Representación del incendio del 21 de septiembre de 1561 y el profesor Enrique Berzal, en un montaje de EL ESPAÑOL

Representación del incendio del 21 de septiembre de 1561 y el profesor Enrique Berzal, en un montaje de EL ESPAÑOL

Valladolid

El devastador incendio que quemó cientos de casas en Valladolid: "La reconstrucción modernizó la ciudad"

El historiador Enrique Berzal destaca que, tras el terrible fuego que asoló la ciudad el 21 de septiembre de 1561, se diseñó un nuevo urbanismo vallisoletano "revolucionario y vanguardista para su tiempo".

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En la madrugada del 21 de septiembre de 1561, mientras Valladolid dormía, una chispa se convirtió en tragedia. Aquella noche el fuego arrasó el corazón de la ciudad y dio paso a uno de los episodios más recordados de su historia: el gran incendio que redujo a cenizas centenares de casas, talleres y comercios, y que obligó a una reconstrucción urbana sin precedentes en la España del siglo XVI.

Hoy, 464 años después, la efeméride de aquel terrible fuego nos invita a mirar hacia atrás para entender cómo una catástrofe se convirtió también en oportunidad y cómo el urbanismo moderno en España debe mucho a aquel siniestro.

Los cronistas coinciden en situar el origen del fuego en la vivienda del platero Juan de Granada, en la entonces llamada calle de la Costanilla, muy cerca de la actual Platerías. Era la madrugada de un domingo, pasada la medianoche.

Una hoguera mal apagada, probablemente encendida para fundir metales, habría sido la chispa que desató el infierno. Aunque pronto circularon rumores de que el incendio había sido provocado incluso con pólvora y no faltó quien señalara a herejes o a extranjeros, lo cierto es que nunca se probó nada.

Sea como fuere, lo que comenzó como un incidente doméstico se transformó en una devastación de enormes proporciones.

Una reconstrucción modernizadora

El catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Valladolid Enrique Berzal recuerda, en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla y León, que el fuego producido hace ahora 464 fue un incendio "devastador", pero que asegura lo más importante del mismo fue "lo que supuso de beneficioso para transformar la ciudad a través de la reconstrucción".

"En la reconstrucción se implicó directamente el propio monarca, Felipe II, y el director de obras, Francisco de Salamanca, era un arquitecto y urbanista muy avanzado para la época y reconstruyó la ciudad con propuestas que fueron incluso revolucionarias para su tiempo", afirma.

Berzal señala que la reconstrucción de la ciudad tras el devastador incendio se realizó "tomando como meta la construcción de una ciudad moderna y dejando al lado la urbe medieval, un tanto desordenada". "El nuevo Valladolid que surgió después del incendio, aunque hasta finales de siglo no concluyó la reconstrucción de la zona, fue un Valladolid moderno", apunta.

Este historiador hace hincapié en que el urbanismo con el que se reconstruyó la ciudad era "vanguardista" para la época, "con trazas herrerianas, renacentistas y barrocas". "Surgió una ciudad muy moderna para el momento y, sobre todo, hay que destacar como modelo a nivel nacional e internacional la configuración de la Plaza Mayor", señala.

Berzal asegura que la Plaza Mayor es "el legado más relevante, junto con la calle Platerías, de la reconstrucción después de aquel incendio". Una plaza que sirvió como modelo, posteriormente, para las de ciudades como Madrid y Salamanca.

"Es una plaza que no tiene solo la finalidad, como hasta entonces, de ser el centro de mercado sino que también tenía una función ornamental, de expresar la grandeza y el lujo y la importancia de la ciudad, y de ahí esa amplitud y esa regularidad, esas fachadas y ese espacio abierto, rodeado de edificios con fachadas uniformes y comunicados", comenta.

El catedrático hace hincapié en que, tras la reconstrucción, se convirtió en "un gran espacio público para celebraciones, ceremonias, la vida social de la ciudad, con una planta regular y que fue un modelo imitado en otras ciudades importantes".

Un "nuevo" Valladolid

Berzal subraya que, tras el incendio, se construyó "un nuevo Valladolid que dejó atrás la urbe medieval para convertirse ya definitivamente, en su trazado urbanismo, en una ciudad moderna" y destaca, además de la impronta de la Plaza Mayor, la importancia de la calle Platerías que, en aquel momento, era "elogiada incluso por los contemporáneos".

"La veían como una calle con un modelo muy cercano al francés, muy vanguardista, tenía un gran impacto visual, rematada con la iglesia de la Veracruz, y muchos ciudadanos del momento e incluso viajeros importantes que llegaban a la ciudad la veían como una de las calles más hermosas que se podían imaginar", señala.

A juicio de este historiador, el gran incendio de 1561 es un buen ejemplo de cómo un hecho "devastador" puede aprovecharse para "dar paso a una ciudad diferente y mucho más atractiva, a pesar de la tragedia que supuso para mucha gente".

"Solo hubo entre tres y seis víctimas pero muchas personas se quedaron sin sus negocios, aquello fue muy duro, tuvieron que rehacer la vida casi desde cero. Las consecuencias para la zona comercial y artesanal en la que se reunían los gremios fueron durísimas", señala.

Berzal apunta también que esta consecuencia urbanística hizo que se produjera un hecho muy relevante desde el punto de vista visual y urbanístico, que fue el de "la unión entre el núcleo de la ciudad comercial, en la Plaza Mayor, con la ciudad más cortesana, en la zona de San Pablo, a través de una línea recta urbanística casi solo interrumpida por la iglesia de la Veracruz".

