Almudena Gómez y Manolo García en su restaurante en una entrevista para EL ESPAÑOL de Castilla y León
“Nos vamos con el corazón lleno”: Casa Pino apaga los fogones tras más de 20 años de historia
Almudena y Manolo, sus gerentes, se despiden con emoción de dos décadas al frente de un negocio emblemático en Salamanca.
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Todavía no nos habíamos sentado con Almudena Gómez y Manolo García, y ya las emociones llenaban el comedor vacío de Casa Pino.
Almudena apenas puede contener las lágrimas. No hemos formulado aún la primera pregunta y ya tiene la voz entrecortada, los ojos vidriosos y las manos entrelazadas sobre la mesa buscando fuerza.
Manolo la mira, la acompaña, y aunque no llora, la emoción se le nota: le tiembla el pulso y la voz se le apaga por momentos. Saben que esta entrevista no es una más. Es la última, el adiós, el cierre.
El punto final a dos décadas de historia en una casa que ha sido mucho más que un restaurante.
El origen de una historia cocinada a fuego lento
Casa Pino nació de una idea tan sencilla como potente: hacer que la gente comiera como en casa. Manolo, curtido en la hostelería desde joven, soñaba con tener su propio negocio.
Almudena, con la misma determinación, decidió lanzarse a la aventura con él. Era el año 2004 cuando abrieron sus puertas por primera vez. “Nos acostábamos aquí, literalmente”, recuerda Almudena. “Eran jornadas interminables, agotadoras. Pero nunca nos faltó ilusión”.
Los inicios no fueron fáciles. El local, con sus paredes aún sin demasiada decoración y ese aire de nuevo que se va borrando con el tiempo, fue llenándose de clientes, de aromas, de conversaciones y de vida.
Poco a poco, Casa Pino se convirtió en un sitio imprescindible para muchos vecinos y visitantes de Salamanca.
Más que clientes, una gran familia
Durante estos veinte años han sido testigos de historias de amor, celebraciones, reencuentros y más de una despedida.
“Aquí han celebrado desde comuniones hasta jubilaciones. Ha habido clientes que vinieron con su pareja y hoy vienen con sus hijos”, dice Manolo con una sonrisa que mezcla orgullo y nostalgia.
Almudena asiente: “Nos han tratado con un cariño inmenso. Algunas clientas me han abrazado llorando, como si fuéramos de su familia. Y es que en realidad lo somos”.
Casa Pino nunca fue solo un negocio. Fue una forma de entender la vida, de cuidar al otro.
Ellos sabían los gustos de cada comensal habitual, los platos que les recordaban a su infancia, los horarios que mejor les venían. Era un trato personal, sincero y muy honesto. Y por eso la clientela respondía con lealtad y gratitud.
Almudena Gómez y Manolo García en su restaurante en una entrevista para EL ESPAÑOL de Castilla y León
Un final que duele, pero se comprende
El cierre no llega por falta de trabajo ni de clientes. Al contrario. Casa Pino sigue siendo un lugar querido. Pero llega un momento en que el cuerpo pide parar. Manolo lo explica con claridad: “Hemos dado todo. Y queremos también vivir. Disfrutar de nuestra familia, de los fines de semana y un por fin, de la vida”.
Para Almudena, tomar la decisión ha sido duro. Muy duro. “No es fácil dejar esto atrás. Aquí están nuestros mejores años, nuestros sacrificios y todos nuestros recuerdos. Pero también merecemos descanso. Queremos mirar hacia adelante con tranquilidad, sin la presión constante del día a día en la hostelería”.
El legado que queda
Se llevan mucho más que recuerdos. Se llevan el cariño de toda una ciudad, el respeto de sus compañeros de profesión, y la satisfacción de haber hecho las cosas bien.
“Nos vamos con la sensación de haber construido algo bonito”, dice Manolo. “Algo que quedará en la memoria de mucha gente”.
Y así es. Porque cerrar Casa Pino es cerrar un capítulo de la historia reciente de Salamanca. Pero también es celebrar lo que ha sido: un lugar auténtico, entrañable y humano. Un sitio donde el servicio era una vocación y la cocina, un acto de amor.
Mientras el comedor se queda en silencio por última vez y se bajan las persianas, el recuerdo sigue latiendo en cada mesa, en cada abrazo y en cada “gracias, estaba todo buenísimo”.
Casa Pino cierra para siempre sin posible relevo y se despide con dignidad, con emoción y con todo el corazón de las dos personas que lo dieron todo dentro y fuera de la cocina.