Los cirujanos observan el órgano del cerdo implantado de forma externa en un ser humano. Joe Carrotta for NYU Langone Health/Reuters

Los cirujanos observan el órgano del cerdo implantado de forma externa en un ser humano. Joe Carrotta for NYU Langone Health/Reuters

La tribuna

¿Y si funcionaran los trasplantes de órganos de cerdo?

Aunque se solventaran las barreras técnicas y científicas, a los xenotrasplantes les quedarán multitud de aristas de todo tipo que será preciso afrontar hasta lograr un nuevo equilibrio.

22 febrero, 2022 14:09

Se han producido en Estados Unidos al menos tres experiencias (no es descartable que alguna más) sobre trasplantes de órganos de cerdo modificados genéticamente a la especie humana, que han revolucionado profundamente este ecosistema. Más concretamente se han trasplantado riñones a dos personas en muerte cerebral y un corazón a un enfermo con insuficiencia cardiaca avanzada, unas experiencias que hacen soñar con una futura fábrica ilimitada de todo tipo de órganos.

Los resultados son aún imposibles de evaluar por el escaso tiempo transcurrido y porque salvo en uno de los casos de riñón, no han sido publicados en revistas científicas. No es improbable que estos órganos animales finalmente funcionen a medio y largo plazo, que seamos capaces de obviar el peligro de transmisión de virus porcinos al hombre, y que su uso se generalice. En esta hipótesis, asistiríamos a una profunda revolución en el mundo de los trasplantes: un verdadero cambio de paradigma ante el que es preciso estar preparados.

La disponibilidad de la materia prima imprescindible para realizar los trasplantes dejaría de depender, al menos parcialmente, de la donación de una persona viva o fallecida, para hacerlo de un producto fabricado en serie como cualquier otro dispositivo sanitario.

Un dato para nada banal de los relatos que nos han llegado de Estados Unidos es que la intervención fue autorizada por la Food and Drug Administration (FDA), el organismo equivalente a la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, que en nuestro país, junto con su correspondiente europeo (la EMA) tendrían probablemente que supervisar estos dispositivos como hacen hoy día con una asistencia ventricular o una prótesis de cadera. Ello implicaría una profunda reconsideración de las organizaciones de trasplantes, que tendrían que ceder o compartir una buena parte de sus funciones actuales a estas agencias, con las que, dicho sea de paso, las relaciones no suelen ser particularmente fluidas.

Las listas de espera dejarían de ser un concepto posibilista condicionado por el número de órganos donados, y probablemente experimentarían un crecimiento exponencial que haría necesario incrementar los recursos hospitalarios destinados a afrontarla. Hoy día no entran en lista de espera enfermos con limitadas posibilidades de éxito, lo que supone por ejemplo que menos de un 20% de los enfermos en diálisis sean candidatos a trasplante renal. Pero si dispusiéramos de una fábrica segura de riñones con previsibles buenos resultados, este porcentaje se elevaría hasta dejar fuera tan solo las consideradas contraindicaciones absolutas. Lo mismo ocurriría con enfermos con insuficiencia cardiaca refractaria, tumores hepáticos, enfermedades pulmonares y un largo etcétera. Solo hay que pensar si los islotes pancreáticos porcinos funcionaran en los pacientes diabéticos…

"Hasta que se demuestre la idoneidad de estos órganos, el mayor problema será decidir a quien se trasplanta"

Ello implicaría una redefinición de los criterios de distribución actualmente utilizados para elegir receptores de los órganos de donantes fallecidos. Hasta que se demuestre la idoneidad de estos órganos, el mayor problema será decidir a quien se trasplanta con ellos frente a quien se le pone un órgano "de verdad". Un tema nada sencillo y que probablemente va a condicionar estas terapéuticas durante bastante tiempo.

Posteriormente habría que definir el orden de trasplante, puesto que la generalización de las indicaciones hará que las listas de espera sigan existiendo e incluso creciendo. La situación sería no muy distinta a la de los implantes de prótesis de cadera o a los trasplantes alogénicos de médula dependientes de la disponibilidad, hoy día muy amplia, del registro mundial. Probablemente habrá que buscar una combinación entre el turno de llegada y la gravedad del paciente, pero desde luego con una filosofía muy distinta a la actual al ser algo elegido a medida, sin los condicionantes de compatibilidad y tamaño que impone la donación humana.

Trasplantes humanos y porcinos tendrán que convivir durante bastante tiempo, quizás indefinidamente, pues no es probable que todos los órganos y tejidos humanos puedan ser sustituidos, y además se van a seguir produciendo situaciones urgentes (en España durante 2020 hubo 295 urgencias "0" entre hígado, corazón y pulmón) actualmente muy bien atendidas gracias a nuestro elevado índice de donación. El problema puede surgir si el profundo cambio de paradigma que estamos describiendo es capaz de influir negativamente sobre nuestro sistema de donación altruista al hacer percibir erróneamente a la población y a los propios sanitarios que ya no es tan necesaria dado que los órganos se pueden fabricar sin necesidad que alguien los done. Si esta contradicción no se gestiona adecuadamente, se pueden generar efectos negativos muy significativos.

"La empresa fabricante REVIVICOR no es ni mucho menos una ONG, sino que cotiza en bolsa"

Los aspectos económicos serán muy importantes. Desconocemos cuales van a ser los costes de estos órganos, pero todo hace pensar que superiores a los que conlleva el actual sistema. La empresa fabricante REVIVICOR no es ni mucho menos una ONG, sino que cotiza en bolsa (lo que probablemente explique el circo mediático asociado a las primeras intervenciones) y aunque hay al menos otras dos empresas que trabajan en esta línea, su posición de vanguardia puede convertirse en monopolio. Para los sistemas de salud acabará representando un desafío económico muy importante, y para aquellos países sin cobertura sanitaria universal, un nuevo punto de discriminación entre quienes puedan pagárselo y quienes no.

Curiosamente, si con el tiempo estos costes bajasen de unos determinados niveles, podría producirse algo muy positivo: la desaparición del tráfico de órganos. La comercialización de los órganos para trasplante, que según la OMS afecta al 10% de las intervenciones que se producen en el mundo, dejaría de tener sentido por falta de rentabilidad, desapareciendo así todos sus efectos colaterales negativos. Sería preciso que los precios se pusieran por debajo de las cifras que se barajan hoy día en el mercado negro: una lamentable cuestión de coste / beneficio.

En definitiva, se trata de un gran descubrimiento científico, con enormes implicaciones potenciales, pero al que, aunque se solventaran las barreras técnicas y científicas, le quedarán multitud de aristas de todo tipo que será preciso afrontar hasta lograr un nuevo equilibrio. El mundo de los trasplantes que se avecina se va a parecer poco o nada al actual. Esperemos que sea para mejor.

*Rafael Matesanz es fundador y exdirector de la Organización Nacional de Trasplantes.

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