Un contexto urbano propicio

Aquel 21 de septiembre de 1561, el contexto urbano de la capital vallisoletana era propicio para la tragedia. Valladolid era entonces una de las grandes ciudades de la Corona de Castilla, con una población en torno a los 30.000 habitantes y una trama urbana densa, formada en su mayor parte por edificaciones de madera, calles estrechas y techumbres inflamables.

La noche del 21 de septiembre el viento soplaba con fuerza y contribuyó a que las llamas saltaran de casa en casa sin que hubiera manera de detenerlas. No había brigadas de bomberos organizadas; los vecinos, con cubos de agua y mantas, poco pudieron hacer ante la magnitud del desastre.

En apenas unas horas, el fuego arrasó la calle de la Costanilla, se extendió por Cantarranas, Cebadería y Especiería, alcanzó la Plaza del Mercado —hoy Plaza Mayor— y se propagó hacia la Rinconada y el convento de San Francisco. Los soportales, talleres artesanos, panaderías y viviendas quedaron reducidos a cenizas.

Cientos de casas desaparecidas

Se calcula que entre 440 y 600 casas desaparecieron, aproximadamente una décima parte de todo el caserío vallisoletano. El incendio se prolongó durante unas 36 horas en su fase más destructiva, aunque los rescoldos duraron días.

Milagrosamente, las víctimas mortales fueron pocas en comparación con la magnitud de la catástrofe: entre tres y seis fallecidos, según las crónicas. Pero las pérdidas materiales y económicas fueron incalculables. Familias enteras quedaron sin hogar, gremios artesanos sin talleres y comerciantes sin mercancía. La ciudad entera quedó herida.

La Plaza del Mercado, centro neurálgico de la vida social y comercial, se convirtió en un solar ennegrecido. Allí se concentraban tenderetes, carnicerías, especierías y el bullicio cotidiano de la ciudad. Tras el incendio, lo que quedó fue silencio, ceniza y ruina.

El convento de San Francisco, uno de los más importantes, sufrió graves daños. El Ayuntamiento, los edificios del consistorio y buena parte de las calles gremiales quedaron destruidos. Para los habitantes de Valladolid, la sensación fue de orfandad: el corazón de la ciudad había desaparecido.

La respuesta de Felipe II

La respuesta no se hizo esperar y el Rey Felipe II intervino directamente. Valladolid era una ciudad de importancia estratégica, administrativa y política, y no podía permanecer en ruinas.

El monarca ordenó la reconstrucción inmediata y confió la tarea al arquitecto Francisco de Salamanca, quien concibió un proyecto innovador: una nueva Plaza Mayor con trazado regular, porticada, amplia, armónica y con fachadas uniformes. El plan urbanístico respondía no solo al deseo de reparar lo destruido, sino a la ambición de modernizar la ciudad bajo criterios renacentistas.

Se introdujeron muros cortafuegos cada ciertas casas, se promovió el uso de materiales más resistentes como el ladrillo y la piedra frente a la madera, y se prohibió en gran medida la construcción de techumbres fácilmente inflamables. Fue, en cierto modo, el nacimiento de un urbanismo preventivo.

Nace la Plaza Mayor

De aquella tragedia nació la Plaza Mayor de Valladolid, considerada la primera plaza mayor regular de España, modelo que después inspiraría a muchas otras ciudades, incluida Madrid. El desastre sirvió para repensar el espacio público y para dotar a la ciudad de un centro con vocación representativa, mercantil y de convivencia.

La reconstrucción marcó un punto de inflexión en la historia urbana no solo de Valladolid, sino de todo el país. La catástrofe también dio origen a medidas de seguridad que anticiparon lo que hoy llamaríamos protección civil: se organizó un cuerpo de vigilancia nocturna encargado de dar aviso en caso de fuego, antecedente del actual servicio de bomberos.

El incendio de 1561 quedó grabado en la memoria colectiva. Durante generaciones, Valladolid conmemoró cada 21 de septiembre con procesiones de acción de gracias, recordando tanto la desgracia como la supervivencia. El hecho se convirtió en parte de la identidad de la ciudad, un recordatorio de que del desastre puede surgir una nueva oportunidad.

Hoy, al recorrer la Plaza Mayor, con sus soportales y su regularidad geométrica, pocos recuerdan que ese espacio armonioso nació del caos y la ceniza. Pero la efeméride es también una invitación a reflexionar sobre cómo las ciudades se reinventan ante la adversidad.

El origen de una identidad

El incendio no solo transformó la fisonomía urbana, también dejó lecciones duraderas. La primera, la necesidad de prevención: el uso de materiales resistentes, la planificación de cortafuegos, la organización de guardias nocturnas.

La segunda, la importancia de la respuesta institucional: la intervención directa de la Corona permitió que la reconstrucción no fuera improvisada, sino planificada y con visión de futuro. Y la tercera, la resiliencia ciudadana: los vallisoletanos, pese al trauma, supieron reconstruir sus vidas, talleres y hogares, y recuperar el pulso comercial de su ciudad.

464 años después, Valladolid recuerda aquel episodio como una herida lejana, pero también como el origen de su identidad urbana moderna. El incendio de 1561 no fue solo una tragedia, fue también el inicio de una nueva manera de concebir la ciudad.

Hoy, en una época en la que seguimos enfrentando riesgos de catástrofes naturales y humanas, la historia de aquel septiembre oscuro cobra un nuevo significado: nos recuerda que toda comunidad debe estar preparada, que las crisis son también oportunidades para reinventarse, y que las cenizas pueden ser el punto de partida de una ciudad más fuerte y más consciente.

Valladolid aprendió, a través del fuego, que la prevención, la planificación y la solidaridad son las bases para sobrevivir a cualquier desastre. Y esa, quizás, es la lección más actual de todas.