La Acera de Recoletos, en Valladolid
Valladolid no tiene quien la quiera
"Valladolid está quieta desde que Javier León de la Riva prometió soterrar el tren y aquella promesa electoral se ha convertido en una maldición que le pesa a todos los alcaldes desde entonces".
Hay algo en otoño que se mueve. Valladolid se mueve con más gente de la que le cabe a un fin de semana normal. De repente ya no es verano y todo el mundo es consciente de lo poco que le queda al año, de que dejó una lista de propósitos por cumplir allá en enero, que todos se resumen en vivir más. Y aquí estamos en noviembre y habiendo vivido lo mismo. Por eso las calles se llenan de gentes apretadas buscando el calor de lo pequeño. Pero se mueven únicamente, calle Santiago arriba, Platerías abajo, los vallisoletanos. Cuando yo miro la ciudad tengo la sensación de verla muy quieta, como si llevara más de una década sin moverse de donde está. Como si el Pisuerga y el tiempo se le hubiesen parado a Valladolid en Seminci, en su Feria de Día, en el TAC, en el Padel y nada más. Y nada más... Como si se hubiese quedado anclada a 2008, que es cuando España dejó de soñar. Y una ciudad cuando no se mueve hacia el futuro se muere, cuando nadie la sueña más grande, cuando ningún político le entiende las posibilidades.
Valladolid está quieta desde que Javier León de la Riva prometió soterrar el tren y aquella promesa electoral se ha convertido en una maldición que le pesa a todos los alcaldes desde entonces. Todos vuelven a prometerlo y el soterramiento es poco menos que la nueva obra de El Escorial, pero aquí estamos sin Felipe II. Es el síndrome de soterramiento: que les va taladrando a todos cuando ven que la legislatura avanza y el tren sigue corriendo a cielo abierto por Valladolid. Y como no consiguen soterrar no hay más Valladolid para ellos. No hay ya nada más que hacer, no hay más ciudad. O soterramiento o nada. "Valladolid tiene tren, Valladolid tiene tren," pero no tiene quien la soterre, dice la copla.
El problema de Valladolid es que sólo la piensan los suyos cuando están lejos, los que escribimos y algún pavo real que de vez en cuando se aleja del Campo Grande para cartografiar la ciudad como un explorador del viejo mundo. Y comparando esa cartografía con dos décadas de diferencia se da cuenta uno de que no hay ningún cambio reseñable del que hablar. Le han movido la Feria del Libro a la ciudad varias veces, porque los políticos cuando no saben que hacer mueven las cosas de sitio para volverlas a inaugurar.
Y todo el futuro que le desean a la ciudad es una estación de tren megalómana, que es como aquellos frontones que se hicieron en todos los pueblos de Castilla antes de la crisis. Con cada coche que se vendió en el Plan E le regalaban a uno un frontón. Las ciudades que se quedan quietas se mueren. Y el problema de este Ayuntamiento, como del anterior, es que tiene a Valladolid parada, como si tuviera miedo a que se le rompiera si una mañana cualquiera se les ocurre volver a pensar Valladolid con ambición y no la miran únicamente como un cálculo electoral.