Castilla y León

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Valladolid

Cuando el mercader lo entregó todo a Dios… y al arte

30 mayo, 2021 11:54

Juan López / ICAL


“Dadme un cuarto de hora de reflexión y os daré el cielo”. La frase de Santa Teresa de Jesús, y que da la bienvenida antes de abrir la puerta de la Capilla de los Benavente de Medina de Rioseco, elimina claramente los prejuicios que el visitante debe tener al adentrarse en un mundo que se percibe de caos, pero que es más bien un orden para el que es necesario tiempo de observación para entender. En lo que era la antigua sacristía de la iglesia de Santa María de Mediavilla, prácticamente una catedral en la Villa de los Almirantes, el mercader Álvaro de Benavente decidió construir una obra de arte para entregarlo todo a Dios y la Virgen. Quizás sin saberlo, el cambista riosecano financió desde 1553, y durante un año, una de las obras referentes del Renacimiento castellano, obra esculpida por los Hermanos Corral, de Villalpando.

Nombrar esta capilla en la localidad es hablar de palabras mayores. Sus habitantes lo saben. Te sumerge en una composición que gravita ante una única idea: la intercesión de la Virgen ante el Juicio Final. Pero es mucho más que eso. “Es una obra hija de un tiempo muy preciso, ni de antes ni después. Quizás 20 años más tarde no se hubiera concebido. En ella, un hombre se redime a sí mismo, a su época, y ofrece todo su patrimonio para la solución del alma”. Ramón Pérez de Castro, profesor del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid y riosecano, incide en que esta capilla es “hija” de las ferias de la localidad, de un momento con unas circunstancias “sociales, económicas y culturales concretas” de bonanza.

El escritor y crítico Eugenio d´Ors dijo de ella que era “la capilla sixtina del arte castellano”; la gallega Emilia Pardo Bazán escribió que “solo para verla despacio y descubrir y repasar sus detalles se necesitaría pasar la semana en Rioseco (…) Es apocalíptica; un desate de fantasía lujosa, oriental y nimiamente simbólica”; e incluso la obra fue atribuida en su totalidad al escultor Juan de Juni hasta el S.XIX, cuando el prestigioso artista franco-español había esculpido únicamente uno de los retablos de la misma tres años después de su conclusión, por orden de sus testamentarios.

Fue en la primera mitad del S.XX cuando ya fue adjudicada a los hermanos Corral, procedentes de Villalpando, a quien Álvaro de Benavente financió la obra que a la postre sería la más famosa de los artistas: una capilla funeraria, en una antigua sacristía de la iglesia, donde fueron enterrados el mercader, su hermano y su familia materna en una cripta inferior, pues nunca tuvo hijos. “Para él era darlo todo por el todo a Dios, pero sin saberlo también se lo dio al arte”, incide Pérez de Castro. Por eso, prosigue, no rechaza la denominación de capilla sixtina, pero matiza: “Me interesa más por lo que ofrece de mensaje global que por su parecido a la de Roma”.

Ahora, el 3 de junio se cumplirán 80 años de su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC), una figura de protección que permitió al Gobierno de la República evitar, solo tres meses después de llegar al poder, el expolio iniciado en el siglo XIX por el patrimonio nacional, principalmente comprados por magnates norteamericanos. El documento del Boletín Oficial (entonces denominado Gaceta de Madrid) del día siguiente declaró 771 bienes con esta protección, entre ellos la iglesia riosecana y la capilla. En total, en las nueve provincias fueron 180 expedientes. Entre ellos una treintena en Burgos, 27 en Valladolid y en Salamanca, 21 en León, 20 en Segovia, 19 en Palencia, 13 en Ávila y en Zamora y una decena en Soria. Fueron la cuarta parte de todas las protegidas en España.

