
Víctor Andrés Mozo (izq) y Mario Toribio Rodríguez (drch) en sus viñas en Badilla de Sayago (Zamora).
Amigos de toda la vida y ahora viticultores para salvar las viñas familiares de uno de ellos: "A mi abuelo se le iluminó la cara"
Víctor y Mario, vallisoletanos e ingenieros de profesión, comenzaron este proyecto juntos en un pequeño pueblecito de la provincia de Zamora.
Más noticias: Un culto al vino en familia: de generación en generación entre viñedos
Llevan una vida juntos. 'Jugones', como se conoce a su grupo de amigos, es el hilo incorruptible de su amistad. Estudiaron juntos y ambos son ingenieros en la misma empresa. Ahora, se han embarcado en una nueva aventura vitivinícola para salvar las viñas familiares de uno de ellos en un pequeño pueblecito de la Zamora profunda, en la comarca de Sayago.
"A mi abuelo se le iluminó la cara cuando le propuse quedarme con las viñas", recuerda Víctor Andrés Mozo (23-9-1997, Valladolid), que junto a su amigo de toda la vida, Mario Toribio Rodríguez (10-11-1997, Valladolid), se han hecho cargo de la bodega familiar del primero en Badilla de Sayago (Zamora), un pequeño pueblecito que no llega a 100 habitantes y enclavado en plena Denominación de Origen de Arribes del Duero, aunque su vino aún no lleva este marchamo.
Su historia entre cepas arrancó a finales de 2023, cuando los abuelos de Víctor le comunicaron su intención de dejar ya abandonar las viñas y bodega familiar. La edad ya no perdonaba y no podían hacerse cargo de las mismas. Sin embargo, al joven vallisoletano se le ocurrió proponer el proyecto a su amigo Mario, con quien ya había hablado en alguna ocasión de impulsar algo juntos.
Originarios del barrio vallisoletano de Parquesol, comenzaron su historia vitivinícola a más de 150 kilómetros de sus casas. Sacrificando fines de semana, vacaciones y días libres. Lo que comenzó como un hobby, tras su primera producción con la cosecha de 2024, cuyas primeras botellas han visto la luz este año, comienza a orientarse hacia una posible salida al mercado, aunque aún sin fecha.
Víctor siempre ha estado ligado a las viñas junto a su familia. Comenzó este nuevo proyecto de la mano de su amigo con una base ya formada. Mario, sin embargo, aunque su pueblo familiar está en plena Ribera del Duero, en Quintanilla de Onésimo (Valladolid), no había tenido un contacto directo con el cultivo de la vid. Por lo que ha tenido que empezar de cero.
Sin embargo, esto no ha sido excusa para él en el momento que Víctor le propuso impulsar las viñas de sus abuelos. "Ya habíamos hablado de montar algo juntos. Me pareció bastante buena idea. Soy de un pueblo de la Ribera del Duero, he estado cerca del vino desde muy pequeño y el mundo me gusta mucho. Era un reto chulo y me convenció en cuanto avisó", destaca el joven ingeniero.
Tuvo que aprender "todo lo que hay que cuidar, podar, arar, echar el mineral" y aprender a compaginar la vid con su trabajo en una empresa de Valladolid. "Hemos sido capaces de sacar sobre todo tiempo en fines de semana o días sueltos que hemos podido ir hasta Zamora", destaca Mario.
Los frutos de su primera producción han comenzado ahora en 2025 a ver la luz. Víctor, no obstante, reconoce que fue "un poco desastre" como consecuencia de un "año malísimo a todos los niveles" a raíz de la falta de agua, las heladas y la suma de su inexperiencia. A pesar de ello, lograron sacar adelante 58 botellas de vino tinto con uva Tempranillo, que cultivan en la escasa hectárea que de momento han trabajado.
Más pudieron sacar de Verdejo, unas 175, pero por unas uvas que un amigo de Víctor les cedió y que les ha servido para coger soltura a la hora de preparar el vino en la pequeña bodega familiar que ostentan. La gestión de la viña es llevada al completo por estos dos amigos, quienes se encargan de toda la parte manual del trabajo.
Aprovechar lo existente
Dado que el proyecto aún está en una fase incipiente, Víctor y Mario han optado por aprovechar "todos los aparatos, cubas y utensilios" que tenía la familia del primero en la mini bodega que hay junto a las viñas. Querían evitar una inversión desproporcionada antes de saber cómo puede salir el proyecto. Las botellas se las cedieron en su gran mayoría amigos hosteleros y limitaron al máximo las etiquetas, sin imprimir de más.
