Sergio Sierra y Juan Vicente durante una jornada de trabajo en San Ciprian (Zamora)

Sergio Sierra y Juan Vicente durante una jornada de trabajo en San Ciprian (Zamora) Luis Cotobal

Salamanca

“Cada despedida antes de un incendio puede ser la última”: la vida en llamas de dos bomberos forestales de Castilla y León

Dos jóvenes bomberos forestales de 24 años narran cómo es vivir entre fuego, renuncias personales y la responsabilidad de proteger el monte.

Más información: Mañueco pide al Gobierno abordar los incendios como cuestión de Estado: "Es España la que está ardiendo"

Publicada

Noticias relacionadas

El verano de muchos jóvenes se mide en festivales, playas y noches sin reloj. Para Sergio Sierra y Juan Vicente, ambos de 24 años, el verano significa todo lo contrario: madrugones, botas llenas de ceniza, humo en los pulmones y una incertidumbre que pesa cada vez que suena el teléfono.

Son bomberos forestales en Castilla y León y, aunque hablan con la frescura de quien apenas comienza a vivir, se expresan con la serenidad de quien ha visto demasiado pronto lo que es perderlo todo en cuestión de minutos.

“Al principio lo que sientes es miedo. Te preparas en un aula, te cuentan lo que deberías esperar, pero cuando el fuego está delante descubres que nada de lo aprendido sirve del todo”, confiesa Sergio.

“La primera vez piensas en cómo salir si se pone feo. Luego solo queda la adrenalina y el trabajo. No piensas, actúas”.

Juan Vicente, criado entre Salamanca capital y un pueblo de la provincia, lo recuerda con la misma mezcla de vértigo y claridad: “El corazón va acelerado y el humo te impide ver nada. Tienes que mantener la calma, asegurarte de que tus compañeros estén bien y pensar siempre en cómo salir. Es una tensión que aprendes a llevar, pero nunca desaparece”.

El sacrificio y lo cotidiano

A sus 24 años, ambos saben lo que es renunciar a una vida “normal” durante la campaña de incendios. Ni cumpleaños con la familia, ni veranos de descanso.

“Psicológicamente pesa, admite Juan. Ya son tres años trabajando en mi cumpleaños, sin poder celebrarlo con los míos. Eso duele. Pero sabemos a lo que venimos, y es un trabajo que me encanta”.

Sergio lo explica como una vocación que obliga a asumir responsabilidades poco comunes a su edad: “No puedes salir de fiesta sin pensar en que al día siguiente puedes poner en riesgo tu vida y la de tus compañeros. Vives con esa vocación pendiente del teléfono, aunque sea tu día libre, porque en cualquier momento puedes estar en un incendio en otra provincia dando relevo a otros compañeros”.

En lo cotidiano, el monte les enseña una lección distinta: “Comer sentado en el suelo, lleno de ceniza, y valorar un plato limpio como un lujo. O aprender a reírte con tus compañeros para soportar jornadas interminables. Al final somos una pequeña gran familia de personas. Si no hubiera humor, sería insoportable”, cuenta Sergio.

La impotencia y la desolación

Ambos guardan recuerdos difíciles de borrar. Sergio se detiene en el incendio de Zamora en el que, a pesar de todos los esfuerzos, un pueblo entero vio arder sus casas, naves y ganado.

“La mirada de la gente que lo ha perdido todo es algo que nunca olvidas. Te ruegan una solución y tú no la tienes”.

Incendio declarado a pocos metros de Morasverdes, que movilizó a más de una decena de medios

Incendio declarado a pocos metros de Morasverdes, que movilizó a más de una decena de medios Vicente ICAL

Juan Vicente revive también episodios duros: “Llevar a un compañero a urgencias por intoxicación, sentir dos atrapamientos en incendios este verano, o ver pueblos calcinados en León o Salamanca. Son imágenes que se te clavan”.

La gestión emocional, reconocen, es complicada. “Intentamos quitarle hierro entre nosotros para no perder la cabeza, pero cuando el fuego arrasa y tu trabajo parece no haber servido para nada, pesa mucho”, dice Sergio.

“Algunas veces no puedes gestionarlo, añade Juan, y te rompes por dentro. Ves cómo todo lo verde se convierte en negro en cuestión de minutos y no lo puedes parar. Es muy frustrante”.

La relación con la tierra

El vínculo con el campo es la raíz que explica por qué, pese a todo, ambos quieren seguir en esto.

“Al final, la mayoría venimos de los pueblos, hemos crecido en la naturaleza y sentimos que estamos protegiendo algo que no es nuestro, pero que debe quedar para todos”, señala Sergio.

Juan coincide: “Cada incendio lo sentimos como si fuera en nuestro propio pueblo. Cuando ves arder una zona que conoces, o piensas en los agricultores y ganaderos que lo pierden todo, se te encoge el alma. Ellos mantienen la tierra todo el año y, en minutos, se quedan sin nada. Eso duele de verdad”.

Una palabra: vida

Al preguntarles por una palabra que resuma lo que significa ser bombero forestal, ambos responden sin dudar: “Vida”.

Vida porque es lo que intentan proteger y porque es lo que se juegan en cada incendio. Vida porque, como resume Sergio, “esto es vocación y responsabilidad, y aunque a veces el miedo aparece, lo conviertes en trabajo y en adrenalina”.

Juan lo explica con una frase que repite a quien le pregunta: “No se le puede tener miedo al fuego, simplemente respeto. El día que tienes miedo de verdad, este trabajo no es para ti”.

Miembros del servicio de Medio Ambiente de la Junta ejecutaron cortafuegos en el incendio entre Zamora y Ourense

Miembros del servicio de Medio Ambiente de la Junta ejecutaron cortafuegos en el incendio entre Zamora y Ourense JCyL / ICAL

Más allá del héroe

Ellos se resisten a que les llamen héroes, aunque saben que para muchos lo son. “La gente nos ve así, pero nosotros solo tenemos ilusión por lo que hacemos”, dice Sergio.

“A veces te tapas la cara para que no vean lo 'jodido' que estás, porque se supone que somos la última solución. Y no siempre hay respuesta. Solo queda dar un poco de calma en medio del caos”.

En ese contraste, entre la juventud que les empuja a querer vivir con intensidad y la dureza de enfrentarse al fuego, Sergio Sierra y Juan Vicente construyen su vida.

Una vida marcada por el sacrificio, el miedo convertido en respeto y la certeza de que proteger el monte es también proteger su propia identidad.