En un estudio realizado por la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, fechado en 2022 , en España el 17,7 % de pueblos carece de establecimientos de hostelería, hasta un total de 1435 municipios en toda España. No conozco actualización del citado trabajo, pero indudablemente la situación se habrá agravado a día de hoy en el medio rural. Solo el 0,3% (142.781 personas) de la población de todo el país vive en alguna población sin bares o establecimientos hosteleros de proximidad.

La mitad de esa población que en España habita en municipios sin bares reside en Castilla y León. El 3% de los castellano y leoneses, en número redondo unas 70000 personas, no pueden usar estos establecimientos. Habrá quien piense que un 3% es una cifra mínima, baladí . Pero no es tan poco. “Ustedes tiene un problema que se llama 3%” estalló Pascual Maragall contra Convergencia y Unió. A Jordi Pujol esa mordida sobre el presupuesto de las obras públicas adjudicadas por el Gobierno de la Generalidad no le parecía calderilla.

Nuestro 3% en Castilla y León no va de comisiones ilegales, ni de la codicia del pujolismo. “El tres per cent” en esta Comunidad no va de euros . Aquí no vamos a escuchar a Marta Ferrusola aquel descaro de ¡Nosaltres no tenim un duro!. Esto va de cafelito y partida de cartas despúes de la comida, de una de bravas y un blanco en el aperitivo mañanero, o de una cervecita a la caída de la tarde tras finalizar labores en el campo.

Una parte de Castilla y León se queda triste y sola como una canción de tuna, como Fonseca en el adiós a la Universidad. 780 pueblos de la Comunidad carecen de bar. La despoblación no solo ha dejado sin panaderos a los pueblos de Castilla y León. Las mañanadas ya no tienen aroma a tahona con pan lechugino, hogaza o perrunillas recién salidas del horno. Lo malo es que muchos pequeños municipios se han quedado sin bares. Lejos quedan aquellas voces de “’¡uno solo y copa de sol y sombra!”, o del camarero que serpentea entre el público con su bandeja con tres copichuelas de verdejo y una ración de champi a la plancha.

Romanticismos aparte, la razón se impone. En esos pueblos no hay bares porque no cuentan con suficiente población para emprender o mantener un negocio de hostelería que carece de rentabilidad. En esos 780 pueblos no hay bares porque apenas cuentan con vecinos. La gravedad de pérdida de establecimientos hosteleros es que los vecinos carecen de un lugar de reunión y socialización. No pueden compartir alegrías o penas. Llama a la puerta la soledad que es un cuchillo afilado que rasga el alma. Ser vecino en esa Castilla y León despoblada es estoico, casi heroico. Pero gana esa hidalga dignidad que hace permanecer en el terruño que te vio nacer, donde se erigió una família, en cuyo camposanto reposan para la eternidad los seres queridos.

Muchos de quienes habitan en los pueblos sin bares son nuestros mayores, aquellos que describía magistralmente Miguel Delibes, aquellos de quienes ha recopilado música y canciones Joaquín Díaz. Aquellas gentes nacidas antes o en los años en los que se rompía en dos España en una guerra civil y que retrata con literaria belleza el leonés Emilio Gancedo en su libro “Palabras mayores. Un viaje por la memoria rural”.

Sin bares , los vecinos pasean caminos donde zumba el viento, dormitan cual lagarto en el cantón de piedra a la solana o se acercan hasta ese unamuniano “corral de muertos entre pobres tapias” a rezar un padrenuestro a los suyos . Gentes de Castilla y León recias, arraigados dignamente a su terruño. Tienen cielos y horizonte, aunque no tengán vermú ni cañas.