Ciencia Festival Starmus

En el Woodstock de la ciencia, Hawking sigue siendo el rey

Reunir a siete astronautas y a más de una decena de premios Nobel en una trinchera guiri puede parecer una locura, ¿pero qué ocurre cuando esa locura llega a su tercera edición?

1 julio, 2016 01:01
Tenerife

Algunas personas creen que la ciencia debería protagonizar cada día las portadas de los periódicos. Creen que mandar una nave más allá de los bordes de nuestra galaxia es infinitamente más importante que un referéndum de independencia en el noroeste de una región septentrional de Eurasia. O que cada pequeño paso en la lucha contra el cáncer, la peste negra de nuestra época, es más merecedor de la primera página que los avances, frase a frase, en el pacto entre PSOE y Ciudadanos. Afortunadamente, Garik Israelian es una de esas personas.

Israelian, fundador del festival Starmus, es un astrofísico armenio empleado desde 1999 en el Instituto de Astrofísica de Canarias. En 2010, recibió el primer premio internacional Viktor Ambartsumian -científico y mentor de Israelian en esta antigua región soviética- valorado en medio millón de dólares. Un año más tarde nacía en Tenerife la primera edición del festival, con los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin como cabezas de cartel.

Fiel a su índole astrofísica, el festival es como un cometa de órbita irregular: puede divisarse cada dos o tres años y en diferentes puntos de la isla canaria. En esta ocasión, Israelian ha juntado a la mayor constelación de estrellas jamás reunida: siete astronautas, 11 premios Nobel y docenas de científicos y comunicadores de primer nivel mundial.

Entre ellos, Stephen Hawking, epicentro y cumbre de esta edición de Starmus.

Intelectual y económicamente exigente

Sin embargo, disfrutar de este espectáculo no está al alcance de todo el mundo. Además de ser capaz de apreciar una charla sobre la radiación del Big Bang o los anillos de Saturno, hay que poder pagar los más de 500 euros que cuesta la entrada. Incluso verlo por streaming desde casa cuesta dinero, 100 euros. Así, los asistentes, unas 800 personas, forman un variopinto grupo humano, desde jóvenes astrofísicos canarios a entusiastas mitómanos de la ciencia o inquietantes eslavos con gorra y la camiseta metida por dentro del pantalón.

¿Dónde reunir al más selecto grupo de cerebros, a muchos de los impulsores de las ideas más revolucionarias del siglo? En una pesadilla arquitectónica denominada Pirámide de Arona, un centro de congresos, compuesto por una pirámide incompleta a la que se accede por un frontispicio estilo romano y dos columnatas dóricas que sostienen a una hilera de arqueros.

Alrededor de esta aberración, que contiene un resort y un Hard Rock Café, se extienden kilómetros y kilómetros de un escenario de turismo low-cost: tiendas de colchonetas y camisetas estridentes, inmobiliarias con caracteres en cirílico y economatos sin un solo producto fresco.

Fantásticamente, cada vez que el evolucionista Richard Dawkins o el físico teórico Roger Penrose -dos de las estrellas de esta edición de Starmus- salían del auditorio a pie, nadie giraba el cuello y pronto se confundían en la multitud de septuagenarios británicos que paseaban a media tarde rumbo el paseo marítimo.

El astrofísico Kip Thorne y, de fondo, Neil deGrasse Tyson.

El astrofísico Kip Thorne y, de fondo, Neil deGrasse Tyson. Antonio Villarreal

Lo mismo ocurría en el hotel donde se hospedaban - y concedían entrevistas- muchos de los ponentes. En los pasillos, reporteros locales desconcertados persiguiendo al equipo de prensa del omnipresente Israelian, que andaba de aquí para allá entrevistando en vídeo a las principales figuras del Starmus para un documental que lanzarán próximamente. Y en cualquier rincón del laberíntico hotel, en una hamaca de la piscina o tras una maceta, uno podía encontrarse a Barry Barish, impulsor de la colaboración LIGO que detectó las ondas gravitacionales, a Robert Wilson, Nobel de Física 1978, o a Kip Thorne, el astrofísico estadounidense que, entre otras cosas, asesoró científicamente a Christopher Nolan en la película Interstellar. De hecho, y ya que tengo a Thorne a mano...

- Si fuésemos a escribir una Historia de la Física, ¿cree que el descubrimiento de las ondas gravitacionales inaugura un nuevo capítulo o directamente un libro aparte?

 - Es un nuevo libro, pero un libro que forma parte de una enciclopedia y que complementa a los que ya existen. Podremos observar el universo con un tipo de radiación totalmente nueva y que es totalmente diferente a la luz, rayos X, rayos gamma o infrarrojos. Todas esas son de tipo electromagnético, consisten en la oscilación de campos eléctricos y campos magnéticos. Las ondas gravitacionales consisten en los arañazos y chillidos del espacio producidos, no por átomos, sino por el movimiento de grandes cantidades de masa y energía. Y esto ni siquiera tiene que estar hecho de materia, pueden ser agujeros negros, hechos de espacio y de tiempo. Lo que va a empezar ahora puede compararse a Galileo.

- Guau.