Grandes calidades y cuidados


Pérez de Castro destaca que cuando se profundiza en la obra se observa que los materiales y técnicas utilizados fueron de gran calidad para la época y muy cuidados. “Muchas veces dices, ¿cómo puede ser que dedicara todo esto?”, se pregunta. A pesar de la calidad de la Capilla, no fue hasta finales de los 70 cuando se benefició de la primera restauración, dirigida por Mariano Nieto, y más tarde, a inicios de este siglo, cuando recuperó por completo su color tras décadas ennegrecida.

Juan Carlos Fraile, párroco de Rioseco, la define como “exuberante” y remarca, por ejemplo, que todos los artistas “dejan su sello” en sus trabajos, como hicieron los Corral, con figuras que destacan lo exótico, exquisito y caprichoso de sus formas. Con su dedo índice marca la cara deteriorada de unos personajes, a la altura del pecho, donde los franceses del ejército napoleónico dejaban su fusil y, sin cuidado alguno, dañaron la obra al utilizar la capilla como cocina durante la Guerra de la Independencia y su paso por la localidad para la batalla del Moclín.

Abierta al debate


“El mundo en el que se construye la capilla es abierto al debate y por eso cuenta con estampas alemanas y flamencas; y después es fruto de la reforma y la contrarreforma de la Iglesia. Son reflexiones de tipo estético y religioso, que se mezclaron con una ebullición comercial y económica”, comenta el historiador Pérez de Castro, quien añade que la observación se desarrolla a golpe de “maravillas y misterio”, en el que la dualidad del hombre y su destino siempre está presente, “el Bien y el Mal, la bella figura de Eva y una muerte que sarcásticamente toca lo que parece una guitarra”, aunque Federico García Lorca generó dudas al respecto cuando la vio, pues se decía que era una vihuela; ello contrasta con una muerte “aplastada” por el pie de Cristo en el ábside contrario. Los Corral contaron para este “caos ordenado” con otros escultores, como el andaluz Antonio Martínez y el belga Mateo de Bolduque.

Espectacular iconografía musical


Uno de los aspectos que más llama la atención en las representaciones es la cuidada y amplia iconografía musical. La capilla muestra, aunque esconde en muchas ocasiones por su dificultad para visualizarlos, ejemplos de instrumentos de época. El más conocido es el de la propia guitarra que tañe la muerte para guiar a Adán y Eva fuera del paraíso. El musicólogo y compositor Pablo Toribio defiende que es "una interesante vihuela, muy bien tallada, con semejanzas a la cítola medieval".

Con ojo de halcón, mientras señala cada uno de los aparatos trasladados a esta obra de arte, Toribio, también riosecano, apunta hacia los dos ángeles que flanquean al Pantocrátor utilizando un arpa y una cítola medieval. También, otras figuras que guían el carro triunfal de Cristo con el sonido de “shofar”, un elemento que se elaboraba con un cuerno de animal y “es muy citado en la Biblia”.

Por ello, aunque da la sensación de ironía, la capilla es una “narración caótica, que en el fondo tiene una “lectura leíble y sigue un orden”, que parte del fin corporal del hombre y lo traslada a la eternidad, a la Creación al Apocalipsis”; para culminar con la figura “clave y central”, expone Pérez de Castro, la Virgen María. Todo ello al contrario que en el barroco, que “jugaba a confundir”. En diferentes niveles y siempre rodeando la parte inferior de la bóveda, el observador puede seguir, por tanto, el mensaje que pretendía enviar Álvaro de Benavente, en una obra que ha perdido su órgano, al lado de donde ahora figura la imponente reja.

En su testamento, dejó escrito que nunca se levantara su sepultura y la de su hermano, enterrado junto a él en la parte central de la capilla, como así parece que ha sido, según los expertos. La visita de Isabel II a Medina de Rioseco y el encargo al pintor Pérez Villaamil de una reproducción del interior de la obra para la Casa Real (expuesta en 1847) la relanzó de nuevo.

Cuando en agosto de 1554 falleció el mercader, su majestuosa obra estaba a punto de concluir. Se puso fin a una empresa que se convirtió en uno de los conjuntos principales del Renacimiento español, la capilla sixtina castellana.