
Alba Jiménez Navarro en una entrevista para EL ESPAÑOL de Castilla y León Plaza Mayor de Salamanca
Alba Jiménez Navarro, la gitana que se graduó en Derecho para desmontar los prejuicios desde dentro
Con el orgullo de sus raíces y la voz de sus abuelas, esta joven salmantina desafía estereotipos, denuncia el racismo y defiende que estudiar es resistencia.
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Tiene 23 años, es salmantina, gitana, y se ha graduado en Derecho en una de las universidades más antiguas de Europa. Pero más allá de su currículum, lo que realmente define a Alba Jiménez Navarro es su capacidad para desafiar lo establecido sin renunciar a su identidad.
En un entorno donde los prejuicios todavía pesan más que los méritos, Alba ha convertido su paso por la Universidad de Salamanca en una forma de resistencia. Y lo ha hecho con orgullo, con fuerza, y con la mirada puesta en todas las que vendrán después.
No fue fácil. Desde pequeña, ha tenido que lidiar con miradas inquisitivas, con comentarios hirientes disfrazados de halagos, con la sensación constante de tener que demostrar el doble.
"Ser mujer, gitana y universitaria en una ciudad como Salamanca es como caminar con tacones por un camino de piedras", explica. "Cada paso cuesta, pero lo das con orgullo".
"Yo no estudié Derecho para colgar un título bonito en la pared"
Cuando eligió estudiar Derecho, lo hizo por necesidad. Por las injusticias que veía a su alrededor, por las puertas que se cerraban sin explicación, por todas esas veces en que la trató como si no tuviera derecho a tener derechos. "Quería conocer las leyes, tener las herramientas para defendernos, para cambiar las cosas desde dentro".
En su camino, hubo obstáculos dentro y fuera del aula: acoso escolar, comentarios racistas, estereotipos que parecían inamovibles. "Nos ven como delincuentes o ignorantes. La sociedad tiene un guion escrito para los gitanos, y salirse de ahí parece que molesta", denuncia.
Pero Jiménez Navarro ha sabido transformar el dolor en impulso. Y no ha estado sola. Su familia ha sido, como dice, "el pilar fundamental". La miraban a los ojos y le decían: "claro que puedes, y vas a hacerlo".
También hubo docentes a los que no llama profesores, sino maestros, porque vieron en ella lo que el sistema no quería mirar. Y compañeros de clase que decidieron no dejarse llevar por el prejuicio y se convirtieron, en sus palabras, en familia.
Estereotipos que aún pesan demasiado
Alba no se anda con rodeos cuando habla de cómo la sociedad sigue viendo al pueblo gitano. "A menudo se nos percibe como vagos, sin ambición. Y a las mujeres gitanas se nos considera sumisas", explica. "Pero si fuéramos tan sumisas, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?"
Pone como ejemplo a Carmen Amaya, pionera en su tiempo, o a las mujeres gitanas que cada día rompen barreras en silencio. También reivindica el valor de quienes trabajan en los mercadillos: "Se levantan de madrugada, lo hacen todos los días, recorren kilómetros, montan tiendas en minutos, bajo la lluvia, el frío o el calor. Eso no es vagancia, es supervivencia digna".
Y añade: "Todo ese esfuerzo no siempre se traduce en las ganancias que debería. Muchas veces, ese trabajo se elige porque en otros sitios directamente no nos cogen. No es que no queramos trabajar en otra cosa, es que no nos dan la oportunidad".
Representación y futuro
Si pudiera erradicar una injusticia estructural mañana mismo, lo tendría claro: la falta de representación. “No queremos que hablen más por nosotros. Queremos tener voz”, reivindica. Y esa voz, dice, debe estar en las instituciones, en los medios, en las aulas y en los espacios de decisión.
También tiene claro lo que diría a una niña gitana que duda si seguir estudiando: "Sigue adelante. Tienes las llaves para abrir esas puertas cerradas. Tu historia está esperando ser escrita, y tú eres la protagonista".
"Somos historia, somos cultura, somos lucha"
Si alguna vez escribiera un mensaje en una pared de Salamanca que todo el mundo pudiera leer, Alba no dudaría.
"Somos un pueblo que ha resistido siglos de invisibilización y persecución, pero nuestra fuerza nunca se ha quebrado… El futuro es nuestro, y nadie podrá arrebatarnos nuestra dignidad. OPRE ROMA."
Jiménez Navarro no busca encajar, busca transformar. No quiere que le den sitio en la mesa, quiere cambiar cómo se construye. Porque su historia, como la de tantas mujeres gitanas, no es un cuento de superación, sino una declaración de principios: se puede ser gitana, fuerte, culta y libre sin pedir perdón ni permiso.
Y si su voz incomoda, quizás es porque nunca fue criada para agradar, sino para decir verdades. Para abrir caminos donde antes apenas había muros. Para demostrar que los estereotipos no se combaten desde la resignación, sino desde la presencia, la palabra y la mirada firme de quien sabe muy bien quién es.