El vino se embotellaba en la propia bodega de Badilla de Sayago y el etiquetado en casa de Mario o Víctor en Valladolid. Un trabajo rudimentario y artesano que a Mario le ha dado la oportunidad de "poder meterme de verdad en este mundillo y ver lo que conlleva". "Lo hemos cogido con muchas ganas y da gusto ver ahora las botellas que hemos podido sacar este año, que aunque haya sido una producción pequeña da gusto ver que el vino está bien, que ha quedado rico y que lo hemos hecho nosotros", destaca.
Víctor, por su parte, recuerda como Mario "nunca había podado una cepa" y que únicamente necesitó enseñarle cómo se hacía en cuatro o cinco para coger el mecanismo. "Es un tío echado para adelante. Es como... 'dime cómo se hace y yo te lo replico en otras 600 cepas que tenga que hacer'", subraya el vallisoletano sobre su amigo.
Con ya una producción a sus espaldas, estos dos amigos confían en que esta primera experiencia se note, partiendo de una "viña que está más cuidada, que sabemos un poco más cómo controlar la poda, arar e ir mejorando poco a poco". Víctor apunta que es una "gozada" poder vivir esto con Mario y solo puede acordarse de la "cara de felicidad" de su abuelo cuando se lo contó.
Ambos se han tomado la aventura con "bastantes ganas y responsabilidad". Por supuesto, los primeros chorros de vino que salieron de la cuba tuvieron que pasar el corte del abuelo de Víctor, que vive junto a las viñas y la bodega. "Dijo que muy bien, que el vino estaba bueno y que parece que llevábamos haciéndolo todo una vida", presume el joven vallisoletano.
Un corte también aprobado por sus amigos, quienes "han estado con ganas de que llegara el momento de las primeras botellas". "Muchos no son del mundo del vino, muy escépticos de por qué se tarda tanto, pero a la hora de ver las primeras botellas los comentarios han sido buenos y contentos también de que nosotros estemos haciendo algo que nos gusta", añade Mario.
Incluso avanza Víctor que alguno de ellos ya se ha ofrecido para ir a ayudarles en la próxima cosecha. "Han visto que a nosotros nos gusta y que también tiene su parte divertida de compartir tiempo juntos, no todo es al final trabajo duro. Alguna comida, algo de disfrute también hay", aclara Mario entre risas.
La primera botella
"Disfruta Mario que este es el trabajo que llevamos haciendo durante un año". Esa fue la frase que Víctor dijo a su amigo en el momento de abrir la espita y llenar la primera botella. Un momento que pasará al recuerdo perenne de estos vallisoletanos ahora embarcados en el mundo de la viticultura. Un instante que esperaban con "mucha ilusión" y tras el que pueden decir que "el 100% de este trabajo ha salido de nuestras espaldas y nuestros hombros".
La historia de Mario y Víctor tampoco ha pasado desapercibida para los vecinos de Badilla de Sayago, que han animado a estos dos jóvenes después de ver cómo cogían el relevo en el momento que pensaban que las viñas se habían abandonado. "Un vecino nos dijo que no nos desanimáramos el primer año si no teníamos mucha producción, que las viñas son muy agradecidas y que al año siguiente te dan lo que no te han dado el de antes", apunta Víctor.
Llegados a este punto, con una primera cosecha a sus espaldas, han ampliado ya su producción con otra media hectárea para las botellas de 2026. Un trabajo que, además, lo hacen respetando la tradición del pueblo, pero implementando también herramientas y mecanismos del siglo XXI o aprovechando sus conocimientos como ingenieros para hacer más funcional el proceso, por ejemplo, de embotellar.
Usan también termómetros conectados por wifi para saber la temperatura de la bodega aunque estén a más de 150 kilómetros de distancia. O inteligencia artificial para diseñar el etiquetado de sus botellas bajo las iniciales de 'V' y 'M', en honor a sus nombres que han dado denominación su proyecto. También han diseñado una página web. "Esto es una primera versión de todo e iremos mejorando", promete Mario.
De esta manera, Víctor y Mario han emprendido esta aventura entre cepas, transformándose en la esperanza de una zona cada vez más azotada por la despoblación. Kilómetros recorridos, sacrificios personales y apuesta por salvar unas viñas familiares para acabar convirtiéndose, en definitiva, en unos 'jugones' del vino.