- Cuando él miró al cielo y descubrió las lunas de Júpiter fue el comienzo de la astronomía electromagnética, éste es el comienzo de la astronomía gravitacional. Es un libro que estamos empezando a abrir y que durará décadas o siglos. Los resultados de Galileo continúan hoy, siglos más tarde , y lo mismo ocurrirá con las ondas gravitacionales. 

La fiesta

Además de las conferencias, los asistentes tenían la posibilidad de realizar, previo pago, otras actividades dentro del festival, como la cena de gala o la fiesta bajo las estrellas del miércoles por la noche. Otras reuniones científicas tienen un valor informativo. Por ejemplo, los investigadores en cáncer van al congreso anual de la Sociedad Americana de Oncología Clínica para encontrarse con los mejores oncólogos del mundo y conocer las terapias o trabajos que marcan la vanguardia de la disciplina.

Sin embargo, eso no ocurre en Starmus. La mayoría de ponentes, por relevantes que sean para la historia de la ciencia, hace ya tiempo que dejaron la primera línea. Vienen a hablar de sus carreras, de cómo hicieron los grandes descubrimientos de sus vidas, y está muy bien. Pero no van a revelar nada nuevo, el atractivo no es ese.

La fiesta tuvo lugar en el Instituto Tecnológico y de Energías Renovables, en un entorno semi-desértico junto a un polígono industrial de Granadilla de Abona. De noche, sin embargo, el entorno diseñado por Brian Eno, otro de los ponentes, parecía mágico. Generadores eólicos teñídos de una luz púrpura y una carpa semicircular donde el grupo de rock progresivo Anathema ofrecía un concierto acústico. Tras el concierto, música ambiente de Eno, inventor del concepto.

Neil deGrasse Tyson, en la fiesta del Starmus.

Neil deGrasse Tyson, en la fiesta del Starmus. Antonio Villarreal

Los asistentes a Starmus pueden sentir en estos momentos el lujo de poder beber una copa de vino entablando una charla con los grandes científicos que admiran. El astrofísico y divulgador Neil deGrasse Tyson, embutido en un sombrero de cowboy, ofrecía una didáctica conversación bajo las estrellas sobre los avances tecnológicos y en navegación que llevaron a los españoles a conquistar el nuevo mundo. Al lado, Dawkins charlando con una señorita de vestido rosa. Más allá, el astrónomo Martin Rees, antiguo presidente de la Royal Society.

En aquel momento una persona normal se podría sentir como si hubiera saltado un muro y se hubiese colado en la fiesta. Ese es precisamente la clave de Starmus. Es algo exclusivo, una pandilla de superestrellas del pensamiento en una fiesta donde la música la ponen figuras del rock como Brian May, guitarrista de Queen, Rick Wakeman, teclista del grupo de rock progresivo Yes o el propio Brian Eno. Todos, casualmente, ídolos de Israelian que parece haber montado todo esto como una obsesión personal, como un sueño de adolescente.

De hecho, en uno de los edificios cuentan con una zona VIP, separada por un cordón sanitario de vallas y sólo accesible por el armenio y sus lustrosos invitados. En la terraza asoman algunas de las enfermeras que forman parte del cuerpo médico que acompaña siempre a Hawking. Parecía una de esas viñetas que se le dedican a un científico famoso cuando fallece, el personaje llegando al cielo y encontrándose una fiesta llena de otros personajes famosos que esperan para recibirle tras San Pedro.

Hawking, el rey

El físico británico es probablemente el único asistente al congreso al que cualquiera de los turistas que toma el sol al sur de Tenerife reconocería de inmediato. Su charla, programada para el jueves a las tres de la tarde, es sin duda el evento más multitudinario. La fila de gente esperando rodea la pirámide, el ayuntamiento ha sobreactuado con el número de coches de policía y una ambulancia preparada en la puerta de la pirámide aporta la inquietud necesaria.

El Palacio de Congresos que acogía el Starmus.

El Palacio de Congresos que acogía el Starmus. Antonio Villarreal

Para los starmusers, la llegada de Hawking despertaba otro tipo de sensaciones. El día anterior, por ejemplo, Penrose dijo que no creía en la inflación cósmica, es decir, en que tras el Big Bang hubiera habido un periodo de expansión exponencial que llevó al universo a tener las dimensiones que tiene hoy. Esta declaración tampoco era nueva, pero en un entorno así los asistentes se frotaban las manos recordando viejas alianzas (Penrose y Hawking firmaron un importante artículo conjunto en 1970), rencores, pullas no resueltas, y, en fin, esas cosas que le dan sabor a la vida.

Cuando la ciencia ocupa las portadas, los periodistas científicos lo celebramos como una victoria de la tortuga sobre la liebre, como si estas noticias -genética, cambio climático, astronomía: el futuro de nuestra especie y de nuestro planeta, nada menos- tuvieran alguna especie de hándicap informativo. Salvo cuando aparece Hawking, cuyo hándicap, también llamado Esclerosis Lateral Amiotrófica, absorbe de alguna forma este déficit y permite a cualquier medio de comunicación abordar temas como el futuro de nuestra especie o el destino del universo.