientific Reports’, se observó que quienes acumulaban al menos 120 minutos semanales en entornos naturales tenían más probabilidad de reportar buena salud y mayor bienestar que quienes no pisaban verde.

Los autores lo presentaron como un umbral orientativo, no como receta rígida. Es un dato útil porque traduce lo abstracto (“sal a la calle”) en un objetivo alcanzable (“dos horas a la semana”).

Participar en el presente

El científico insiste en otro punto que duele por cotidiano. "Inevitablemente sucede que a veces no participamos en lo que ocurre ahora". Está describiendo esa sensación de estar físicamente en un sitio mientras la mente repasa pendientes, reproches o futuros imaginarios.

La ciencia lo llama rumiación, y se ha estudiado incluso a nivel cerebral. Un experimento en PNAS comparó un paseo de 90 minutos por un entorno natural con otro urbano y encontró una reducción de la rumiación auto-reportada y cambios en actividad de una región asociada a ese bucle mental.

No es que el bosque arregle la vida, pero sí puede ayudarte a salir del carrusel de pensamientos, que es exactamente lo que Arsuaga está pidiendo cuando dice “participar”.

De ahí su metáfora más pop: "hay que vivir como si la vida fuera una película". En el cine, dice, te quedas "extasiado" porque la ficción "te absorbe". La provocación es sencilla: ¿por qué no te absorbe tu propia vida?

Esa “absorción” se parece a lo que la psicología estudia como experiencias de asombro (awe), emociones que te sacan de ti y te colocan ante algo grande. Un trabajo en Psychological Science mostró que el asombro puede expandir la percepción subjetiva del tiempo y aumentar sensaciones de bienestar.

Aprender para seguir siendo joven

Arsuaga aterriza todo esto con una confesión que suena a método de juventud. "Aprender es lo más bonito que hay", afirma, pero no “aprender de estudiar en un libro”, sino “aprender cosas todos los días”.

En neurociencia, la curiosidad se considera un motor potente: un estudio de 2014 observó que, cuando estamos en estado de alta curiosidad, recordamos mejor lo que aprendemos… y también detalles “incidentales” que aparecen alrededor.

Es como si el cerebro estuviera más receptivo y guardara más. Buscar temas nuevos, hacer preguntas, exponerse a lo desconocido no es postureo intelectual, es una manera de mantener el sistema despierto.

Por eso lanza su frase más contundente sobre la edad: "Dejas de ser joven cuando pierdes el apetito de aprender". Aquí la ciencia habla del concepto de "reserva cognitiva" y plantea que ciertas experiencias acumuladas (educación, ocupaciones complejas, actividades intelectuales y sociales) ayudan a sostener el funcionamiento pese al envejecimiento o la patología.

Informes de salud pública como los de la Comisión ‘The Lancet’ subrayan que hay factores modificables a lo largo de la vida —entre ellos la educación temprana— que influyen en el riesgo de demencia y en cómo envejece el cerebro. Arsuaga lo dice con poesía; la epidemiología lo sostiene con modelos y porcentajes.

"Todas las noches, antes de dormirse, hay que preguntarse: ‘¿Hoy qué he aprendido?’". Esa pregunta funciona como cierre del día y como pequeña brújula: si no encuentras respuesta, quizá llevas tiempo viviendo en modo repetición.

También encaja con lo que la psicología de la motivación llama aprendizaje intrínseco. Cuando sentimos autonomía, competencia y vínculos, aprender no se vive como obligación, sino como algo que tira de ti.

El experto remata con una advertencia que va contra cierta cultura del gesto serio. “No hay que volverse una ‘persona seria’”, sino mantener “la capacidad de asombro y de maravillarse”. El sentido de la vida se resume así en tres máximas, tres 'aes': "Aprender, admirar y tener apetito por las maravillas".

Ese asombro no es ingenuidad; es flexibilidad mental. Keltner y Haidt lo definieron con dos ingredientes centrales: la sensación de “vastedad” y la necesidad de “acomodar” lo que estás viendo, porque tus esquemas no bastan para explicarlo.